capítulo 12.

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Ha pasado una semana desde nuestro primer beso.

Ahora, cada vez que llega el recreo, en lugar de enfocarse en sus interminables papeles, Silvana se concentra en nuestros fugaces y apasionados besos cuando voy a su despacho.

En cuanto a mi padre, sigue viniendo todas las noches a cenar. Por fin, el viernes se va. No hablamos mucho, solo intercambiamos algunas palabras sin importancia.

Lo que realmente me saca de quicio es lo insoportable que está Romina. Recuerdo que cuando era más chica podía aguantarla, pero ahora, no sé si es el embarazo o los años que le están afectando, pero está insoportable y siempre se la agarra conmigo.

Hoy es miércoles, y me encuentro en el despacho de Silvana. Estoy sentada en sus piernas, obviamente, besándonos.

–Estoy comprobando que tus besos son cada vez mejores –dice Silvana al separarse un poco.

–¿Verdad? –respondo con una sonrisa traviesa mientras vuelvo a mi asiento.

–Bueno, ¿qué harás hoy? –pregunta mirándome con curiosidad.

–Esta tarde estudiaré –digo con una mueca de tristeza– pero quiero verte.

–Ya te dije que no podemos descuidar tus estudios. Quiero que tus calificaciones sigan siendo perfectas, como siempre.

–Lo sé, pero te extraño –le digo, un poco frustrada.

Silvana sonríe y me acaricia la mejilla.

–Yo también te extraño, pero debemos ser pacientes.

En ese momento, alguien toca la puerta, interrumpiendo nuestro momento. Silvana se levanta y va hacia ella.

–Hola, Silvana –saluda, con una sonrisa demasiado amigable para mi gusto.

–¡Agustina! ¿Qué tal? –responde Silvana, con una sonrisa, mientras yo intento disimular mi incomodidad.

–Bien, solo pasaba a ver cómo estabas –dice Agustina, lanzándole una mirada que me hace apretar los dientes. –¿Interrumpo algo?

–No, para nada –respondo, tratando de sonar casual mientras me levanto de la silla. –De hecho, ya me iba.

–Oh, no te vayas por mí –dice Agustina, con un tono que pretende ser inocente, pero que me irrita aún más–. Estaba pensando en invitarte a un café después de clase.

Miro a Silvana, esperando que decline la oferta, pero ella sonríe amablemente.

–Suena bien, aunque tiene que ser rápido –responde Silvana, siempre tan diplomática.

–Claro, lo será –comenta Agustina, como si no estuviera subrayando que ella y Silvana pasarán tiempo juntas sin mí–. Bueno, nos vemos luego entonces.

Con una última sonrisa, Agustina sale del despacho, dejándonos en un silencio incómodo.

–No tienes que preocuparte por eso –dice Silvana, notando mi expresión.

–¿Preocuparme? –respondo, intentando sonar despreocupada, aunque sé que no lo estoy–. Solo me molesta cómo se mete sin más.

Silvana me rodea con sus brazos, acercándome a ella.

–No tienes por qué ponerte celosa, sabes que solo tengo ojos para ti –susurra, y aunque sus palabras me reconfortan, una parte de mí sigue sintiendo una pequeña espina.

–Lo sé –digo, suspirando.

¡Agustina, te odio! Como odio a tu materia.

–Tranquila –murmura Silvana, depositando un suave beso en mi frente–. Agustina es solo una colega, nada más.

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