Novicia II

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La solitaria dama que caminaba en las arenas de un mundo en ruinas. La misma que vio la casa de sus padres destruida por la colisión del meteorito. Ella seguía vagando por la inmensidad de la Tierra, sin nadie que le hiciese compañía, sin nadie con quien compartir su mala fortuna.

Pero se había propuesto no rendirse jamás, y encontrar el motivo, por el cual, ella seguía viva. Muchos años transcurrieron, todos sin hallar más que tristes recuerdos de la época añeja donde la vida crecía exuberantemente. Sus ropajes se degradaron con el lento paso del tiempo, pero tampoco había nadie que la viese desnuda, así que, no le importó demasiado. Todas las ruinas, poco a poco, se fueron desgastando hasta que de ellas no quedo más que polvo y cenizas. Los océanos se secaron y las selvas murieron, toda la vida dejó de existir. La Tierra se convirtió en una enorme esfera de polvo, y esta mujer recorría cada día sus enormes dunas grises.

Aun así, ella guardaba aún esperanza, sabía que en algún momento la vida volvería a originarse como ya debió ocurrir al principio de los tiempos. Y así fue, del mismo astro que cayó del cielo hace ya tanto tiempo, brotó una planta, pero, no era una planta común, era transparente y parecía estar hecha de algún tipo de cristal. La mujer, que acostumbraba a pasar por esa zona, vio la planta y se llenó de felicidad. Se pasó los próximos años pegada a aquella planta, viéndola crecer, protegiéndola con su cuerpo de los fuertes vientos. Así estuvo hasta que la planta se convirtió en un fuerte árbol transparente, del árbol crecieron unos frutos blancos del tamaño de una nuez. Los frutos parecían desprender algo de luz por sí mismos, eran, junto al árbol, lo más bello que esa mujer había visto jamás. La mujer sintió de nuevo que la vida retornaría al fin a su hogar, y que ya no estaría tan sola.

No quería ni siquiera tocar el árbol por miedo a corromperlo, y perder así su única oportunidad de tener algo de compañía. Así que, esperó durante un tiempo a que los frutos cayeran por sí mismos, para así no tener que tocar el árbol. Descubrió, desgraciadamente, que los frutos al caer se volvían negros y apagados, y que si los abrías o degustabas en ese estado se desvanecían en el aire, dejando únicamente una estela de polvo negro. Viendo esto, la mujer extrajo con sumo cuidado uno de los frutos, y se sorprendió gratamente al ver que permanecía en su estado natural.

Lo primero que hizo con el fruto fue plantarlo, quería comprobar si podía producir más árboles como ese, o si los frutos que había dado ese árbol serían los únicos que tendría. Pasó otros muchos años sentada a la espera de que creciese un nuevo árbol, y el tiempo dedicado, al fin, dio sus frutos, pero, no creció exactamente el mismo árbol. En su lugar creció un árbol tricolor. Cada tercio del tronco, hojas, y raíces, del árbol, era de un color distinto; estos eran el rojo, el azul, y el verde. La mujer no entendió muy bien por qué sucedió esto, además, le sorprendió que el nuevo árbol no diese frutos.

Se entristeció al pensar que no podría reproducir el árbol transparenté, y decidió no usar más frutos de este hasta que supiese más sobre ellos, pero tampoco podía no arrancarlos, pues caerían y se pudrirían. Para evitarlo cogió ramas y hojas del nuevo árbol tricolor, e hizo con ellas un pequeño nido con una tapa. Sirviéndose de él a modo de recipiente, cogió todos los frutos y los guardó en el nido, luego, depositó el nido en el interior del árbol de cristal para protegerlo de las inclemencias del tiempo.

Una vez terminada la tarea, se dio cuenta de que algunas hojas que le habían sobrado del nido estaban en el suelo y al ir a recogerlas descubrió que algo había crecido en la superficie donde habían estado apoyadas. Debajo de las hojas verdes había crecido una brizna de hierba, debajo de las azules había brotado agua de la tierra, y debajo de las rojas se alzaban unas pequeñas y ardientes llamas.

La mujer no sabía que sentir, solo presentía que, cada vez más, se acercaba el momento por el que había rezado todos los años, el momento en que la vida volvería a inundar su bello planeta. Sin embargo, se estremeció al ver que el gran árbol transparente empezaba a secarse, antes de morir por completo dio un último fruto blanco, ese, era el que compensaba al primero que cayó al suelo y se perdió en polvo negro; pero ella no lo sabía.

Apenada por este nuevo suceso, se quedó otros muchos años en reflexión, intentando averiguar cómo debía actuar para poder traer correctamente la vida a la Tierra. Todavía no lo había decidido, cuando, una noche, la fortuna quiso que un viento huracanado zarandease el árbol de cristal, tirando así, el nido con los frutos blancos. Al despertarse y ver el desastre, fue corriendo a comprobar el estado de los frutos, y lo único que pudo ver, fueron los negros restos que quedaban de esos bellos frutos. Maldiciéndose por ser tan descuidada, se tumbó boca abajo en el suelo y lloró; lloró amargamente durante horas por haber perdido todas las vidas que podría haber creado.

Cuando se quedó seca de tanto llorar, alzó la cabeza para mirar al pobre árbol seco, y lo que vio volvió a darle esperanza para continuar con su tarea. El gigantesco árbol había vuelto a la vida, y los frutos estaban creciendo de nuevo en sus translúcidas ramas. Dedujo entonces, que, si uno de los frutos caía en la podredumbre, el árbol hacía crecer otro para compensar la pérdida. Posteriormente, se preguntó, si también crecerían de nuevo si los utilizaba para crear árboles tricolor, y efectivamente, así fue. Ya no tenía por qué temer la perdida de los preciados frutos, el árbol se encargaría de que volviesen a crecer, pasase lo que pasase.

Habiéndose quitado aquel temor, comenzó con mucho entusiasmo a emplear los elementos del árbol tricolor para devolver la vida a la Tierra. Ahora comprendió un poco mejor cuál era su destino, el porqué, de que ella siguiese con vida todos estos años, todo era para poder volver a poblar la Tierra.


Raclul dijo: "Que tus actos sean causa, no causados".

También dijo: "Esta historia aún está por terminar".

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