Anacoreta

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Antes de que los incesantes ciclos comenzasen, cuando los humanos aún no habían sido creados, habitaban todos los seres una misma realidad y percepción. Para que la realidad se fragmentase, y se formaran diferentes percepciones de la misma, eran necesarias las diferencias entre los mismos seres que habitaban el cosmos. Cuando muchos seres compartían una visión parcial de la realidad, la realidad tomaba otra forma para ellos. Si en esta nueva forma de la realidad se creía en la no existencia de otros seres, estos no aparecían en la nueva percepción. Los sentidos con los que conocemos lo externo son vitales para esto, cuantos menos sentidos posea un ser, más aspectos de la realidad se perderá. Aquellos que poseen muchos sentidos cognitivos, viven y existen en una percepción de la realidad más completa.

Debido a la juventud de la realidad temporal, y a la voluntad de los seres creados por permanecer unidos en visión y experiencias, la realidad aún no se había fragmentado. Poco le faltaba.

Ese tiempo estuvo gobernado por seres de poder inconmensurable, entes que tuvieron descendencia y en el futuro provocaron la diversidad en todo el cosmos. Sin embargo, uno, nacido del Demiurgo de la destrucción, se vio obligado a realizar una tarea eterna que le obligaría a vivir en soledad y constante cambio.

Zeunu Kerlule(*), él fue el escogido para salvaguardar la integridad de las percepciones. Sus padres le encomendaron aquel propósito, y él decidió desempeñarlo voluntariamente, o al menos eso piensan todos.

La triste verdad es que Zeunu fue castigado:

— Acércate a mí Zeunu, quiero decirte algo... —escuchó Zeunu como una voz lo llamaba mientras paseaba por las tierras cercanas a la casa de sus padres.

La madre de Zeunu acababa de hablar con su hijo sobre el propósito que él debía realizar si quería contribuir a mejorar la realidad. Le explicó la esencia de las percepciones, y de que dentro de poco la realidad comenzaría a disgregarse. Zeunu dudaba sobre su propio destino, fue a consultar a su hermano mayor, Pavok(*), que lo animó a realizar la tarea que sus padres demandaban. Aun así, Zeunu seguía con dudas en su interior.

— Conozco tus dilemas —continuó diciendo la voz misteriosa, que salía del interior de una pequeña cueva—. Las razones que te otorgaré serán esclarecedoras, y así podrás terminar de vagar sin rumbo mientras divagas en tus motivaciones.

Zeunu caminó hacia la entrada de la cueva, y ahí observó a quien le hablaba. Era un hombre enjuto, extremadamente delgado, de tez muy pálida; y Zeunu, no alcanzaba a ver el rosa de sus labios ni el blanco de sus ojos. El hombre, vestido con harapos, se quitó la capucha y se mostró a Zeunu tal cual era.

Zeunu, no me tengas miedo —dijo el hombre, cuando vio la expresión en el rostro de Zeunu.

Aquel hombre no tenía ni un ápice de carne o músculo en su cuerpo, todo entero estaba formado por huesos fuertes y gruesos. Era grande, medía dos veces la altura de Zeunu, y de un solo golpe podría haberlo derribado sin esforzarse. El hombre se había erguido y ahora Zeunu lo contemplaba con asombro y algo de miedo.

Zeunu miró al cadavérico rostro del hombre y dijo:

— ¿Quién eres?

— Tócame Zeunu, tócame y todas tus dudas quedarán resueltas —respondió el hombre esqueleto tendiéndole la mano a Zeunu.

Zeunu apenas dudó, tocó la mano de aquel hombre y todas sus preguntas desaparecieron, pero a un alto precio.

— Gracias Zeunu, lo lamento por ti. Pero te estoy agradecido.

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