Tormento II

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El hombre conocido como Veinte, ahora preso en Uskimgat, una vez fue un feliz jardinero que trabajaba en los jardines de la familia Reev(*). La familia Reev, una familia grande y poderosa, y también una de las casas más cercanas a la familia real, basaba su riqueza en la exportación de metales preciosos, como el hierro o el cobre. La heredera y sucesora del cabeza de familia era Hecalia(*) Reev, una joven de espléndida belleza y con un carácter que se presentaba caprichoso a la hora de obedecer.

Una mañana de primoño(*), Hecalia salió a dar un paseo por la gran hacienda de sus padres, y se encontró de sopetón con el nuevo jardinero. Un hombre alto y moreno de piel, de facciones estilizadas; y con una mirada que reflejaba todo el dolor sufrido, y toda la ira acumulada.

Hecalia solía ser de gustos muy refinados, y, aquel hombre, que estaba siempre cubierto de tierra y sudor, no le atraía lo más mínimo. Pero, Hecalia disfrutaba en ciertas ocasiones haciendo sufrir a los hombres que la deseaban. Primero les daba falsas esperanzas, para que hiciesen todo lo que ella les pidiese, y luego los desechaba como a simples envoltorios de confituras.

Para sorpresa de Hecalia, aquel hombre, de pelo ondulado y ojos negros como la noyimia, no mostró ningún interés en ella, es más, en una ocasión le pidió que se marchase de su lugar de trabajo, pues necesitaba concentración en ese momento. Hecalia, cada vez más desesperada, hizo algo que jamás se le habría pasado por la cabeza en otras circunstancias, invitó a aquel hombre a pasear junto a ella por la ciudad, y, juntos, ir a cenar en el más lujoso restaurante de la ciudad. Hecalia pensó que con eso sería suficiente, y que, si después de eso no caía rendido a sus pies, es que aquel hombre era de piedra.

Todo ocurrió al contrario de como Hecalia lo había planeado. El jardinero acudió con una vestimenta lujosa y elegante; el rostro oscurecido por la tierra, ahora era ejemplo de pulcritud y mostraba una radiante sonrisa. Durante toda la velada el hombre fue de lo más simpático y cortes con Hecalia, en la cena demostró ser conocedor de abundantes modales y de las correspondientes normas de etiqueta. Cada cierto tiempo hacía reír a Hecalia con alguna original broma, y al terminar la cena, la llevó de la mano, a bailar bajo las estrellas en los jardines que él cuidaba.

Hecalia, al despertarse la mañana siguiente, sintió que una gran alegría le recorría el cuerpo, y deseaba con todas sus fuerzas levantarse para volver a invitar al jardinero a una cita similar.

La relación de los dos jóvenes fue haciéndose más y más intensa; pasaban los días (meses en tiempo prístino) y cada vez que se veían, aquel hombre era capaz de hacerla olvidar todo, menos que ellos estaban juntos. Transcurridos varios meses(años en tiempo prístino) de relación, se comprometieron, todo parecía ir estupendamente, y todos estaban convencidos de que el futuro de la feliz pareja sería tan brillante como su presente. Pero aquel hombre, aquel jardinero, aún tenía secretos que no había desvelado ni a su amada, el secreto, de la ira en sus negros ojos, y el de su pasado. Hecalia era consciente de que había cosas que aún desconocía de aquel hombre, lo único que consiguió sacarle fue el origen de una extraña khusua que siempre portaba. Una khusua de piedra negra, pulida y reluciente, con trazos de un rojo carmesí que se extendían como raíces alrededor de su superficie, y, en el centro, el emblemático símbolo de una lanza dorada de dos puntas, una en cada extremo, ambas ensangrentadas. Él le contó que esa khusua fue un regalo de su padre, y que era una herencia familiar que estaba destinada a pasar de padres a hijos. Y le advirtió que nunca la tocase si él no la estaba portando. Raras veces se quitaba la peculiar khusua, pero, un kóe, dando de comer a una mascota de la casa, se le resbaló de la mano y el animal casi se atragantó con ella. Enseguida la escupió, pero, a los pocos segundos, se desplomó y murió dejando únicamente un cadáver que comenzó a perder el color y a secarse inmediatamente.

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