Esta historia se desarrolla en el mundo prístino, cuando dos niños estaban jugando en un parque cerca de la casa de ambos.
— ¡Te pillé! ¡La llevas tú! —le dijo uno al otro, mientras jugaban corriendo por la verde flora plantada en el viejo parque.
— ¡Ahora la llevas tú! —le contestó el otro, que inmediatamente "pilló" al primero.
Así estuvieron un buen rato, hasta que ambos se cansaron y detuvieron exhaustos. Los dos niños se sentaron en un banco de madera y compartieron la merienda. Mientras se reponían para luego seguir jugando, un hombre se acercó a ellos.
El hombre vestía un largo abrigo azul marino, llevaba guantes de cuero rojo en las manos, y un fino chal marrón le cubría el cuello y parte de la barbilla. Los niños apenas le prestaron atención, estaban demasiado ocupados contándose anécdotas escolares, pero aquel hombre los observaba con atención y vehemencia.
El hombre abrió su abrigo y sacó una fina malla de metal maleable, como si fuera un retazo de una cota de malla medieval. También sacó una cabeza de un ajo blanco como la nieve, y se presentó a los niños con solemnidad y cierto disfrute:
— ¿Quién de vosotros se llama Jacobo?
Los niños permanecieron callados, sus madres les habían advertido sobre no hablar con extraños, y aquel hombre era muy extraño.
— Jacobo... —dijo el hombre acercando su rostro al del primero de los dos niños—. Tus padres me han pedido que te diga que vuelvas ya a casa.
Los niños observaron más de cerca al extraño hombre. Aparte de lo ya descrito, portaba también un extraño sombrero que parecían ser dos diminutas boinas cosidas entre ellas; una miraba hacia delante y la otra hacia atrás. Tenía un extraño bulto en la nuca, y la piel por debajo de sus orejas estaba estirada hacia la base del cuello. Llevaba los zapatos al contrario y su pierna izquierda se abría más de lo normal, como si la parte delantera de su cintura estuviera curvada y ocupara más espacio que la trasera. Su rostro también era antinatural: su boca estaba vacía, no tenía dientes ni lengua, y solo labio inferior; su pelo era castaño y liso, con un flequillo plano que le llegaba hasta las muy pobladas cejas; y en su nariz se notaba mucho el cartílago y el hueso, como si hubiera muy poca piel que los separase de ser tocados por el aire.
— Él no es Jacobo, yo soy Jacobo —dijo el segundo niño, que veía como su amigo estaba incómodo mientras el extraño hombre lo miraba.
— Entonces, Jacobo. ¿Regresarás ya a casa? —dijo el hombre, mirando esta vez al segundo niño.
— ¿De qué conoce a mis padres? —preguntó Jacobo, intentando averiguar quién era aquel hombre.
— Jacobo... ¿Sabes qué es esto? —pregunto el hombre, agachándose para estar a la altura de los niños, y, mostrando los dos objetos que había sacado de su largo abrigo: el ajo, y el trozo de malla.
— Un ajo y un trozo de metal —dijo el niño, sin entender muy bien la pregunta.
— Un trozo de metal y un ajo. ¿Sabes a qué huelen los ajos? ¿Has olido alguna vez uno? —preguntó el hombre.
— Sí, sé a qué huelen.
— Huele este —dijo el hombre poniéndole el ajo en la mano.
Jacobo dudó unos segundos y luego se acercó el ajo a la nariz.
— No huele a ajo, no huele a nada.
— ¡Aaaaah! ¡¿A nada?! —exclamó el extraño hombre—. ¿Estás seguro de que no huele a nada? ¿Por qué no se lo das a tu amigo para que lo huela?
Jacobo y su amigo se extrañaron mucho del reciente grito de aquel hombre, y, algo asustado, Jacobo le dio el ajo a su amigo para que lo oliera.
— Uf... Huele fatal —dijo el amigo de Jacobo, que sí había identificado el olor a ajo—. Huele a ajo.
— Menos mal... —dijo el extraño hombre—. Menos mal que uno de los dos sí que huele el ajo. No sé qué habría hecho, no me gustaría tener que trabajar el doble.
— Tenga, tome su ajo —dijo Jacobo, cogiéndole el ajo a su amigo y dándoselo bruscamente al extraño hombre—. Nosotros nos vamos ya.
Jacobo no se sentía nada cómodo teniendo cerca a aquel hombre. Sospechaba que sus intenciones no eran buenas, y decidió empujar levemente a su amigo para que se marchasen rápidamente y dejasen en paz a aquel hombre. Recogieron con presura sus cosas, y se levantaron del banco para marcharse del parque y regresar a sus respectivos hogares. Sin embargo, algo detuvo a Jacobo.
— Lo siento Jacobo —dijo el hombre, que había cogido a Jacobo por el brazo, y lo miraba con una mezcla de tristeza y euforia—. Tú no podrás irte ahora. Deberías haberte marchado cuando te he preguntado si querías irte a casa.
— ¡Suélteme! —gritó Jacobo pegándole golpes al brazo del extraño hombre.
El amigo de Jacobo intentó ayudar a su compañero, pero el hombre extraño uso el brazo que tenía libre para golpearlo en la cabeza y dejarlo inconsciente.
— Jacobo, que tu muerte sea servida como venganza por el daño que me infligieron —dijo el hombre, guardándose el ajo a toda prisa en un bolsillo del abrigo, y recubriendo el rostro de Jacobo con la malla metálica.
Jacobo gritó. Gritó como nunca. Gritó mientras la muerte se lo llevaba. Tarea del Funus el griterío de Jacobo. Tarea del Funus la muerte de los no manumitidos. Tarea del Funus el silencio de los que no deprecan.
Unos días pasaron silentes, como si este evento nunca hubiera sucedido.
El cuerpo de Jacobo no se encontró jamás; la policía interrogó al amigo de Jacobo, y comenzaron a buscar a alguien con la misma descripción. Todo fue en vano, no era la primera vez que un infante desaparecía en esas circunstancias, pero, sorprendentemente, todos parecieron olvidarlo a los pocos días.
Siempre sucedía igual, un niño desaparecía, y después de un tiempo era como si nunca hubiera nacido. Los únicos que recordaban a las víctimas eran los últimos que los vieron antes de desaparecer. El amigo de Jacobo intentó que la gente recordase a su amigo, pero nadie le hacía caso, y lo trataban como a un loco o un mentiroso. No hubo funeral, los padres de Jacobo no sintieron perdida alguna, solo el amigo de Jacobo y su cruel asesino sabían que Jacobo existió alguna vez.
El Funus existe como pago por uno de los peores crímenes de la humanidad. Como penitencia por ser los humanos quienes lo cometen, el Funus castiga antes de que el crimen se produzca. Para aquellos niños que cuando crezcan se convertirán en catadores de paidofilia, el Funus es la peor de sus vivientes pesadillas y tormentos.
"Como abrir los ojos y despertar de un letargo
Mi cuerpo de despojos y mi culpa de cargo
Funus no es tu amigo, porque antes mío ha sido
Funus vive cerca, no duermas sin estar alerta
¿Cómo abrir los ojos y despertar de un sueño?
Es ver los tuyos rojos y saber que de tu vida no eres dueño.
Funus ya está aquí, Funus está detrás de ti."
ESTÁS LEYENDO
Cuentos y Relatos de un nuevo mundo
FantasyHúndete de lleno en este mar de nuevas historias, fábulas, y cuentos, de un nuevo y genial universo, donde todo te resultará desconocido y estimulante. Descubre el amor, el honor, y la amistad, en estos relatos que dan paso a nuevas experiencias en...