Ira I

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Allá por los 2000 del mundo prístino, cuando la Tierra aún era joven y los humanos primitivos. Un hombre era puesto en libertad después de un extenso juicio. Su abogado, Nivek Lomax, utilizó sus extraordinarias dotes para ganarse a todo el jurado y asegurar la victoria de su cliente. Se le juzgaba por asesinar y torturar a 20 personas que supuestamente estaban relacionadas con la venta de escopolamina a través de centros farmacéuticos. Esta droga, también llamada burundanga, es la preferida de los violadores, la colocan en las bebidas de sus víctimas, haciéndolas, de este modo, extremadamente dóciles. Aprovechan ese estado para llevarse a sus víctimas y forzarlas sexualmente.

El hombre juzgado, de apellido Strafe, ahora puesto en libertad, fue padre de una hija. Su hija fue brutalmente forzada a realizar cualquier acto sexual imaginable, a continuación, fue torturada sin nada que comer o beber durante 1 semana. Habría muerto mucho antes si no hubiese aprovechado el rocío que se generaba por las mañanas en las paredes de su prisión. Sus captores vieron que no moría rápidamente, y se les ocurrió la idea de vender sus órganos vitales en el mercado negro. No estaban dispuestos a gastar más droga en ella, así que le sacaron los órganos sin adormecerla; la pobre chica, de unos 13 años, no tenía ni siquiera fuerzas para gritar de dolor cuando empezaron a rajarla.

Los inexpertos delincuentes no consiguieron más que un montón de carne picada, pues aparte de no saber nada de medicina, ninguno estaba sobrio en el momento de la operación. Decepcionados y enfurecidos, quisieron mostrar a todo el mundo de lo que eran capaces, así que decidieron colgar el mutilado y desnutrido cadáver en un puente de la ciudad. El padre de la chica, al que recientemente el cáncer se había llevado a su esposa, pasaba cada día por debajo de ese puente para ir a trabajar. Él fue el primero en ver el cadáver y avisar a las autoridades, el hombre esperaba furiosamente que la policía cogiese a los responsables, pero, pasado un mes del incidente, nadie había movido un dedo.

Así que nuestro protagonista, de origen alemán, decidió actuar; quería venganza y justicia por el crimen cometido hacia su hija. Buscó y dio caza a los captores de su hija, para ello empleó como cebo a una hija de los policías que decidieron no cumplir con su deber. Eligió a una de edad aproximada y que se pareciese físicamente, los mismos delincuentes no tardaron en aparecer. Utilizando la misma táctica, se llevaron a la hija del policía a un edificio en ruinas a las afueras de la ciudad, Strafe los siguió, igual que un depredador que caza a su presa, que, aunque sabe que su fuerza es muy superior a la de su adversario, decide esperar el momento propicio para atacar y matar.

No quiso ocasionarle el mismo mal que le sucedió a su hija a la chica que ahora estaba cautiva, así que, en cuanto oyó un atisbo de movimiento en la casa, entró sin miedo por la puerta principal. Aproximadamente serían unos 20 hombres, de estos, 3 iban armados con armas de fuego y 15 con armas blancas. Tardó 10 minutos en matar a 18, y los otros dos, al ver con qué brutalidad estaba actuando Strafe, se suicidaron, saltaron de la tercera planta consumidos por el miedo y vomitando sin parar.

Los disparos de las presas de Strafe se oyeron por todo el vecindario, los vecinos en seguida llamaron a la policía para que acudiesen a ver qué ocurría. Cuando la primera patrulla llegó al edificio, nada más entrar por la puerta y asomar la cabeza, se dieron media vuelta y fueron a pedir refuerzos por la radio. Mientras la primera patrulla esperaba a los refuerzos, salió de la casa la hija que había utilizado como cebo Strafe, estaba cubierta de sangre y temblaba sin control. Se acercó a los policías murmurando la misma palabra todo el tiempo:

— Bainbogh..., bainbogh..., bainbogh....

Los policías no le dieron mucha importancia a aquella palabra, en seguida le pusieron una manta en cima a la chica, y la sentaron en la parte de atrás del coche.

Cuando los refuerzos llegaron, la patrulla inicial se fue en seguida con la excusa de que la niña debía ir con sus padres, pero, el verdadero motivo, fue el miedo a ver qué o quién era el autor de la horrenda visión que tuvieron al entrar en el edificio.

Los refuerzos se constituían de 3 coches de patrulla normales y un vehículo de fuerzas especiales. Los de fuerzas especiales entraron primero, seguidos de la mitad de los otros policías. Cuando entraron, la mayoría se puso a vomitar de forma descontrolada. Lo que vieron ahí dentro era demasiado cruel y despiadado, incluso para el mismo rey de los demonios. Había sangre y pedazos de carne humana por todos lados; las paredes de hormigón ahora eran de color escarlata, y no se podía caminar sin pisar algo, que solo debería poderse ver con una radiografía.

En medio de la entrada se encontraba Strafe, mirando directamente a un cadáver que había partido por la mitad con sus propias manos, y dijo en voz alta lo siguiente:

— ­¡Hals und beinbruch! ­—exclamó, mientras alzaba la vista, como si rogase por algo.

Los policías lo arrestaron y dos días después se celebró su juicio, donde no solo fue acusado de tal muestra de brutalidad y falta de compasión, también fue acusado de causar un trauma a la niña, que tuvo que ver cómo mataba a todos los delincuentes, y que ahora no paraba de repetir el sonido de parte de las palabras que Strafe pronunciaba después de cada muerte: "Hals und beinbruch".

El abogado consiguió que se dejase en libertad condicional a Strafe, alegando defensa propia y anomalía psíquica. Al salir de los juzgados, Strafe caminó lentamente, fijándose en cada uno de los rostros que habían asistido a su juicio, hasta que por fin encontró lo que buscaba. Un hombre alto y delgado miraba a Strafe a través de sus elegantes gafas, su nombre era Vin Strauss. Strafe lo reconoció en seguida, ya que era un célebre doctor que se dedicaba a la distribución de farmacéuticos. Una mirada entre ambos bastó para saber cuáles eran sus intenciones. En esa mirada, ambos se habían sentenciado la guerra y Strafe comenzaría ahora, su verdadera venganza.


Raclul dijo: "Que tus actos sean causa, no causados".

También dijo: "Esta historia aún está por terminar".

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