CATORCE

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-Lucerys, ¿todo bien en la escuela?

Su madre le ha preguntado eso toda la semana y no, no es la escuela lo que le está causando conflicto. El problema es que todo se fue a la mierda. Así, literal.

Durante muchos días Lucerys tuvo que imaginar lo qué pensó Aemond al ver que no estaba ahí al despertar. Pero es que tampoco quería saberlo porque el irse no fue algo impulsivo, fue porque aquella vez fue la primera y habría querido un abrazo que lo hiciera volver a unir las piezas que Aemond había hecho explotar al entrar en él. Había conocido lo que era sentirse tan vivo y al mismo tiempo, tan poca cosa.

Dalton escuchó toda la historia, completa y eso no era algo que se le podía contar a cualquier persona. Pero era Dalton, quien había manejado por casi una hora para ir a buscarlo y quién le dijo que soltara lo que lo estaba haciendo verse como perrito apaleado.

- ¿Qué esperabas de Aemond, Lucerys? ¿Qué te dijera que te ama cuando es obvio que sólo te traìa ganas? Ya se quitó las ganas.

Se sintió idiota y aprovechando la noche y lo trémulo de la luz de la carretera, se echó a llorar como si fuera un niño pequeño al cual le han quitado una ilusión. Que si llegaban a ese punto en su relación sería porque había algo entre ambos, algo de verdad.

No ganas de coger y ya.

Porque Lucerys no era hipócrita, también tenía muchas ganas, pero también quería una sonrisa al terminar, un abrazo que ayudara a su corazón a latir normal de nuevo o que lo invitara a su ducha o lo esperaba despierto para arroparlo entre sus brazos.

-Soy idiota.

- ¿Por preferir a Aemond por sobre cualquiera de nosotros? – pregunta Dalton mientras quita su vista de la carretera y le pone una mano en la rodilla. – Sí, eres idiota y pendejo, pero entiendo, realmente querías que fuera algo más que un simple enamoramiento. Pero es Aemond, no lo olvides.

Lucerys se hundió más en el asiento, hasta Dalton comprendía que él no debería esperar nada más de su tío. Cualquier lo veía menos él, aunque creyó haberlo superado sólo bastó un poco de atención para que no pudiera sacarlo de su mente, para que lo siguiera a dónde fuera, para que le entregara todo sin más.

Llegaron de madrugada a su casa, Dalton lo acompañó a la puerta, le dejó un beso el dorso de la mano.

-Sí Aemond te busca y habla sobre todo esto, te juro que te regalo el Jeep.

- ¿Tan seguro estás de que no lo hará?

-No lo vas a ver en días, te lo juro.

Lucerys odia que Dalton haya tenido razón. No ve a Aemond en dos días y cuando esto sucede, parece que ni lo conoce. Lo tiene enfrente, sentado en una comida y no hay ni una mirada para él.

Ni una.

Se encuentra con él en el jardín y pasa de largo. Listo, ignorado una vez más.

La última vez que lo ignora es cuando se acaba su visita de verano. Se despide de todos, aunque sea con un apretón de manos como el que le dio a su padre o despeinando a los no tan niños Joff y Daeron.

¿Para Lucerys qué hubo? Nada, lo saltó para ir a abrazar a su madre y despedirse de Rhaenyra. En ese momento se acabó la tristeza, apretó los puños y sus labios se unieron formando una sola línea.

Pendejo.

-Qué te vaya bien Aemond.

Dice y no lo mira, no le responde. Bien, piensa Lucerys, pues a la chingada contigo.

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