"Ayumu, tienes un cliente que llegará dentro de 30 minutos". Dijo un hombre, recostado tras la vieja encimera de mármol, sus ojos castaños hojeando las páginas de una revista deportiva. El tipo era alto y delgado, con el pelo negro que le caía hasta la mitad de la espalda. Llevaba un estilo más formal, pantalones negros, una camisa blanca de manga larga y un blazer negro encima. La camisa estaba desabrochada, dejando al descubierto la piel blanca de su pecho.
"Uno nuevo o un cliente habitual, Ryohei-san?" -Le pregunté, no por curiosidad, sino para darme una idea de lo que debía ponerme para recibirlo.
"Es el viejo Kimura otra vez, buena suerte". - Ryohei-san habló, apartando por un momento los ojos de la revista y dirigiéndome una mirada compasiva. Asentí con la cabeza y me alejé, dejando una mueca de disgusto dibujada en mi rostro.
Maldita sea, de todos los posibles clientes, tenía que ser este asqueroso y agresivo obeso.
El cabrón parecía tener una gran obsesión conmigo, ya que soy la única chica por la que pide cada vez que visita este prostíbulo. No sé si es porque prefiere a las mujeres de pelo corto y negro o porque soy más resistente que las demás prostitutas disponibles, ya que he practicado artes marciales durante la mayor parte de mi vida, lo que a su vez me convierte en la única que puede aguantar sus retorcidos deseos sexuales que implican agresión física y, sobre todo, estrangulamiento.
En fin, al menos después de un año sirviendo a este gilipollas, ya sé lo que me depara y cómo debo comportarme para que todo acabe pronto.
Recorriendo los pasillos del prostíbulo, salí por la parte trasera del local, en dirección a un anexo de dos pisos. El modesto edificio, al igual que mi lugar de trabajo, estaba mal mantenido, su pintura no había sido retocada en mucho tiempo e incluso tenía algunas ventanas rotas. Por suerte, mi habitación estaba en el primer piso. Las escaleras de madera parecían a punto de romperse en cualquier ocasión. Me dio pena la señora Kaede, porque era la única de nosotras tres que vivía en el segundo piso.
Al entrar en la habitación, tuve que esquivar la cama para no golpearme la rodilla. Todos los cuartos de este complejo eran minúsculos, con escasísimo espacio para movernos con libertad. En cierto modo, se asemejaba a un gran pájaro atrapado en una jaula del tamaño equivocado. Aparte de la cama y el armario que había junto a ella, no había más muebles en el dormitorio.
Abriendo el armario, me agaché y halé los últimos cajones. Acabé eligiendo una pieza de lencería negra para ponerme, no porque me gustara, sino por ser la favorita de aquel gordo malnacido. También tomé objetos como esposas y un látigo. Cuando terminé de recogerlo todo, mis ojos se dirigieron a la parte interior de la puerta. Dos fotos estaban colgadas en ella.
Me levanté cautelosamente con todas mis pertenencias en la mano y eché un vistazo a cada foto. Una de ellas era de la primera vez que gané un torneo de kárate. Sostenía el trofeo en mis manos con una amplia sonrisa en la cara, mi madre me abrazaba suavemente por detrás con una mirada feliz y mi padre agitaba mi medalla delante de la cámara, señalándome con una expresión divertida.
Se esbozó una sonrisa hueca en mis labios.
Mis padres... Les echaba mucho de menos. Hacía tiempo que no tenía contacto con ninguno de los dos, no los veía desde el día en que me expulsaron de casa. El puro odio y abatimiento en sus rostros me dejó muy claro que no querrían volver a verme.
Lo único que conseguí agarrar antes de que me sacaran a empujones de la casa fue esta foto nuestra y...
Mi atención se desvió hacia la otra fotografía, en la que había un chico rubio a mi lado con sus ojos azul océano mirando directamente a la cámara y rodeando mi cuello con uno de sus brazos, atrayéndome hacia su pecho y, de paso, haciendo que me sonrojara.
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Lo que es mío por derecho
FanfictionNao está satisfecha con el desarrollo de los acontecimientos, pero cuando Hiroki desaparece, algo cambia para ella.