La sheriff de Piltover

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Capítulo 36

Caitlyn.

Me revolví entre las sábanas, despertando al sentir la poca luz de la mañana filtrarse por la ventana. Entreabrí los ojos con cansancio, observando la calma de la habitación. Un nuevo día comenzaba.

Me había pasado el resto de la tarde y gran parte de la noche, luego de la audiencia, trabajando sin obtener nada nuevamente. Finalmente recuerdo haberme dormido en el escritorio.

Supuse que Violet debió haberme cargado y traído de vuelta a la habitación.

Ladeé la cabeza un poco hacia atrás. Violet seguía dormida; podía sentir su nariz sobre mi hombro descubierto y su mano firme en mi abdomen, manteniéndome pegada a su cuerpo.

Intenté liberarme y hice un ademán de levantarme, pero ella firmó su agarre nuevamente, impidiéndomelo.

—Vi, tengo que ir a trabajar... —dije ocultando una sonrisa. La sentí negar en mi hombro.

—Mhmmnh —pronunció inentendible, esta vez sí sonreí.

—Usa tus palabras, cariño —me burlé, sintiendo su rostro alejarse un poco.

—Quédate un poco más... por favor —pidió, volviendo su cabeza a su antigua posición.

Pensé en recostarme un poco más, pero no podía. Tenía que levantarme y estar lista por si ocurría otro ataque. En caso de que no, seguiría con la investigación. No podía parar ahora.

—No puedo —contesté, quitando su mano de mi abdomen y levantándome—. Tú también deberías levantarte, te recuerdo que tienes deberes como vigilante.

—Deja de ser mandona por un segundo, mujer —la escuché decir con voz adormilada.

Caminé hasta mis pantuflas y luego me dirigí al baño, necesitaba una ducha para iniciar el día. Casi me sobresalté al sentir el agua fría en mi piel desnuda. Me duché y unos minutos después volví a la habitación envuelta en una toalla.

Violet ahora estaba sentada en medio de la cama, frotándose los ojos. Su cabello estaba despeinado y sus labios entreabiertos. Ella sonrió al verme y se recostó en la cabecera, cruzándose de brazos, marcando sus músculos ligeramente.

—¿Qué haces? Deja de mirarme. Voltéate que voy a cambiarme —le ordené, y ella fingió ofensa.

—¿Bromeas? Esto es exclusivo —respondió, aún sin quitarme la mirada de encima.

Ella notó que no iba a quitarme la toalla hasta que no dejara de mirarme y se levantó, pero no fue hacia el baño; caminaba hacia mí.

Sus manos se posaron en mi cintura, aún sobre la toalla, y dejó un beso corto en mis labios. Su mano subió hasta el nudo de la toalla.

—Déjame ayudarte con esto, dulzura —dijo, y un segundo después me había quitado la prenda. Sentí el frío en mi piel al instante.

No me moví siquiera, y ella me recorrió el cuerpo completo con la mirada, sonriendo de lado. Sus manos ahora se posaron en mis caderas, rozando la tela a los costados de mi ropa interior, lo único que me acompañaba debajo de la toalla.

—Hueles delicioso —pronunció con voz ronca mientras respiraba en mi cuello.

—Vi, déjame cambiarme. Tengo que ir a la oficina —recordé, pero ella lo dejó pasar.

—A la mierda el cuerpo policial, seguro que no extrañan a la Sheriff —contestó, ahora besando mi cuello.

Me estremecí ante sus besos. No iba a mentir, la extrañaba, demasiado y mi cuerpo reaccionaba a ello. Sus toques, sus caricias, ya eran casi una necesidad. Pero tenía que mantenerme centrada.

Corazones enemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora