No se duerman enojados

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Consejo: Oscar

Expectativa: Siempre arreglamos todo.

Contras: A veces el orgullo me gana.

Las luces de la casa estaban tenues, y el eco de las risas y conversaciones cotidianas había sido reemplazado por el silencio incómodo que llenaba la sala de estar. Habíamos estado discutiendo más de lo normal últimamente, aunque la mayoría de nuestras peleas se resolvían con la misma rapidez con la que comenzaban. Sin embargo, esta vez era diferente.

Checo y yo estábamos sentados en extremos opuestos del sofá, la distancia física entre nosotros un reflejo de la tensión que llenaba el aire. La discusión había comenzado de manera inocente, como tantas otras veces, pero había escalado rápidamente cuando Checo mencionó nuevamente la posibilidad de adoptar.

—Max, creo que deberíamos hablar en serio sobre la adopción —dijo Checo, su voz tranquila, pero cargada de emoción.

Sentí un nudo formarse en mi estómago al escuchar esas palabras. Era un tema que habíamos discutido antes, y aunque entendía sus deseos, la idea de tener hijos me llenaba de dudas y miedos.

—Checo, ya hemos hablado de esto —respondí, intentando mantener mi tono calmado—. No creo que estemos listos.

Checo suspiró, y pude ver la frustración reflejada en su rostro.

—¿Listos para qué, Max? Ya hemos estado juntos por tanto tiempo. Quiero compartir eso contigo, tener una familia.

—No se trata de eso, es solo que... —dudé, buscando las palabras adecuadas—. No sé si soy la persona adecuada para ser padre. Mi infancia no fue fácil, y no quiero repetir esos errores.

— Todos tenemos miedos, Max, pero eso no significa que debamos dejar que nos paralicen—, respondió Checo, su voz alzándose un poco—. Tú no eres tu padre.

El tono de la conversación cambió, y sentí cómo la incomodidad crecía entre nosotros. Habíamos llegado a un punto de fricción que no podíamos ignorar.

—¿Realmente no quieres tener hijos, Max? —preguntó Checo, su voz quebrándose un poco al final—. Porque si eso es así, tal vez deberíamos habernos asegurado de estar en la misma página antes de casarnos.

Sus palabras me golpearon con fuerza, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Nunca había considerado que nuestras visiones del futuro pudieran ser tan diferentes, y la posibilidad de que nuestras expectativas no se alinearan me llenó de un miedo nuevo y profundo.

—No es que no quiera tener hijos, Checo —intenté explicar, mi voz más suave—. Es solo que no quiero apresurarme en algo tan importante sin estar completamente seguro.

Checo asintió lentamente, pero pude ver el dolor en sus ojos. Sabía que mis palabras no habían sido suficientes para calmar sus preocupaciones.

Nos quedamos en silencio, el peso de la conversación envolviéndonos. Aunque había sido una discusión como tantas otras, esta había dejado una marca más profunda. Me pregunté si nuestra relación era lo suficientemente fuerte como para superar esta diferencia fundamental.

El aire nocturno era fresco, pero la sensación de pesadez en mi pecho no se aliviaba al salir de la casa. Necesitaba un respiro, un momento para pensar lejos de las cuatro paredes que ahora sentía que nos asfixiaban a Checo y a mí. Mientras caminaba por las calles de Mónaco, no pude evitar recordar cómo solían ser las cosas entre nosotros antes de casarnos, antes de que las discusiones sobre el futuro y las expectativas empezaran a ensombrecer nuestro amor.

Recordé las risas espontáneas, las escapadas improvisadas, y cómo solíamos hablar durante horas sobre todo y nada. La vida era más simple entonces, llena de sueños y posibilidades. Pero ahora, con cada decisión y cada plan para el futuro, parecía que nos estábamos alejando más de esa versión despreocupada de nosotros mismos.

El sonido de un auto que se acercaba rompió mis pensamientos. Al cruzar la calle, un coche pasó demasiado rápido por un charco cercano, empapándome de pies a cabeza. La sorpresa me dejó sin palabras por un momento mientras miraba mis ropas mojadas. El frío del agua se sentía punzante, pero fue el recordatorio perfecto de que a veces las cosas no salen como uno espera.

Con un suspiro resignado, saqué mi teléfono y marqué un número que sabía que respondería, incluso si era en contra de mi voluntad hablarle para pedirle un consejo.

Escuché los vip y rogué para que no me contestara, pero lo hizo.

—Hola —respondió la voz familiar al otro lado.

—Hola, Fernando —dije, mi voz cargada de una mezcla de cansancio y desesperación.

Hubo una pausa, y pude imaginar a Fernando levantando una ceja al otro lado de la línea.

—Max, que milagro. ¿Estás bien? —preguntó, su tono cambiando a uno más serio y preocupado.

—No lo sé, —admití, pasando una mano por mi cabello mojado—. Siento que todo se está complicando demasiado. Las cosas con Checo no son como antes, y... no sé si estoy manejándolo bien.

Fernando se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre lo que le había dicho. Sabía que él entendía las presiones de mantener una relación bajo el ojo público, pero también era uno de los pocos que conocía mis inseguridades más profundas.

—Las relaciones cambian, Max —dijo finalmente, con un tono comprensivo—. Pero eso no significa que se vuelvan peores. Solo diferentes. ¿Has hablado con Checo sobre cómo te sientes?

Suspiré, deteniéndome bajo un farol que iluminaba débilmente la acera.

—Lo he intentado, pero cada vez que hablamos del futuro, terminamos discutiendo. Y creo que lo estoy perdiendo.

—No lo estás perdiendo —aseguró Fernando con firmeza—. Ambos necesitan entenderse y encontrar un equilibrio. Puede que no sea fácil, pero si ambos se aman, encontrarán la manera de hacerlo funcionar.

Su voz era calmante, y aunque sabía que sus palabras eran ciertas, no podía evitar sentirme atrapado entre el miedo al cambio y el deseo de hacer que las cosas funcionaran con Checo.

—Gracias, —dije entedientes, apreciando su consejo y su disposición para escuchar—. Aún te odio, ¿Lo sabes?

Fernando se rió suavemente.

—Si, al igual que tú sabes que si lo dejas ir, estaré yo ahí para él. Ahora, vuelve a casa y habla con Checo. Tal vez lo que necesiten sea recordar por qué se enamoraron en primer lugar.

Asentí, aunque él no podía verme, sintiendo una chispa de esperanza encenderse en mi interior. La llamada con Fernando me había dado la perspectiva que necesitaba. Aún mojado y un poco incómodo, decidí regresar a casa y enfrentar la realidad que había dejado atrás. Porque al final del día, Checo era más que mi esposo; era mi mejor amigo y la persona con la que quería compartir mi vida, sin importar cuán complicado se volviera el camino que teníamos por delante.




Efectividad: No nos dormimos enojados, porque yo no dormí 😝

Guía para estar casado con Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora