Disfruten antes de tener hijos

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Consejo: Mamá

Expectativa: No divorciarme como ella.

Contras: Mis hijos llegan mañana.

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Me encontraba en la habitación, y la ansiedad corría por mis venas como un torrente imparable. Mis manos temblaban ligeramente mientras intentaba ajustar un cuadro que ya había colocado perfectamente varias veces. El tic-tac del reloj en la pared se convirtió en un recordatorio implacable del tiempo que se escurría entre mis dedos, y con cada segundo, la presión en mi pecho aumentaba.

—Max, para— escuché a Checo decir, pero no podía detenerme. Mis pies me llevaban de un lado a otro, mi mente era un torbellino de pensamientos, preocupaciones y lo-que-pasará-mañana.

—¡Max!— gritó finalmente, su voz cortando el aire, y me quedé congelado en el lugar. Me giré para verlo, y allí estaba, parado con esa mirada tranquila y serena que siempre lograba devolverme al presente. —Tranquilízate, todo estará bien — añadió, regalándome una sonrisa que parecía tener el poder de disipar mis tormentas internas.

Pero esta vez no funcionó. —No puedo relajarme — admití, sintiendo la angustia en mi voz mientras me dejaba caer pesadamente sobre la cama. —Nada hará que me relaje — bufé, frustrado por mi propia incapacidad para dejar de preocuparme por cada pequeño detalle. Llevé mis manos a la cara, cubriéndome los ojos mientras intentaba contener el caos en mi mente.

Checo, sin embargo, no parecía preocupado en absoluto. —¿En verdad?— preguntó con un tono que denotaba un toque de travesura, mientras se acercaba. Asentí con un suspiro, tratando de ordenar mis pensamientos mientras me sentaba en la cama, derrotado por la inmensidad de las emociones que me inundaban.

—Tengo mil cosas en la cabeza— murmuré desde detrás de mis manos, deseando poder desconectarme aunque fuera por un momento.

Pero Checo tenía otros planes. Lo escuché moverse, y al bajar las manos, lo vi arrodillarse frente a mí, una sonrisa peligrosa pintada en sus labios. —Yo sé cómo relajarte— dijo con una seguridad que hizo que mi corazón diera un pequeño brinco.

—No quiero otro té— respondí con una mueca, anticipando que me ofrecería alguna bebida caliente o un consejo bienintencionado que, aunque lleno de cariño, no me ayudaría en ese momento.

—Qué bueno, porque no te iba a dar un té— replicó mientras apartaba suavemente mis manos de mi cara. Su toque era suave, pero firme, y antes de que pudiera preguntar qué tenía en mente, sus manos comenzaron a deslizarse hacia el borde de mi pijama, bajándolo poco a poco, dejando que la anticipación se construyera en el aire.

—¿Entonces...?— apenas alcancé a decir, mi voz quebrándose mientras lo veía, mi respiración acelerándose ligeramente.

No dijo nada más. No necesitaba hacerlo. Sus labios encontraron su objetivo con una precisión que hizo que mi mente, abarrotada de pensamientos, se vaciara instantáneamente. Un suspiro escapó de mis labios, seguido por un gemido que no pude contener. Su boca era un ancla en medio del caos, y cada movimiento suyo borraba una preocupación de mi mente.

Llevé mi mano a su nuca, sintiendo el suave roce de su cabello entre mis dedos, y comencé a marcar un ritmo que él siguió con dedicación. Cada caricia, cada movimiento, era una sinfonía destinada a arrastrarme fuera de mis miedos, y me dejé llevar por la sensación, olvidando por completo todo lo que me había angustiado antes.

Los minutos se desvanecieron, y lo único que quedó fue la sensación de alivio y satisfacción que solo Checo podía brindarme. Sus labios, su lengua, su destreza, todo era un recordatorio de por qué había elegido pasar mi vida con él. Y cuando finalmente alcanzamos ese punto culminante, supe que había logrado lo imposible: calmar mi mente y recordarme que, pase lo que pase, todo estaría bien mientras estuviéramos juntos.

El ambiente en la habitación se había transformado por completo. La tensión que me había atormentado, empujándome a arreglar cada pequeño detalle hasta la obsesión, ahora era solo un recuerdo lejano, disipado por el talento de Checo y la conexión que compartíamos. El aire estaba cargado, no con ansiedad, sino con una satisfacción pesada y placentera, el tipo que se siente después de haber cruzado un umbral hacia un lugar donde todo, de repente, tiene sentido.

Checo terminó con una última succión, lenta y prolongada, que me arrancó un suspiro gutural desde lo más profundo de mi ser. No pude detenerme, no quise detenerme, y lo dejé todo en su boca, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba ligeramente mientras lo hacía.

Él, siempre tan en control, tan seguro de sí mismo, tragó con la misma serenidad con la que había comenzado. Cuando finalmente se incorporó, limpiándose con una elegancia natural, me miró con esa sonrisa que me volvía loco, esa que decía más de lo que cualquier palabra podría expresar.

—¿Aún estás preocupado?— preguntó con una pizca de diversión en su voz, como si supiera exactamente cuál sería mi respuesta, pero disfrutara de hacerme decirlo de todos modos.

—Ni siquiera recuerdo porque lo estaba — respondí, la voz arrastrándose como si estuviera drogado, como si cada sílaba me costara salir de ese estado de trance en el que me había dejado. Era la pura verdad. Todo el estrés, las preocupaciones, las listas interminables de cosas por hacer... todo se había desvanecido en el éxtasis de esos minutos compartidos con él.

Checo soltó una risa suave, satisfecha, mientras se levantaba del suelo, sus labios todavía brillando de un modo que me hacía querer atraerlo de nuevo. —Sabía que una bebida no te haría nada, pero una bebida mía sí— dijo, provocador, antes de inclinarse para besarme. El beso fue lento, con gusto a triunfalismo, y la forma en que me lo dio me decía que él también sabía lo poderoso que era sobre mí.

—¿Mejor?— preguntó, sus palabras acariciando mis labios mientras se retiraba solo un poco, lo justo para que nuestras miradas se encontraran.

—Como nunca— respondí sin dudarlo, mi voz firme mientras lo atraía hacia mí, necesitando sentir su cuerpo contra el mío. No podía evitarlo; la forma en que Checo tenía el poder de hacerme sentir tan vivo, tan completo, era algo que nunca dejaría de fascinarme.

Pero la oleada de deseo que me invadió al tenerlo tan cerca me hizo pensar en algo más. Había algo en su sonrisa, en la forma en que me miraba, que me decía que esto no tenía que terminar aquí. Mi mano recorrió su espalda mientras mi otra mano se posaba en su cintura, acercándolo aún más, hasta que prácticamente no había espacio entre nosotros.

—Espero que no estés cansado— murmuré en su oído, mi voz baja, casi un ronroneo, mientras lo mantenía atrapado en mis brazos. La idea de seguir explorando este estado de completa entrega me tentaba, y la chispa en sus ojos me dijo que a él también.

—Solo un poco— rió, ese sonido tan genuino que siempre lograba hacerme sonreír, antes de volver a besarme. Este beso fue diferente, menos urgente y más íntimo, como si estuviera sellando un pacto entre nosotros, uno que no necesitaba palabras para ser entendido.

Mientras nuestras bocas se encontraban de nuevo, supe que esta noche no se trataba solo de distraerme del estrés o de calmar mis nervios. Se trataba de recordarnos a ambos que, sin importar cuántos detalles quedaran por ajustar, sin importar cuán abrumador fuera el camino que teníamos por delante, al final del día, todo lo que importaba éramos nosotros. Y en ese momento, en esa habitación, en sus brazos, supe que estábamos exactamente donde debíamos estar.


Efectividad: 100% 😋 ¿Envidia? 😜

Guía para estar casado con Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora