No te muevas, no respires, no hables si Sergio está enojado

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Consejo: Todos

Expectativa: Sobrevivir

Contras: Perdió su equipo de fútbol, alguien se comió el último gansito, hace calor y alguien dijo que nuestro hijo no era lo suficientemente bueno.


El día había empezado relativamente tranquilo, pero yo sabía que eso no duraría mucho. Tenía a los niños en la sala, intentando hacer cualquier cosa que no llamara la atención, mientras esperábamos a que Checo llegara de la escuela de Mateo. Aparentemente, había habido una pelea... otra vez. Esta vez, Mateo había decidido que era buena idea defender el honor del equipo América, a pesar de que habían perdido todos los partidos de la temporada, y que solo habían logrado empatar un par de veces. Pero no le digas eso a Mateo, porque para él, defender al América era una cuestión de vida o muerte.

—¡Papá, no dejé que dijeran que el América es el peor equipo del mundo! —me había dicho Mateo antes de salir de la escuela, con una pequeña mancha de césped en su mejilla y un puño aún cerrado como si estuviera listo para otra ronda.

Yo solo había suspirado, recordando las veces que yo mismo me había metido en líos por defender a mi equipo favorito, aunque, claro, sin la misma intensidad que Mateo. Pero el verdadero problema del día no era solo la pelea, sino el estado de ánimo de Checo al llegar a casa. No solo tenía que lidiar con el informe de la pelea, sino que también compartía esa misma afición y el mismo enojo. Estábamos a punto de enfrentarnos a una tormenta perfecta de malas noticias.

Cuando escuché la puerta de entrada abrirse, la tensión en la sala se volvió palpable. Los niños y yo intercambiamos miradas, como si estuviéramos en medio de una misión secreta en la que cualquier movimiento brusco podría alertar al enemigo. Mateo, que siempre era el más listo para las estrategias de escape, ya estaba ideando un plan para desaparecer.

Checo entró a la sala, con el ceño fruncido, y antes de que pudiera decir una palabra, Pato decidió que era el momento perfecto para volcar su plato de cereal. La leche se esparció por el suelo como si fuera una escena de crimen, y el pequeño solo pudo gritar:

—¡Papá! —con la misma energía con la que uno anunciaría una fiesta sorpresa, mientras sus ojitos brillaban de emoción al ver el desastre que había creado sin remordimiento.

Mateo y yo nos miramos, sabiendo que estábamos al borde de un gran problema. La única opción lógica era, por supuesto, hacer lo que cualquier persona sensata haría en nuestra situación: ¡escapar! Sin pensarlo dos veces, decidí que lo mejor era dejar a Pato con Checo y desaparecer antes de que el regaño nos alcanzara a todos.

—Ven, Mateo —dije en voz baja, señalando la puerta de la habitación como si fuera una ruta de escape.

—Papá, abandonamos a Pato —murmuró Mateo con algo de culpa cuando nos escondimos tras la puerta.

—¿Quieres ir por él? —pregunté, abriendo la puerta apenas un centímetro para echar un vistazo.

Pero en ese momento escuchamos la voz firme y definitivamente molesta de Checo resonar por la casa:

—¡Patricio Pérez-Verstappen, es la última vez que desperdicias así la comida...!

Mateo y yo nos miramos de nuevo, y en silencio, cerramos la puerta con cuidado.

—Se las arreglará —dijo Mateo, riéndose como si todo fuera parte de un juego.

Pero justo cuando pensábamos que estábamos a salvo, la voz de Checo volvió a sonar, esta vez más fuerte y mucho más cerca.

—¡Mateo! —gritó desde la sala— ¡Ven ahora mismo!

Mateo me miró con resignación, sabiendo que su tiempo de libertad había terminado.

Guía para estar casado con Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora