Quiere a tus hijos como hubieras querido que te quisieran

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Consejo: De mi para mí

Expectativa: Ser mejor papá del que fueron conmigo.

Contras: Tengo miedo de equivocarme.

Cuando los niños finalmente llegaron a casa, sentí que todo en nuestra vida dio un giro monumental. Antes, el día a día de Checo y yo se había centrado en nosotros dos, en nuestra relación y en nuestra carrera, pero con la llegada de Mateo y Pato, nuestro mundo se expandió en todas direcciones, dándonos un nuevo propósito y llenando cada rincón de nuestro hogar con risas y caos.

El primer día fue un torbellino de emociones. Mateo, con sus cuatro años, era curioso, inquieto, y lleno de energía, mientras que Pato, solo un bebé de tres meses, era más tranquilo, pero igual de demandante. Desde el primer momento, supe que ser papá sería el desafío más grande y, a la vez, la experiencia más gratificante de mi vida.

Me comprometí a ser el mejor papá que podía ser, junto a Checo, quien desde el primer día mostró una habilidad natural para manejar las necesidades de los niños. Mientras yo trataba de ajustar mis rutinas, Checo parecía deslizarse en su nuevo rol con una facilidad que me asombraba. Era como si hubiera nacido para esto, y me di cuenta de lo afortunado que éramos los cuatro de tenernos el uno al otro.

Las mañanas empezaban temprano. Muy temprano. Pato siempre era el primero en despertar, su llanto suave pero persistente llenando la casa. Me levantaba de la cama, medio dormido, y me dirigía a su habitación. Lo tomaba en mis brazos, sintiendo su pequeño cuerpo acurrucarse contra mi pecho, y caminaba por el pasillo para no despertar a Checo y Mateo. Era en esos momentos de la madrugada, cuando la casa estaba en silencio y el mundo aún dormía, que me daba cuenta de cuánto había cambiado nuestra vida. A veces me sentaba en la mecedora junto a su cuna, tarareando suavemente hasta que volvía a dormirse.

Mateo, en cambio, despertaba con una energía desbordante. Apenas abría los ojos, ya estaba hablando, preguntando, y listo para empezar el día. A menudo, lo encontraba en la cocina, tratando de alcanzar la caja de cereales. Sus intentos a menudo terminaban en un desastre de leche y cereales derramados por todas partes, pero no podía evitar reírme. Checo solía aparecer en ese momento, con el cabello revuelto y una sonrisa en el rostro, listo para ayudarme a limpiar el desorden.

Nuestro día se dividía entre cambiar pañales, preparar biberones, armar juguetes y correr detrás de Mateo, quien tenía un talento especial para meterse en todo tipo de travesuras. Pero, a pesar del cansancio, a pesar de los momentos de frustración cuando las cosas no salían como lo planeábamos, había una alegría constante, un sentido de propósito que llenaba cada acción. Cada risa de Mateo, cada sonrisa de Pato, era un recordatorio de por qué habíamos elegido este camino.

Las noches eran un ritual. Después de la cena, que siempre era un evento caótico con comida volando en todas direcciones, nos acomodábamos en la sala. Mateo se sentaba en mi regazo mientras leía un libro de cuentos, su cabeza descansando en mi pecho. Checo sostenía a Pato, cantándole suavemente, mientras el pequeño se quedaba dormido en sus brazos. Esos momentos, cuando estábamos todos juntos, eran los que más atesoraba. Sentía que todo el esfuerzo, todo el cansancio, valía la pena por esos instantes de paz y amor compartido.

A medida que pasaban los días, empecé a notar cómo cambiaba. Me encontraba siendo más paciente, más atento a las necesidades de los demás, y más consciente de lo importante que era estar presente para mis hijos. Aprendí a disfrutar de los pequeños momentos, como cuando Mateo me daba un abrazo inesperado o cuando Pato se dormía en mis brazos.

Checo y yo también tuvimos que aprender a adaptarnos a esta nueva dinámica. Las citas nocturnas espontáneas se volvieron raras, y nuestras conversaciones a menudo se centraban en pañales y horarios de alimentación, pero también descubrimos un nuevo nivel de conexión. Nos apoyábamos mutuamente en los momentos difíciles, nos reíamos de los errores que cometíamos como padres primerizos, y celebrábamos juntos cada pequeño logro de nuestros hijos.

Guía para estar casado con Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora