Se el que manda

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Consejo: Don Antonio, Carlos y Lando

Expectativa: Lograrlo

Contras: Ellos no pudieron.

Tomando en serio el consejo de Carlos y Lando, me propuse ser el que tomara las decisiones en casa. Al principio, la idea sonaba bien. Me visualizaba como un líder seguro, como un tipo de jefe de hogar de esos que siempre salen en las películas.

La primera prueba llegó un lunes por la mañana.

—Hoy vamos a desayunar tostadas y café —anuncié con confianza, tratando de imponer mi decisión.

Checo me miró desde la cocina, levantando una ceja con esa expresión que ya conocía demasiado bien.

—¿Tostadas? —preguntó, con un brillo en los ojos que siempre me hacía derretir.

—Sí, tostadas —reafirmé, intentando sonar decidido.

—¿Y qué tal si mejor hacemos chilaquiles? —sugirió, acercándose a mí con una sonrisa que sabía era mi debilidad.

Suspiré, ya sintiendo mi resolución desmoronarse. Claro, ¿cómo podía resistirme a esos chilaquiles que solo él sabía preparar? En cuestión de minutos, la cocina se llenó del aroma picante y delicioso de su especialidad. El café también desapareció rápidamente en favor de una jarra de jugo de naranja fresco. Ya estaba claro quién había ganado esa ronda.

Más tarde, intenté recuperar algo de autoridad sugiriendo que hiciéramos una limpieza profunda del garaje. Era un desastre, lleno de cajas, herramientas y cosas que ni siquiera recordaba haber comprado.

—Después, podríamos ver esa serie de carreras de la que tanto hablas —agregué, intentando hacer la idea más atractiva.

Checo me miró con una sonrisita traviesa.

—O... podríamos ver una maratón de películas románticas —contraatacó con entusiasmo.

Intenté resistir. De verdad lo intenté. Pero había algo en la forma en que Checo se iluminaba al hablar de sus películas favoritas que me hizo rendirme sin luchar.

—Está bien, pero tú haces las palomitas —cedí, tratando de al menos obtener una pequeña victoria.

En la siguiente ronda, decidí que sería yo quien elegiría el restaurante para nuestra cena semanal. Tenía en mente un lugar elegante que quería probar. Pero cuando llegamos, Checo hizo una mueca al ver el menú.

—¿Qué tal si vamos al puesto de tacos que está cerca de aquí? —sugirió.

Con una risa resignada, acepté. Una vez más, Checo se salió con la suya, y nos encontramos comiendo tacos callejeros mientras él me contaba historias divertidas de su infancia. Miré mi taco, que estaba increíblemente delicioso, y no pude evitar reírme de mí mismo.

Finalmente, me di cuenta de que mi plan maestro para ser el decisor supremo había fallado estrepitosamente. No importaba cuántos consejos siguiera de Carlos y Lando, Checo siempre lograba que las cosas se hicieran a su manera, y lo peor de todo era que yo ni siquiera estaba molesto por eso.

En lugar de eso, me rendí completamente, dejé que Checo tomara las riendas de nuevo, y disfruté cada momento con él. Sus decisiones siempre terminaban siendo las mejores, y me di cuenta de que, al final, ser feliz era mucho más importante que ganar cualquier discusión.

Estábamos todos en la casa de la familia de Checo, un hogar siempre lleno de risas y ruido, cuando me di cuenta de que todos parecían observarme con una mezcla de fascinación y diversión. Por alguna razón, me había convertido en el tema de conversación por seguir a Checo a todos lados, casi como un perrito faldero.

Parece que el güerito sigue a Checo como una sombra —comentó uno de sus primos, riéndose mientras jugábamos a las cartas.

Pues claro, si Checo es su sol —agregó otro, lo que provocó una ronda de risas.

Fue entonces cuando don Antonio, el papá de Checo, se acercó a mí con una mirada seria pero amigable.

—Max, ven acá, vamos a dar una vuelta —dijo, asintiendo hacia el jardín donde el esposo de Paola, otro yerno de la familia, ya nos esperaba.

Curioso, y un poco intrigado, seguí a don Antonio y a mi cuñado. Nos sentamos en el porche, lejos del bullicio de la casa, y don Antonio empezó a hablar.

—Miren, muchachos, les voy a dar unos consejos de hombre a hombre —comenzó, bajando la voz para que nadie más nos escuchara—. Para que su palabra tenga peso en la casa, tienen que saber hacerse escuchar.

Nos explicó con seriedad cómo él, en sus tiempos mozos, siempre lograba que su voz se impusiera sin levantarla demasiado.

—La clave está en saber cuándo insistir y cuándo ceder un poco —dijo, asintiendo como si hubiera compartido el secreto del universo.

Inspirados por sus palabras, decidimos que era hora de ponerlas en práctica. Lo primero fue tratar de ser más firmes al decidir qué hacer para la cena. Yo sugerí algo sencillo, tal como don Antonio había indicado.

—Hoy vamos a pedir pizza —dije, intentando sonar convincente.

Checo me miró con una ceja levantada.

—Pero íbamos a preparar enchiladas con mamá, ¿no te acuerdas? —preguntó, sonriendo con ese encanto al que no podía resistirme.

—Claro, pero pensé que podríamos cambiar un poco las cosas —respondí, tratando de no flaquear.

Checo se acercó y me miró directamente a los ojos, sonriendo de manera que me hizo olvidar de inmediato cualquier intento de hacerme valer.

—Pizza puede ser mañana, ¿sí? Hoy enchiladas —decidió él, dándome un beso en la mejilla que selló el trato.

Más tarde, cuando nos reunimos nuevamente en el porche para hablar de nuestros "éxitos", fue evidente que ninguno de nosotros había logrado mucho. Justo entonces, apareció Marilu, la mamá de Checo.

—¿Qué están haciendo aquí los tres? —preguntó con sospecha, mirando a don Antonio primero.

—Nada, solo conversando —respondió él, tratando de parecer inocente.

—Ah, ya veo —dijo ella, cruzando los brazos—. ¿Y tú qué consejos andas dando, Antonio?

Nosotros intentamos escabullirnos, pero fue inútil. Marilu ya estaba reprendiendo a don Antonio por sus consejos, recordándole que una buena relación no se trata de quién manda más, sino de apoyarse mutuamente.

Checo llegó justo a tiempo para oír la última parte de la reprimenda y me miró con una mezcla de diversión y cariño.

—¿Tú también, Max? —preguntó con una sonrisa, haciéndome sentir como un niño atrapado con las manos en la masa.

—Bueno, yo solo quería... —intenté explicar, pero Checo simplemente me abrazó, interrumpiéndome.

—Sabes que no tienes que seguir ningún consejo extraño para ser perfecto, ¿verdad? —me dijo, besándome suavemente.

Mientras tanto, Paola había encontrado a su esposo y también estaba dándole una pequeña charla sobre cómo ser un buen compañero. Miré a mis dos cómplices en este pequeño fiasco y no pudimos evitar reírnos.

—Creo que mejor dejamos esto a las verdaderas autoridades de la casa —dijo mi cuñado, encogiéndose de hombros.

Aprendí que en la familia de Checo, el amor y la risa siempre ganan, y que a veces, simplemente ser uno mismo y seguir el flujo es el mejor plan.















Efectividad: Lo di todo. 😘

Guía para estar casado con Checo Pérez || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora