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Capítulo dos

El teléfono sonaba cuando Lali abrió la puerta de su casa. Una casa de estilo colonial. Su familia había insistido en que era demasiado grande para una sola persona cuando la había comprado. Mientras se apuraba en llegar a su habitación, tuvo que reconocer que tenían razón. Sin embargo, por mucho esfuerzo que le costara mantenerla, se sentía maravillada con su amplitud y elegancia.

—¡Por Dios, Lali! —dijo su hermana Ana—. ¿Por qué te demoraste tanto en contestar al teléfono? Ya iba a colgar. En serio, deberías instalar varios anexos en esa casa.

—¿Qué necesitas Ana? —dijo Lali, quitándose los zapatos y dejándose caer en una de las sillas.

—Pero qué manera de saludar a tu única hermana.

Ana tenía un acento muy pronunciado, algo que Lali nunca había podido entender ya que su hermano y ella lo tenían mucho más suave.

—Si has tenido un mal día en la tienda no tienes porque descargarte conmigo.

—No ha sido malo sino largo —suspiró Lali, tratando de ser paciente—. ¿Me llamabas por alguna, razón en especial, Ana?

—Bueno, la verdad es que sí. Me encontré con Patricio hoy y de casualidad me contó que piensas ir a cenar con Peter. ¿Crees que es algo sensato?

Lali intentó controlarse. La absoluta falta de tacto con que Ana se metía en la vida de los demás había sido uno de los motivos por el que las dos hermanas nunca habían estado muy unidas. No obstante, no era la única razón de ese distanciamiento.

—Hace tiempo que no necesito que me lleves de la mano.

Sensato no era la palabra que ella hubiera utilizado para describir su acuerdo con Peter, pero por nada del mundo estaba dispuesta a admitírselo a su hermana.

—Me tienes muy preocupada. Peter Lanzani ha estado fuera mucho tiempo, pero eso no cambia nada. La gente todavía piensa que la pequeña Erika Calderón estaría viva de no ser por él.

Por lo menos, pensó Lali, lo bueno de su hermana era que siempre iba directo al grano.

—Bueno, yo no pienso así. Y, si mal no recuerdo, tú tampoco le veías nada de malo a Peter.

Lali se arrepintió de sus palabras apenas salieron. Ana estaba casada con el jefe de policía, pero había sido una adolescente que con sus atributos creyó poder conquistar a cualquier hombre. Sin embargo, sus encantos le fallaron con Peter y era obvio que todavía estaba dolida.

—No hacía falta que lo dijeras. Sólo me parece que no deberías andar con él. Tú no lo conoces.

Pero Lali conocía la manera que tenía de mirarla con el corazón en los ojos, recordaba la sonrisa eterna de sus labios.

—No te preocupes, Ana. Voy a cenar con él porque Claudia me dejó algunas cosas. No porque se me haya ocurrido tener una aventura con Peter.

—¿La tuviste? Siempre sospeché algo pero nunca tuve la seguridad.

—¡No me digas! Siempre creí que sabías todo lo que sucedía en Arcadia.

—Está claro que no estás de humor para secretos, pero quiero que sepas que más tarde iré a verte por si necesitas hablar con alguien.

—No te he invitado, Ana —respondió Lali, tratando de contenerse—. Ya soy grandecita como para saber manejarme a mí misma y a Peter Lanzani.

—De todas formas, será mejor que no bajes la guardia. Sospecho que tiene al diablo metido en el cuerpo.

—Yo creo que eso nos pasa a todos un poco —dijo Lali antes de colgar.

Culpable Where stories live. Discover now