Peter salió de su casa pensando que habían sido dos miserables días. Se había pasado la mañana sentado frente a la computadora sin que las palabras fluyeran para crear una historia mientras que su vida había tomado un curso extraño.
Los Calderón se habían ido de la casa de al lado después de lo sucedido con Erika y Peter no conocía a la mujer que cuidaba las flores de su jardín. Aunque la saludó, pero ella se apuró para alejar la mirada. Empezaba a esperar aquellos desaires aunque nunca se acostumbraría.
Había cambiado su auto por uno menos serio. Manejar con el viento agitándole el pelo siempre lo había ayudado a despejarse. Iba a necesitarlo. No había sido una buena idea quedarse en Arcadia, pero la decisión de irse ahora ya no dependía de él. Hacía dos días que Joaquín Campos se había encargado de dejarlo bien claro. Peter se había dado cuenta de que una patrulla pasaba con demasiada frecuencia por su calle desde el secuestro de Luz, Sin embargo, cuando había ido al grifo para llenar el tanque de su auto, el vehículo blanco y negro de la policía se le había acercado.
—¿Vas a algún sitio, Peter? —había preguntado Joaquín en su habitual tono despectivo.
—No creo que sea asunto tuyo, Joaquín.
El jefe de policía había soltado una de sus carcajadas que indicaban desconfianza.
—Bueno, yo creo que sí. Me parece que tengo derecho a mantener bajo control todos los cabos de esta investigación, si entiendes de lo que estoy hablando. Si yo fuera tú, no se me ocurriría irme a ningún sitio.
—Y a mí me parece que también tengo mis derechos. Si me estás ordenando que no me vaya de la ciudad no esperes que te haga mucho caso. No soy ningún pendejito de Arcadia para pensar que lo que tú dices es palabra santa. Tengo la ley de mi parte, Joaquín. Puedo ir y venir si me da la gana y tú no puedes hacer nada para impedírmelo.
La sonrisa había desaparecido de los labios del policía un rato antes de que Peter dejara de hablar. Por el contrario, la ira tiñó su cara de rojo.
—No estés tan seguro. Puedo acusarte de secuestro y si eso no funciona, puedo llamar a la policía de Buenos Aires y contarles mis sospechas. Me imagino que un escritor de moda como tú no se sentirá muy cómodo con ese tipo de información en los periódicos.
—¿Sabes una cosa, Joaquín? He pasado muchos años pensando demasiado bien de ti. Creía que tenías tanta inteligencia como un caracol. Ahora me doy cuenta de que eres aún más estúpido.
Peter sacó unos billetes de su billetera para pagarle al empleado, que había oído su conversación. Subió a su auto y salió del pueblo a pesar de las amenazas del jefe de la policía. No creía que lo siguieran. No podía irse sin que le resultara imposible poner a la venta la casa con toda la ciudad convertida en una aglomeración de rumores en su contra. Ni siquiera le habían dejado tiempo para recuperarse de la muerte de su madre.
Eso había sucedido el martes y ya era jueves por la tarde. Peter sentía la necesidad de alejarse de Arcadia un rato. No hubiera sido inteligente irse definitivamente hasta que se solucionara aquel misterio. Su reputación profesional estaba en juego. No deseaba que lo asociaran con los fatídicos acontecimientos que habían tenido lugar en Arcadia.
Cuando subió a su auto se sintió mejor. Sabía que sus problemas estarían esperándolo cuando volviera, pero ya tendría tiempo de enfrentarse a ellos. Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que Lali había tenido razón al sugerir que alguien intentaba inculparlo. Sobre todo porque no parecía que Joaquín sospechara de nadie excepto de él. Alguien en aquel maldito lugar intentaba arruinar su vida.
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Culpable
RandomAunque en el pasado te perdiste en mi amor me creíste culpable Y ahora en el presente ¿aún crees que fui yo?