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Lali dejó la revista para intentar volver al presente, pero el pasado la retenía entre sus redes. Erika Calderón nunca había sido encontrada ni tampoco su secuestrador. Conforme pasaron las semanas y el jefe Indacochea no avanzaba en el caso, la gente dejó de llamar secuestrador a Peter para tildarlo de asesino. Las únicas personas que lo consideraban inocente eran Claudia, los tíos que habían criado a Erika y el jefe de la policía. Sin embargo, Lali nunca rompió su silencio.

Lali cerró los párpados con fuerza sin conseguir que las imágenes del pasado se desvanecieran. Si hubiera tenido el valor suficiente como para haber cumplido con su deber quizá podría haberlo superado después de tantos años. Recordaba vivamente la mezcla de amor, remordimientos y culpa que la habían atormentado durante aquellos días. Había actuado mal, pero sólo era una chica asustada por una sociedad rigurosa y un padre dominante. Pero el jefe Indacochea nunca presentó cargos contra Peter y la necesidad de ir a confesarle lo que había sucedido aquella noche no se dio. Peter desapareció dos semanas después del secuestro reforzando la opinión general de que él había sido el culpable. Lali no había vuelto a verlo hasta la semana anterior.

Cuando se levantó de la cama, temblaba de pies a cabeza. Sólo habían tenido una relación de dos semanas, pero habían sido suficientes para cambiarla para siempre. Intentó calmarse sabiendo que nunca podría ser neutral en lo referente a Peter. Hacía tiempo, la había embargado una vehemente pasión que ahogaba todo sentido común. Al encontrarse de nuevo, otra clase de sentimiento la atormentara. Era la culpa.



El reloj era de oro y realzaba la elegancia de su muñeca. Eran las siete y media cuando llegó a la puerta de Peter. Se había abstraído tanto en sus recuerdos que no había sido consciente del pasar del tiempo. Cuando reparó en lo tarde que se le había hecho sólo tuvo tiempo para ponerse un jean y un polo limpio, además de peinarse con rapidez.

Se detuvo ante la vieja casa que había sido de Claudia para recuperar el aliento. Antes de que pudiera tocar el timbre, la puerta se abrió. Lali dio un paso hacia atrás. Los últimos rayos de sol cayeron sobre Peter resaltando la masculinidad de su cuerpo. Tuvo la sensación de que tenía un aspecto aun más extraño que en el cementerio con su terno y su pelo cortado por un profesional.

—Ya me parecía que había oído algo aquí afuera. Pasa.

Lali se dio cuenta de que Peter sí se había arreglado para la ocasión. Tenía puesta una camisa de manga corta y un pantalón blanco. Ella miró las zapatillas que se había puesto y se mordió los labios. Apenas había entrado en la casa y ya estaba en desventaja.

—Siento llegar tan tarde pero es que... —se detuvo al darse cuenta de lo que iba a confesarle—. Se me pasó volando el tiempo.

—Creí que habías vuelto a cambiar de opinión —dijo él, dándole a sus palabras un doble sentido.

Hacía doce años no había aparecido a la cita. Ahora, llegaba media hora tarde y con aspecto desaliñado. Aquello hablaba sobre cuánto le importaba él.

—Vamos, la cena está casi lista.

Peter se dirigió al jardín trasero y ella lo siguió con un paso más lento. Nunca se había sentido cómodo dentro de la casa, ni siquiera de niño.

Parecía demasiado pequeña para alojar todos los muebles y cachivaches de Claudia. No se sentía de ninguna parte. No le gustaba aquella casa ni aquel pueblo, pero tampoco le gustaba la violencia y las multitudes de Buenos Aires. Lo único que le gustaba de Buenos Aires era que la gente no hablaba sobre sus vecinos. A nadie le importaba la vida de nadie.

Cuando llegaron al jardín, Lali se dio cuenta de que Peter había hecho un esfuerzo para que la mesa quedara romántica. En el centro había un jarrón con flores amarillas recién cortadas. Unas copas de vino de tallo largo contrastaban con los platos color marfil a juego con los recipientes de las ensaladas. Un ventilador refrescaba el rincón, pero las manos de Lali traspiraban. Se preguntaba por qué Peter se esforzaba en gustarle cuando su vieja traición se interponía entre ambos.

Culpable Where stories live. Discover now