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—¡Lali, espera! ¡Lali! —la llamó Daniel.

Lali contuvo el impulso de apurar el paso. Preparó una sonrisa fingida y se dio la vuelta para esperarlo. En contra de lo que era habitual, Lali había cambiado el jean por un pantalón color caqui y una blusa beige y roja de manga corta. Sabía, aunque no se atrevía a confesárselo, que la causa del cambio era la posibilidad de encontrarse con Peter.

Daniel había acelerado el paso para llegar a su lado. Se le caían los lentes sobre la nariz. Con el maletín en la mano y una camisa blanca parecía un ejecutivo, sólo que la corbata era demasiado corta. Lali lo molestaba a menudo sobre su manera de vestir. Él se defendía diciendo que a la gente le gustaba que su contador pareciera un hombre de negocios. Sin embargo, aunque eran las ocho de la mañana, Daniel ya se veía desaliñado y tenso.

—¡Uf! Pensé que nunca te alcanzaría. Deberías dejar que te pase a recoger para ir a trabajar.

—Buenos días, Daniel. Ya hemos hablado sobre eso. No salgo a trabajar a la misma hora todos los días y, además, mi casa no te quede de camino.

—No me molesta desviarme unas cuantas cuadras para recogerte, Lali.

—Si sé y te lo agradezco. Pero no tiene sentido que vengamos a trabajar juntos. Será mejor que nos conformemos con encontrarnos de vez en cuando.

Daniel le caía bien. Era tan fiel y amable como un cachorro, pero sabía que la seguiría a todas partes si no le hablaba en tono cortante.

—Es una mañana hermosa —comentó Daniel.

Hasta ese momento, Lali no se había dado cuenta, ocupada como estaba en borrar los recuerdos de la noche anterior. Un sueño inquieto le había dejado unas ojeras pronunciadas. Había utilizado un tiempo desacostumbrado intentando camuflarlas con el maquillaje.

—Una de las pegas de vivir en el sur es que te acostumbras a este tipo de cosas. Tenemos tantas mañanas hermosas que acaban por parecemos normales.



—También hizo una bonita noche ayer, ¿no crees lo mismo, Lali? —apostó él.

—Sí, muy linda —dijo ella, negándose a sacar el nombre de Peter en la conversación.

—Me sorprendió mucho verte en compañía de Peter Lanzani. Creí que el asunto del secuestro te había alejado de él hacía tiempo.

Lali se enfrentó a Daniel. Los ojos de este brillaban peligrosamente.

—Peter no secuestró a nadie. ¿Puedes entenderlo? Todo no es más que mentiras. Es un hombre decente que no se merece que lo traten de esa forma.

Daniel dio un paso atrás. Tenía la expresión de un niño al que acabaran de castigar.

—¡Bueno, está bien! Sólo repetía lo que todo el mundo ha estado comentando durante años. No quería hacerte enojar.

—Linda forma de lograr algo que no querías, Daniel —dijo ella, esforzándose por mantener el control de sí misma—. De todas maneras, yo tampoco tengo derecho a tratarte así. Pero acuérdate que ni siquiera lo acusaron oficialmente y acá todavía lo trata como si fuera un criminal.

La cara de Daniel se tensó. Un músculo mientras torcía la boca.

—Parece que te preocupas mucho por él.

—Daniel, Peter forma parte de mi pasado —dijo ella aferrándose al discurso que no había dejado de repetirse desde que se levantó—. Ya no lo conozco. Anoche fui a su casa porque Claudia quería que yo tuviera algunas cosas suyas. Eso no significa nada. Pero admito que me molesta que lo traten tan injustamente.

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