Capítulo III: You Are In Love

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Día a día se convertía en una tortura nueva. Cada mirada, cada toque, cada palabra, cada sentimiento parecía crecer un poco dentro de su ser. No podía negar el latido de su corazón en cualquier momento que su nombre era mencionado, el nombre de ese hombre que le había robado más que el sueño, su corazón.

Y es que nunca lo admitiría, pero había algo en la presencia híper masculina de ese personaje que lo atraía cada vez más. Era enigmático, imponente, serio, formal, un arquetipo del hombre más masculino que ha pisado la faz de la tierra. Era un misterio saber lo que pasaba por la mente de ese hombre, ni siquiera el azul brillante de sus ojos metálicos ayudaban a resolver el misterio detrás de esa fachada seria y aspecto formal en cada traje que vestía.

No se podía dar ni permitir el lujo de dejarse absorber por esos potentes y latentes sentimientos que albergaba dentro de su ser. No era correcto, no era lo que él quería. Estaba consiente que nunca se fijaría en alguien como él. "De baja categoría", pensó.

No podía rehusarse a admitir (para sí mismo) que había algo, un algo muy fuerte que lo atraía como un imán al metal. Tal vez eran sus ojos congelantes (que parecían meterse en mi alma y rebuscar algo con lo cual burlarse de mí), su cabello dorado cortado majestuosamente permitiendo ver pequeños rebosos de un blanco acentuado en las raíces, o esa pequeña y muy difícil de visualizar barba del mismo tono de su cabello que adornaba su perfilado y marcado rostro, o tal vez esos hoyuelos que se le formaban cuando algo lograba robarle una sonrisa... no sabía qué era, pero estaba ahí, latiendo con fuerza.

Desde que lo vio por primera vez quiso saber más de él. Quería conocerlo mucho más. No era solamente la intensa necesidad de saber quien sería su jefe en los próximos años, quiso culparlo a esa necesidad, pero era imposible creer que era por puros motivos laborales.

El verlo siempre con ese impoluto traje negro de alta costura era lo mejor que le podía pasar a su mañana. Siempre negro, nunca azul, o café, o gris, no, siempre negro. Corbata a juego, zapatos elegantes del mismo negro, el único color era el pañuelo que adornaba su saco cerca de su corazón. Ese único tono de distinto color era lo que resaltaba aún más su piel o su seriedad. ¿Cómo algo de color podía significar tanto, y aún así, tan poco? Era un enigma.

Y, aunque él creyera que el trato que el mayor le daba no era el mejor, siempre creyó que se debía a un cierto potencial que él observaba en el de menor estatura. Siempre intentando sacar lo mejor de sí en cada cosa que le mandaba, siempre el secretario servicial y atento a su jefe. Claro, por puros motivos enteramente profesionales, eso se decía en un intento de engañar a su mente, y más importante, a su corazón. No servía de mucho.

Quería gritarle a todos lo mucho que quería que ese rubio fuera suyo, de nadie más, ser el que cuidara de él, el que estuviera si se sentía mal, si se sentía bien, ser su paño de lágrimas y su mayor felicidad, quería estar con él en las buenas, en las malas o en las peores. Quería demostrarle lo mucho que valía, lo mucho que anhelaba una pequeña oportunidad y lo mucho que demostraría que no sería en vano.

Lo deseaba tanto, lo anhelaba tanto, le carcomía por dentro. Era prohibido

En tal magnífica vida no podía caber él en lo que sea que se pudiera dar. Él era su empleado, un trabajador entre tantos, uno más en la nómina. No podía permitirse el lujo de ilusionarse, no podía permitirse el hacer del conocimiento del rubio que alguien como él estaba interesado en algo más que ser condecorado como el empleado del mes, no podría tolerar el rechazo ni cambiar de empleo, necesitaba más el empleo que otra cosa.

Era un tipo de mantra, era lo que le permitía mantener la cabeza fría cuando sentía un pequeño tacto de la mano de su jefe cuando le entregaba algo, era lo que hacía a su intimidad mantenerse en su posición cuando le veía sentado en su escritorio con una pierna más arriba que la otra y la forma tan desconsiderada en la que ese pantalón de tela abrazaba sus muslos.

Pobre Secretario || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora