Capítulo V: El Alboroto

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Siempre que venía alguien a esta empresa, siempre era un ir y venir. Es que parecía que nadie sabía lo que se tenía que hacer en estas situaciones. Corrían todos (incluyéndome) como cucarachas sin cabeza. Había un desmadre a diestra y siniestra.

Teléfonos sonando, por un lado, gente cuchicheando por el otro, chismeando, murmurando, todo era la comidilla de todo, y es que todos se preguntaban quién era el enigmático Señor Hamilton. Sí, hasta decirlo se había convertido cansino para mí. Eso era en TODO lo que pensaba el Sr. Verstappen. "¿Ya reservaste el restaurante?", "¿Ya le dijiste al chófer a qué hora lo irá a recoger al aeropuerto? No hay que hacer esperar a nuestro invitado, el Sr. Hamilton tiene que llevarse una buena impresión", a este punto todo me hacía creer que el Sr. Ojos de Hielo no era tan hetero como parecía. Ni por su papá se preocupaba tanto como con este señor que no sé quién carajos es.

Sí, me había dado la tarea de buscar un poco sobre él, nada que la confiable Wikipedia no pudiera contestarme. Hasta donde sé, era alguien sumamente importante en este negocio, tanto así, que se había convertido en una celebridad casi casi, con cierto gusto por el buen vestir, todos los días era la Fashion Week de Londres para este señor, porque no contento con vestir haute couture, también era británico, todo bien con él.

Había buscado fotos y revisado sus redes sociales por ningún motivo aparente más por saber de quién sería secretario provisional en las próximas semanas (ojalá se conviertan en días), debía admitir que la Wiki no mentía, sí sabía vestirse y se veía sumamente guapo en todo lo que se ponía. Era como ver un modelo, un supermodelo, ahora entendía por qué Anna Wintour lo invitó a la Met Gala, tenía buen porte y no temía a expresarse a través de sus atuendos. Un punto para él.

Todo lo contrario, al Sr. Trajes Negros, siempre el mismo traje negro todos los días, que sí, que me encantaba verlo y siempre he creído que se ve sumamente sexy y atractivo en todos y cada uno de ellos, pero agregarle un poco de color a la vida no creo que sea tan malo. Bueno, era el gran Max Verstappen, no podía pedirle mucho a la vida, ya con sus pañuelos medianamente coloridos debería darme por servido.

Después de haber divagado un poco (y haber desconectado mi cerebro) pensando en el enigmático huésped que tendríamos en las próximas semanas, era momento de correr por mi vida y entregar el itinerario a todos los secretarios del edificio para que los jefes de las áreas supieran que el Sr. Hamilton tendría reuniones personales con cada uno. Sí, estas ganas de matarme se las debía a él, ya estará contento.

Parado enfrente del (ahora ya funcional) elevador, moviendo de arriba para abajo el zapato en un vaivén que denotaba la más pura de las desesperaciones, escuché que alguien me hablaba.

- Sabes, eso no hará que baje más rápido – y una risa, fruncí el ceño y me giré, dispuesto a mentarle su madre a quien sea que creyera tenía la osadía de molestarme...

- Perd-... – el Sr. Ricciardo sólo me sonrió aún más grande que siempre, a veces este señor parecía un niño, era muy raro. Definitivamente, no podía soltarle la mentada que tenía en mente y menos seguir con mi cara de emperrado. Era un jefe y su sonrisa es contagiosa – ah, sí, jaja – era una risa medio fingida, ojalá no lo note.

- La oficina se vuelve loca cuando alguien nos visita, ¿no crees? – veo que este señor tiene muchas ganas de platicar.

- – digamos que yo no tenía muchas ganas.

El elevador, después de ver lo miserable que estaba siendo, decidió llegar justo a mi piso, lo cual aproveché para colarme rápidamente, una vez que las puertas se abrieron. Sólo esperaba que el Sr. Risas decidiera cortar todas ganas de comunicación que podría tener.

Pobre Secretario || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora