Feliz cumpleaños, tía.
Nunca me había parado a felicitarte. Quizá porque nunca he sentido que tu vida fuera acorde con tu edad, ya sabes a qué me refiero. O quizá es que daba por hecho que otros tenían que hacerlo.
Por lo que sea, es ahora de romper esa mala costumbre.La celebración de este año va a ser especial, y no porque vayas a tener un fiestón aka proyect x, sino porque, esta vez, te vas a dar la importancia que mereces.
[Ojalá]
Esto no tiene nada que ver con que tus amigos, familia y pareja te quieran bien, bonito y sepan cómo hacerte sentir arropada, querida y en casa (que también es muy importante). Más bien, tiene que ver con que tú, por Dios y por la Virgen, veas el pedazo de hogar que tienes frente a ti, la cantidad de límites que has puesto en tu vida (para bien) y lo lejos que se escuchan las voces que llevan tu nombre y te hacen sentir pequeña.Por eso mismo, voy a regalarte estas palabras:
• No "tienes que", si no quieres o te hace sentir mal. Porque es hora de disfrutar más y/o preocuparte menos.
• La meta no es escribir mucho en poco tiempo, si no disfrutar de cada palabra y del proceso a tu ritmo. Porque nadie es igual que tú. Porque no puedes comparar eternamente tu trabajo con el de los demás. No es sano, tía. Date cuenta. Imponer es un familiar directo del sufrimiento y de las voces.
• No leas más ni leas menos. Lee lo que te salga del chumino y punto.
• Sé feliz con lo que has conseguido y no te centres en lo que "podías haber tenido si...". Deja de castigarte de gratis.
• Di lo que sientes siempre con asertividad, pero dilo. Que luego te callas y vienen los dolores de tripa, cabeza y corazón.
• Abrázate.
• Escríbete a ti misma.
• Deja en tus libros cada vez más de ti.
• No te juzgues más, pesada.
• Quiere(te) mucho.
Recuerda estas palabras, María, y que no se te olviden.
Felices 31 para mí, joder.
Con perdón o sin él.
Con voces en susurro o en gritos (porque las pienso acallar a todas).
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Pequeñas catástrofes con final (in)feliz ©
PoesíaA veces queremos ser escuchados; enfadados y frustrados porque no hay oídos para nosotros. A veces queremos guardar silencio; encerramos en un cajón lo que nos duele por si algún día lo olvidamos. Y, cuándo por fin llega alguien que nos pide hablar...