A los trece escribí mi primera canción.
La compuse entre lloros,
la regalé a alguien que ya no recuerdo
y la mostré a otros tantos orgullosa y sonriendo.No sé qué pretendía pero sí lo que logré:
un millar de "tonterías" y un "mañana la grabaré".Adivina qué murió antes nacer.
A los quince escribí mi primera fanfic
en un fotolog anónimo, con una fea fuente y fotomontajes mal logrados.
Me avergonzaba de lo que escribía,
de reflejar en personajes lo que mi alma ansía.
Al año la abandoné y jamás le di el final que merecía.Adivina quién se dejó de historias porque en ella no creía.
A los veintiséis, con hambre de letras y sin rumbo, garabateé una historia que pretendía ser la mía.
La que rompería el sortilegio del silencio después de tantos años.
Pero la suerte no estaba de su lado.Adivina qué le pasó a ese borrador silenciado.
Ahora, cuatro años después y con dos libros sobre los hombros,
no me dejo engatusar por la duda agazapada en un rincón.
Escribo sobre mundos y escenarios que bordean la cruda realidad
como aquella primera canción.
ESTÁS LEYENDO
Pequeñas catástrofes con final (in)feliz ©
PoesiaA veces queremos ser escuchados; enfadados y frustrados porque no hay oídos para nosotros. A veces queremos guardar silencio; encerramos en un cajón lo que nos duele por si algún día lo olvidamos. Y, cuándo por fin llega alguien que nos pide hablar...