Abuelo Maraima

80 70 1
                                    

I

Mi bisabuela siempre fue muy selectiva con sus novios, tuvo muchísimos pero solo se casó con uno cuando solamente le quedaban diez años de vida: se llamaba Mauricio Maraima, un negro trinitario asentado en las penínsulas de Paraguaná.

Si no estoy equivocada creo que eso está por el Lago de Maracaibo; mi abuelo siempre se la pasaba viajando como un nómada, dando vueltas como un perro holgazán por todas las esquinas del país, lo más extraño era que siempre lo rechazaban en todas las casas de estudio y los puestos de trabajo; claro, hasta Que conoció a mi abuelita.

Mi abuela siempre había renegado del matrimonio, decía que era una suntuosa cárcel que poco a poco se transformaba en un infierno terrenal. Conoció a Maraima mientras trabajaba de obrera en una escuela pública, (no sé por qué digo obrera, si en realidad mi abuela era barrendera) ella limpiaba los salones en el turno de la tarde, siempre lo hacía junto a su amiga Eva Rodríguez, una viejecita adorable que sufría de vitiligo.

Lo escribo como lo escuché de oídas... De generación en generación esta historia se ha transmitido en forma de conocimiento vulgar, que propiamente dicho horrorizaría a mi profesora de metodología de la investigación, la cual, dicho sea entre paréntesis odia el conocimiento rutinario y vulgar; Eva Rodríguez conocía desde añacatales a Mauricio Maraima, con 58 años era 15 años menor que mi abuela, habiendo sido rechazado de todas las empresas subsiguientes del Estado, decidió incluirse en el mercado informal.

De esta manera empezó a vender Casabe en el mercado municipal. Era una especie de galleta realizada con Yuca amarga, la cual hacía lo incomible comible. Es un extraño juego de palabras, A veces escribo con errores de ortografía, pero sé que ustedes están captando mi mensaje.

El señor iba todos los días a recoger a su nietecita a la escuela, y algunas veces se detenía unos minutos para hablar con Eva, En una de esas entabladas conversaciones se dio de cuenta de la figurita rezagada que limpiaba los pasillos: era mi querida abuelita. Mi abuela en ese entonces tenía cuatro hijos de un matrimonio anterior, era divorciada y se había resignado a permanecer soltera hasta el día de su muerte.

II

Hacer gala de galantes galanterías sería la gota que derramó el vaso de la copa de La Última Cena; mi abuela ya estaba muy vieja para volver a leerse el cuento de los pajaritos preñados, y solo ignoraba al pobre indio Maraima.

Sería de enorme menester narrar esto desde una perspectiva de mito fantástico, para no aburrir a la teleaudiencia.

¡Ah, qué intrigante!

Imaginemos que la escena se sitúa en una comunidad indígena de un país andino, donde el aroma de la hierba y la tierra inundan el aire. El indio Maraima se encontraba completamente enamorado de la abuela, y estaba decidido a conseguirla.

Maraima, un joven indio, se había enamorado de la hermosa hija de un cacique, la abuela de nuestra narradora. Maraima estaba decidido a ganar su corazón, pero él sabía que debía ser una misión ardua, ya que el cacique no era nada abierto a la idea de que su hija se casara con un indio común. Había trabajado duro para ganarse la aprobación del jefe de la tribu, pero siempre se veía rechazado. No obstante él no estaba dispuesto a darse por vencido. El joven indio continuó cortejando a la mujer de sus sueños, tratando de encontrar nuevas y creativas maneras de impresionarla.

Él le llevó cestas de frutas exóticas, le regaló joyas y plumas de aves preciosas, y trató incluso de desafiar a los guerreros del clan vecino para demostrar su valor y su nobleza. Pero nada parecía ser suficiente para impresionar al cacique y ganarse su aprobación. Maraima continuaba en su misión, sin saber que, en el fondo, tu abuela ya había empezado a enamorarse de él. Ella disfrutaba los regalos y la compañía de Maraima, pero no quería causar un escándalo en la tribu al desafiar los deseos de su padre. Sin embargo, su atracción era difícil de ignorar, y tuvo que elegir entre seguir sus deseos o ser fiel a su pueblo. Maraima se mantenía firme en su compromiso, intentando ganar la aprobación del clan de su amada, mientras su propia tribu empezaba a sospechar que estaba planeando algo más grande.

Los rumores y el rechazo lo perseguían, pero Maraima se mantuvo en lucha.

Y al final... ¿Cuál fue el resultado?

Se casaron y se aguantaron hasta el final.

III

¿Ella podría correr con la misma suerte?

A medida que la mente de Liz se llenaba con el recuerdo de su abuelo, una parte de su corazón seguía tratando de aferrarse a la posibilidad de que el amor pudiera encontrar su camino hacia ella.

¿Sería una locura creer que el Sargento Leal podía ser esa persona?
A pesar de la voz de su abuelo, sus dudas empezaron a hacer mella en su corazón. Pensó en la posibilidad de un amor que no fuera correspondido, y su corazón se llenó de miedo.

Se daba cuenta de que si su corazón se rompía en el ejército, no tendría a nadie para reconfortarla, y ella podría quedar vulnerable en un lugar donde la debilidad era vista como una señal de amenaza.

El ejército era un ambiente rígido, una máquina de guerra que no toleraba los errores de cálculo. La chica había oído historias de soldados que habían cometido errores y habían pagado un precio muy alto por ello, y ella no quería caer en esa trampa.

Un amor clandestino siempre tiene un aire de peligro y emoción, pero también de inevitabilidad. Los rumores no tardaron en esparcirse por la compañía. Las miradas curiosas y los murmullos a sus espaldas comenzaron a ser algo constante. Liz sabía que su relación con el Sargento Leal podía poner en riesgo sus carreras y, más aún, su integridad en una institución tan estricta como el ejército.

Un día, durante una reunión rutinaria, Liz notó que varios compañeros la miraban con desconfianza. Las sospechas no solo recaían sobre ella, sino también sobre Leal. La tensión era palpable, y supo que debía tomar una decisión difícil.

—Leal — dijo una noche con voz quebrada, — no podemos seguir así. Nos están observando, y si nos descubren, será el fin para ambos.

Leal la miró con tristeza, pero asintió. Sabía que Liz tenía razón, aunque el dolor era casi insoportable.

La Cueva De Los EncantadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora