Tuberculosis Pulmonar

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I

Imagina transitar por las calles empedradas de una ciudad del siglo XIX, donde cada esquina susurra secretos y cada sombra oculta historias de amor, dolor y esperanza. En una época en la que el progreso y la miseria caminaban de la mano, el azote de la tuberculosis se convirtió en el telón de fondo de muchas vidas. Fue esa misma enfermedad la que dibujó las líneas de una historia de amor tan intensa como imposible, entre Abuelita y el Cacique Maraima.

El destino los unió en un hospital improvisado, una antigua mansión convertida en refugio para los enfermos de tuberculosis. Abuelita estaba allí, no como paciente, sino como voluntaria, inspirada por el deseo de aportar un grano de arena en la lucha contra el mal que comenzaba a consumir a su comunidad.

El primer encuentro entre ellos dos fue en medio del caos. La sala de curaciones era una sinfonía de toses y susurros ahogados. Entre todo ese sufrimiento, los ojos se encontraron. Él, con su bata blanca manchada de esperanzas truncadas; ella, con un pañuelo cubriendo su cabello y una sonrisa tierna que desafiaba la desesperanza.

A medida que la tuberculosis avanzaba, arrebatando vidas sin distinción, el vínculo entre Maraima y Abuelita se fortalece. La relación que surgió entre ellos era un bálsamo en medio del sufrimiento, una llama de esperanza en un mundo oscurecido por el humo de la enfermedad.

Sin embargo, la tuberculosis no era solo una amenaza para los enfermos, también lo era para los que cuidaban de ellos. En un giro cruel del destino, Abuelita comenzó a mostrar los síntomas: tos persistente, fatiga y fiebre. Maraima, con el corazón destrozado, hizo todo lo posible para tratar a la mujer que amaba, pero en lo más profundo de su ser sabía que la enfermedad no perdonaba.

Abuelo Maraima era un ser humano intrépido y arrogante, con los ojos normalmente rojos inyectados en sangre y con dientes negros tiznados como el carbón; sin embargo su apariencia no ocultaba su gentileza y jocosidad por lo cotidiano y el porvenir.

Siempre tengo presente en mi mente un recuerdo algo fuerte; por más que lo intente nunca puedo exiliarlo al extranjero de mis pensamientos... Es algo trémulo en dolor e incertidumbre, el cual camina escoltado al lado de una tímida sonrisa de Negras desavenencias médicas.

Los recuerdos de la muerte de su abuelo Maraima llenaban el corazón de Liz de amargura. Recordaba el día en que su abuelo había muerto, con su cuerpo encorvado y sus pulmones ahogados por el humo negro de las chimeneas.

Ella había sentido una deficiencia de amor, y su alma había hecho una promesa de venganza contra quienes habían causado su muerte. Pero no contaba con que ella siempre había tenido un corazón noble.

Liz tenía un corazón noble, y había sido educada por su abuelo Maraima para hacer lo que era justo, aunque el camino fuera difícil.

Su corazón estaba lleno de amor y compasión, pero también era fuerte y resistente, como la madera de un roble viejo.

En el país natal de Liz, la tuberculosis era una desgracia que se extendía como una plaga entre las personas pobres y desposeídas. Los malvados señores de la tierra, con sus bolsillos abultados y sus corazones fríos, no les importaba el sufrimiento de los pobres, y los hospitales estaban atestados de personas enfermas y muriendo.

Liz había perdido a su abuelo con la tuberculosis, y también a su madre, que había sido un rayo de sol en su vida. La muerte de sus padres había dejado una cicatriz en su corazón, y la había hecho unirse al ejército y luchar por la justicia y el bien común.

La Cueva De Los EncantadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora