La Señora Alba está cocinando en su gran y antigua cocina, con un gesto despreocupado.
Aunque cocina como si fuese algo por lo que no tiene ni tiempo ni interés, parece haber tomado cierto placer en el proceso de elaborar los ingredientes y cocinar los platos.
La Señora Alba corta las verduras y las muele, como si estuviese extrañamente concentrada en ello. Pero mientras corta, sus ojos brillan como puntas de lanza y su rostro se contrae, como si estuviese pensando en algo peligroso. Mientras cocina, su mente se va al pasado y recuerda el día en que su esposo murió.
Recuerda los detalles del día, como si todo hubiera sucedido ayer. Recuerda la sangre brillando en el suelo, el sonido de los gritos y las sirenas. Recuerda cuando el monitor del Hospital dejó de hacer su sonido característico, también recuerda a la idiota de su hija llorando frente al ataúd, igualmente Recuerda la cara pálida y el cabello rojo de Maritza, sosteniendo un cuchillo con la sangre todavía humeante.
Alba no odia a Maritza porque haya matado a su esposo. La verdad es que la odia solo por existir.
Desde el momento en que nació, sintió que algo no estaba bien con su niña. Había algo en ella que estaba equivocado, algo que no era como debía ser. A medida que crecía, empezó a sentir un odio hacia su hija que crecía cada día más y más. Para Alba, Maritza era una cosa, una criatura fría y distante que no podía amar.
El odio por su hija era como una trampa mortal que podía activarse sin aviso. Aparte de eso, no tenía fundamento prescrito.
A veces, cuando Maritza entraba en la habitación, la Señora Alba se sentía tan llena de ira que apenas podía respirar.
El odio era una criatura temible y horrenda que se abría paso por su cerebro. Ella recordaba cómo Maritza solía mirarla con los ojos llenos de lágrimas, como si estuviese desesperada por agradarla, pero Alba no podía sentir nada hacia ella.
Al lado del fregadero, hay un montón de agua sucia y grumosa, llena de ceniza y los restos de comida que la Señora Alba ha lavado. Alba observa el agua sucia, como si algo en su interior le dijera que podría lavar a Maritza, como si la podría hacer diferente.
El agua sucia se está poniendo más y más oscura. La malvada está mirando el agua oscura, como si fuera la representación de su odio por Maritza. En ese agua, puede ver a la chica, ahogándose y jadeando por el aire, pero su hipócrita madre no está ahí para ayudarla, y siquiera tiene intenciones de socorrerla.
Alba se queda inmóvil como una estatua y se concentra en la imagen de Maritza en el agua. En su mente, piensa que, si dejara a Maritza morir, no tendría que pensar más en ella.
El corazón del ese demonio andante late rápido, como si estuviera decidiendo qué hacer. Ella puede sentir cómo el odio le escala por la garganta, como si estuviera pidiéndole que lo hiciera.
Mientras la Señora Alba lucha contra su odio por su hija, Maritza se encuentra en su cuarto, jugando sola.
Maritza tiene una muñeca con el rostro pintado que luce como una versión muerta de ella misma. Ella se inclina sobre la muñeca y habla en voz baja.
—Si ella pudiera amarme, todo iría bien — dice.
El cuarto de Maritza es como una flor rosa escondida en un invernadero.
Los muros son de un color rosa delicado, y hay sábanas rosas, banderines rosas y fotos marcadas en las paredes. Todo parece tan delicado que parece que pudieras romperlo con solo tocarlo.Por algo su padre decía que ella era un vaso muy frágil.
Extrañaba mucho a su padre, esa figura varonil y autoritaria había sido El fuerte que evitaba los golpes y las palabras hirientes. Era el salvavidas de la pequeña Maritza, era el paño de lágrimas y el creador de sonrisas y momentos felices. ¡Maldito infarto! No tenía que aparecer tan pronto, las enfermedades cardíacas son como una rifa, y el pobre señor Castillo terminó ganándose el premio mayor.
ESTÁS LEYENDO
La Cueva De Los Encantados
ContoEn esta oportunidad no tengo tanto que ofrecer, pero si algo que demostrar a través de la evolución personal: Cómo en diferentes épocas de una misma vida podemos cambiar de emociones, sensaciones y sentimientos mientras los demas piensan que somos u...