Sueños

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El día avanzaba lentamente en Driftmark, mientras el sol alcanzaba su cenit. Los ecos de la conversación entre Rhaenyra y Laena aún resonaban en la mente de ambas, pero ninguna de las dos podía permitirse el lujo de detenerse a procesarlo todo. La vida en la corte seguía su curso, implacable, y ambas sabían que no podían mostrar ninguna señal de debilidad frente a los demás.

Rhaenyra regresó a la sala principal donde sus hijos jugaban bajo la mirada vigilante de sus criadas. Lucerys, sentado junto a Jacaerys, parecía más retraído de lo habitual, su mirada perdida en los recuerdos del enfrentamiento con Aemond. La herida psicológica que cargaba su pequeño hijo era profunda, y Rhaenyra sabía que tendría que ayudarle a sobrellevarla, a pesar de que ella misma sentía que el peso de los últimos días la estaba aplastando.

Se acercó a Lucerys, acariciando suavemente su cabello oscuro. El niño levantó la mirada, sus ojos reflejando el miedo que aún lo consumía. "Mamá," murmuró, "¿estaremos bien? ¿Me perdonará mi tío? ¿O se vengara como decía la reina?"

Rhaenyra contuvo la respiración, recordando la crueldad de las palabras de Alicent, así como las acusaciones de sus hermanos en el patio y sus amenazas veladas. No podía mentirle a su hijo, pero tampoco podía permitir que el miedo dominara sus vidas. "No te preocupes, Lucerys. No dejaré que te haga daño," prometió, abrazándolo con fuerza.

Jacaerys, observando la escena, también se acercó, y por un breve instante, los tres compartieron un momento de consuelo. Sin embargo, Rhaenyra sabía que la paz no duraría. La política y las alianzas frágiles estaban a punto de desmoronarse, y ella tendría que estar preparada para todo lo que viniera.

En las profundidades de la oscuridad que aprisionaba a Vys, una figura emergió de las sombras. La diosa, aquella que los andalos llamaban Madre, se le acercó con una sonrisa cruel en los labios. Sus ojos brillaban con una luz implacable, y su voz resonó como un trueno en la mente agotada de Vys.

"¿Creías que podías protegerlos por siempre, pequeña criatura?" La Madre se inclinó sobre ella, sus manos fantasmales recorriendo el rostro de Vys, burlándose de su debilidad. "Tu poder se desvanece, y pronto ellos sabrán lo que significa estar realmente solos."

Vys, a pesar de su agotamiento, alzó la mirada, con sus ojos púrpuras destellando con una furia que no había desaparecido por completo. "No importa cuánto intentes quebrarme. No los abandonaré. No entiendes lo que es vivir a fuego y sangre, son parte de mi y yo de ellos. No dejaré que caigan en tus manos."

La Madre rió suavemente, como si el desafío de Vys fuera un juego para ella. "Ah, pero ya están cayendo. Tu ausencia es solo el principio. Las traiciones, las guerras, todo lo que se avecina... los destruirá."

Con un último esfuerzo, Vys intentó romper las cadenas que la ataban, sintiendo una ráfaga de energía fluir a través de ella. Sin embargo, la fuerza no era suficiente. No por ahora.

"Tal vez," susurró, "pero no subestimes la voluntad de aquellos a quienes protejo. No me necesitan para ser fuertes. Yo solo soy su guardián. Ellas... ellas son la verdadera esperanza de los Targaryen."

La figura de la Madre comenzó a desvanecerse en la penumbra, pero sus últimas palabras resonaron como un eco maligno: "Veremos cuánto tiempo más puedes resistir."

Visenya se quedó sola en la oscuridad, con su cuerpo debilitado, pero su espíritu inquebrantable. Sabía que su tiempo estaba contado, pero también sabía que si encontraba una manera de recuperar su fuerza, podría regresar y cumplir su promesa de proteger a sus pequeñas.

Con la perdida de la conciencia su mente la llevó a como había terminado de aquella manera.

En su mente se reproducía aquella noche sin luna, el viento azotaba las colinas solitarias de un lugar olvidado, lejos del mundo de los hombres recién regresaba de estar con sus pequeñas por lo que se encontraba tranquila.

La Maldición Del Dragón (RhaenyraxLaenaxOFC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora