1.Mi primer beso 💋

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Hace 19 años nacimos mi hermana melliza y yo en un lugar de Bilbao. No recuerdo mucho de ese lugar; solo recuerdo que se sentía bien vivir allí. Tras la muerte de mi padre, un duro golpe del que no me gustaba hablar mucho, no nos quedó otro remedio que mudarnos. Eran muchos gastos para mi madre, con tan solo 26 años y dos críos de 5 años a su cargo. Recuerdo que no me simpatizaba mucho la idea de mudarme a una ciudad tan inmensa y con tanto caos, pero era un hecho. Ese había sido el lugar que escogió mi madre para nosotros.

No me gustaba conocer gente nueva, y sabía que echaría mucho de menos a mi mejor amiga, Arrate. Era la única niña con la que me llevaba bien en la escuela, sin contar a mi melliza, obviamente. Siempre he sido una persona muy solitaria, muy de vivir en mi mundo, con mis historias, mis dibujos, etc. Eso sí, por muy solo que me gustara estar, siempre tendría un hueco para ella, para mi compañera de alma, que así es como nos llamábamos: compañeros de alma. Porque el destino quiso que ella y yo fuéramos los espermatozoides más rápidos en ese momento. Cosa que nunca entenderé, porque ninguno de los dos es que fuéramos muy apañados con eso del deporte. Si nosotros fuimos los espermatozoides más rápidos, no quería imaginar qué les hubiera deparado al resto... Os voy a hablar un poco de ella: mi hermana, mi melliza, mi compañera de alma.

Ella se llama Ruslana. A ella sí le encantan las grandes ciudades, el ruido, toda esa parafernalia. Es una persona muy entusiasta y cariñosa, pero también un poco rebelde. Ese punto de rebeldía que, a lo mejor, a mí me faltaba. Es leal y divertida. Sería la mujer perfecta para mí si no fuera por dos cosas: la primera, porque es mi hermana, claro está; y la segunda, porque soy demasiado gay. Las mujeres nunca me habían atraído lo más mínimo. De hecho, creo que fue mi primer beso lo que lo confirmó por completo. Fueron cuatro segundos, los cuatro segundos más importantes de mi entrada a la adolescencia, un buen primer beso, un beso bonito de recordar.

Os contaré la historia.

Después de un largo año, había llegado mi estación favorita: el verano. Odiaba estudiar; solo lo hacía por la satisfacción de terminar e irme de vacaciones a la playa con mi madre y Ruslana. Era el único momento en el que podríamos disfrutar de estar solos los tres, sin depender de ningún trabajo.

Mi madre era profesora de matemáticas en la universidad y siempre estaba agobiada con las clases, pero en verano siempre éramos su prioridad, y así pasábamos tiempo de calidad juntos.

Ese año era diferente: acabábamos de cumplir los 11 y nuestra madre nos dejó escoger el destino final. Ruslana y yo somos muy diferentes, pero teníamos una cosa en común: amábamos la playa como a nada en el mundo. Así que nos dirigimos al globo terráqueo que decoraba la mesita de noche, tapamos todas las zonas en las que no hubiera playa, unimos nuestras manos al mismo tiempo que cerrábamos los ojos y dimos tres vueltas con todas nuestras fuerzas.

Ese sería un viaje que nunca íbamos a olvidar, o al menos uno de los dos no lo podría hacer jamás.

El destino escogido por el azar fue Gran Canaria, una de las 8 islas que forman el archipiélago canario de origen volcánico. Nunca me había subido en un avión y sentía mucho miedo al respecto. Ruslana, en cambio, iba más feliz que unas castañuelas. Ella tampoco se había subido en uno, pero a ella todo lo que tuviera que ver con poner en riesgo su vida, por un motivo que desconozco, le satisfacía.

Después de casi tres horas de avión, llegamos al destino. Lo pasé fatal; por un momento pensé que me moría. Ese maldito avión no paraba de moverse en todo el trayecto. Fue horroroso, y la cosa no mejoraba cuando mi compañera de alma no paraba de sonreír, como si estuviera en la atracción "Shadows of Arkham" de la Warner en Madrid. La quería matar por momentos, pero, gracias al cielo, llegamos los tres de una pieza.

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