Capítulo 3

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El hombre que me compró me arrastró lejos del bullicioso mercado de esclavos, avanzando con paso firme a través de caminos polvorientos y calles estrechas. Cada vez que miraba hacia atrás, el pueblo se iba desvaneciendo en la distancia, dejando atrás el eco de las risas y los gritos que se desvanecían en el aire.

Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba mantener la calma. Sabía que no podía mostrar debilidad en este momento. La angustia se había convertido en una compañera constante, y la preocupación por Kaelan se mezclaba con el temor de no saber qué me esperaba.

Finalmente, llegamos a una casa alejada, solitaria y pequeña. El hombre abrió la puerta y me empujó despacio hacia adentro. El interior estaba sombrío y apenas iluminado por unas pocas velas que parpadeaban, lanzando sombras inquietantes en las paredes.

Mientras el hombre iba hacia un rincón para encender más velas, decidí que no podía esperar más. Tenía que prepararme para lo que venía y encontrar una forma de escapar si tenía alguna oportunidad.

De repente, escuché una voz familiar y burlesca, y no era otra que la de Kaelan. Su tono estaba impregnado de una ironía que me hizo fruncir el ceño.

—Vaya, parece que te has metido en un buen problema, ¿no, Lyriana? —dijo Kaelan desde la oscuridad de una esquina, su voz cargada de sarcasmo.

Me giré con rapidez, tratando de ubicar la fuente de la voz. Kaelan estaba recargado en una pared, observándome con una expresión de diversión. No pude evitar una mezcla de irritación y alivio al verlo.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo escapaste? —le pregunté, intentando mantener mi voz firme.

—Pensé que "se cuidarme yo misma" lo aplicarías—respondió Kaelan ignorando mis preguntas con una sonrisa burlona—. Pero parece que no has tenido mucha suerte con eso.

Mi frustración estalló al escucharlo. Sabía que Kaelan tenía razón en parte; había sido imprudente, pero no necesitaba sus comentarios burlescos en este momento. Sin embargo, estaba aliviada, incluso si venía en forma de sarcasmo.

Kaelan se acercó al hombre con una sonrisa satisfecho, extendiéndole la mano en señal de agradecimiento.

—Gracias por tu ayuda. —Kaelan dijo con un tono amigable.

El hombre, con una sonrisa en el rostro, respondió:

—Cualquier cosa por mi amigo.

Mi sorpresa y enojo no conocían límites. No podía entender por qué Kaelan, que aparentemente tenía conocidos en la isla, no había ido directamente a ellos en lugar de someterme a este caos.

—¿¡Por qué, Kaelan!? —exploté, mi voz temblando de furia—. ¿Si tienes conocidos aquí, por qué no fuimos directamente con ellos? ¡Todo esto ha sido una tortura!

Kaelan, imperturbable, sonrió con desprecio.

—¿Dónde está la diversión en eso? —dijo con tono burlón—.

Mi frustración alcanzó su punto máximo. Sentía que mi furia era insuficiente para expresar lo que realmente pensaba. La impotencia y el dolor se mezclaban en mi interior. No podía contener más las lágrimas, y mi voz se elevó en un grito desgarrador.

—¡No tienes idea de lo que estás diciendo! ¡Nos has llevado por un camino lleno de peligros y humillaciones sin sentido!

Kaelan se limitó a observar, aparentemente aburrido, antes de dirigirse a una silla y sentarse, como si estuviera viendo un espectáculo. Mi enojo se tornó en lágrimas, y con la voz quebrada le dije:

Las Profecías Del Océano: La Isla De Los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora