El príncipe se acomodó y estuvo esperando pacientemente a la hora de la cena para presentarse ante los reyes de Shu.
- Sus majestades los reyes de Shu, den la bienvenida a Laertes Thelle, príncipe heredero de Atalanta. -dijo el paje real.
Tras aquello el príncipe tomo asiento en la gran mesa.
- Os he visto en el patio entrenando. -dijo Laertes.
- Soy una guerrera.
- Y también una princesa en edad de buscar prometido, ya tienes diecinueve años Afra.
- En eso tu madre tiene razón no se puede posponer más y que mejor momento que este con el futuro rey en nuestro reino para dar el beneplácito a tu unión.
- ¿En serio queréis que me case? -dijo enojada la joven.
- Pues claro hija. -dijo sonriendo la madre.
- Lo haré, pero solo con aquel que gane un duelo.
- Magnifico, uno de nuestros guerreros o tus primos podría salir en tu nombre...
- No.
- ¿No? -dijo desconcertado el padre.
- Si alguien peleará por mi yo misma seré su rival, y podrá enfrentarse cualquiera que se considere digno.
- Pero hija....
- Pero nada padre, he hablado. Este es mi único modo o no me casaré si tengo que estar atada a un hombre por lo menos que no se alguien patico, quiero a alguien a quien pueda admirar por ganarme a mí.
En ese momento dando un golpe sobre la mesa, la reina Adina se levantó enojada de la mesa siendo seguida por su esposo el rey Abner.
- Siento todo esto. -contesto algo avergonzada la joven.
- Tranquila. A mí me parece justo. -dijo dándola una sonrisa.
- Gracias, ahora lo único que espero es engatusarles con la preparación y conseguir más tiempo. -respondió seria. - ¿Qué tal tu llegada?
- Bien. Mi guerrero es....
- Adriel.
- ¿Lo conoces? -pregunto curioso.
- Claro, es uno de los mejores. Aún recuerdo su Salto de Fe, tenía catorce y el quince. -contesto haciendo una pequeña sonrisa que paso disimula por lo rápida y corta que fue.
- Pensé que....
- Yo recuerdo a los mejores guerreros. -dijo para observar al príncipe. -Ahora debo irme.
Tras aquello, Laertes fue al patio real en busca de su guardaespaldas y posible futuro amigo.
La brisa fresca de la tarde acariciaba las rocas del patio, donde los entrenamientos se habían detenido por un momento. Laertes, con su porte imponente, observaba en silencio cómo los guerreros se retiraban para descansar.
A lo lejos, entre los soldados, divisó a Adriel, quien, aún empapado en sudor tras un combate, se alejaba del grupo. Su rostro, marcado por una cicatriz en la mejilla derecha en la que no se había percatado, él se mantenía serio, casi distante.
El príncipe se acercó con paso firme, sus botas resonando sobre el suelo de piedra. Cuando estuvo a su lado, se detuvo, y con una mirada calculadora, rompió el silencio.
- Adriel. -dijo Laertes.
- Mi príncipe. ¿Qué te trae hasta aquí? -dijo mirando al príncipe con un leve gesto de sorpresa.
- Te he observado, y no me cabe duda de que eres uno de los mejores guerreros en este reino.
- Aprecio tus palabras, pero no busco ser el mejor para la fama ni para el aplauso. La lucha tiene un propósito más profundo. -respondió inclinando la cabeza, algo incómodo por el halago, pero con la humildad de quien sabe que aún tiene mucho por aprender
- Entiendo. El propósito. Pero te hago una pregunta directa, Adriel. ¿Qué harías si te ofreciera algo más grande que la gloria en combate? Algo que podría poner a prueba no solo tu habilidad, sino tu valor y tu honor.
- No entiendo a qué te refieres. -dijo con una ligera arqueada de ceja, mirando al príncipe con cierta cautela.
- Afra, la princesa, ha decidido que su futuro esposo debe ganárselo en combate. No a través de promesas vacías ni de alianzas políticas. Se celebrará un duelo, y será un desafío para cualquiera que desee su mano. -contestó haciendo un gesto hacia la lejanía, donde la figura de Afra se podía ver observando desde la ventana del castillo. - ¿Qué te parecería luchar en su nombre, Adriel? Hacerlo por honor, por ella... y por el reino.
- Un duelo... para conseguir su mano. -susurro mientras su rostro se oscurece por un instante, como si estuviera sopesando el peso de la propuesta. - ¿De verdad crees que me presentaría como un simple campeón en su nombre? No soy un peón en un juego de ajedrez, Laertes.
- Te equivocas, Adriel. No te estoy ofreciendo un juego. Te estoy ofreciendo una oportunidad. Una oportunidad para que demuestres lo que vales... no solo como guerrero, sino como hombre. Afra no es una princesa cualquiera. Ella necesita a alguien digno de su fuerza. No a un príncipe que venga con su corona, ni a un noble que quiera hacer alianzas. Ella necesita alguien que pueda desafiarla, alguien que la haga sentir que, por fin, se encuentra con alguien que entiende lo que significa la lucha, la honra y el sacrificio.
- Pero yo... -pausa, buscando las palabras. - ... no soy el tipo que busca una princesa. No soy el hombre que imagino en su vida. Soy un soldado. Un guerrero sin más. No soy noble, ni de sangre alta. Lo que puedo ofrecerle no es lo que ella merece. -dijo mirando al suelo, sus manos apretadas alrededor de la empuñadura de su espada.
- Lo que ella merece no se mide en títulos ni en tierras, Adriel. Lo que ella necesita es un igual, alguien que no la vea como un trofeo, sino como una compañera. Ella se ha cansado de los hombres que vienen a imponer sus voluntades. Yo he visto cómo se entrenaba en el patio, cómo desafía a todo lo que se espera de ella. ¿Tú no la ves? Ella necesita a alguien que, si no es capaz de ganarle, la admire con la misma pasión con la que se lucha por algo grande. Y tú... tú eres ese hombre.
- No lo sé. Soy... un hombre de campo. Un hombre de armas. ¿Cómo puedo competir con una mujer, no una mujer la princesa y contra otros hombres que vendrán, con su corte y su sangre noble? – dijo la mirada de Adriel se suaviza, pero su mente sigue dándole vueltas al dilema. Un peso que no puede apartar.
- Porque lo que tiene más valor que la nobleza es la lucha, Adriel. Y tú ya has demostrado ser el tipo de hombre que no se rinde. Si consigues derrotar a los demás, si te enfrentas a ellos con toda la furia de un hombre que sabe lo que significa el sacrificio... entonces no habrá duda de que serás tú quien se gane su respeto. No los otros.
Por un momento, parece como si estuviera mirando más allá de Laertes, en busca de algo que aún no entiende completamente. Pero finalmente, suspira profundamente y mira al príncipe, casi en un susurro.
- ¿Y qué si fracaso? ¿Y si no soy suficiente?
- Si fracasas, lo habrás hecho todo por lo que creías. Y eso, amigo mío, es lo que realmente importa. La victoria o la derrota son efímeras. Lo que perdura es la lucha.
- Entonces... ¿lo haré?
- Eso es todo lo que pido. Lucha por algo que valga la pena, Adriel. Y si ella te elige, será porque tú no solo eres digno de su espada, sino de su corazón.
Adriel asintió lentamente, todavía dubitativo, pero con algo de la resolución que necesitaba para enfrentar el desafío. La decisión no era solo sobre el duelo... sino sobre quién sería él a partir de ese momento.
- Lo haré, Laertes. Pero no por ti. No por nadie más que por mí mismo. Por lo que soy. Por lo que puedo llegar a ser.
Laertes le dio una palmada en el hombro, en un gesto de complicidad, y observó cómo el guerrero se alejaba para prepararse. El futuro de Afra y el reino de Shu estaban a punto de cambiar, y él sabía que ese duelo sería mucho más que una competencia de espadas. Sería una prueba de honor, de carácter... y tal vez, de amor.
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Matayrit I (Balada de Pardales)
FantasíaEntre lo que se conoce como la aurora o el ocaso en donde se une el océano con el sol, esa fina linea donde intercede el sol más allá de aquellas fronteras se encontraba otro mundo. Puede que esta historia sea como tantas otras que se nos han contan...