Capítulo Dieciséis

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Y sin que ambos jóvenes lo supiesen las brujas Sialia y Payah observando aquella escena y tomando una decisión sobre el destino del futuro rey por el bien de todos, aunque eso implicase sangre.

Aún no había llegado la hora del alba cuando Laertes había partido hacia el reino de Shu, pero aquel viaje demoraba una semana y media, pues el palacio del reino de Metsa se encontraba más cerca del Océano de Varenswell que de río Arnchill el cual nacía del lago Yargueuil territorio perteneciente al reino de Hydros.

Para llegar hasta el reino de Shu había que cruzar aquel gran lago que conectaba los dominios de Metsa y su por un puente de piedra, que constaba de seis arcos de desigual altura, que salvan una distancia de doscientos cincuenta metros y se apoyaban en cinco pilares y dos estribos en sus extremos. Poseía una altura máxima es de cincuenta metros, y un arco conmemorativo, en honor al rey Lukos.

Tras la conquista y firma de paz entre los sietes reinos donde reconocían a Atalanta como el gran gobernaste sobre todos, su antepasado el rey Lukos el magnánimo construyo este puente para facilitar la comulación entre los reinos.

De hecho, aquel puente que conectaba ese pequeño islote de tierra cuya mitad era parte de Metsa y otra mitad era parte de Shu, años después había sido conectado a Atalanta por el puente del príncipe y posterior rey Lemus.

Durante aquel largo viaje solo podía entretenerse recordando las historias de sus ancestros y pensando en como uno podía estar a la altura de un legado así.

- ¡Pum! -volvió a sentir otro golpe en su cabeza.

- ¿Tu otra vez? -dijo impactado. - ¿Qué haces aquí? - quiso saber el futuro monarca.

- Ñam ñasc ñam. -contesto el gnomo para sonreír.

- No te entiendo. -dijo para observar la cara de desconcierto de la pequeña criatura y entonces lo vio empezar a hacer una especie de mímica.

- ¿Tú y yo juntos? -trató de adivinar, para ver como ante esta pregunta el gnomo asentía eufórico. - ¿Qué más? - incito para tratar de averiguar el propósito de su pequeño amigo. -Juntos hasta la frontera. -dijo para ver como el pequeño ser aplaudía. - ¿Eres mi guardián hasta la frontera? -Vio como el ser asentía serio. - ¿No se tu nombre?

- Ñammmassa mmmassññ. -dijo el gnomo.

- ¿Qué? -respondió para ver como el gnomo señalaba su sombrero marrón puntiagudo.

- Marrón. -dijo para ver al gnomo negar. -Brown, Marrone, Brun, Braun... -instó a decir, pero solo recibió negativas por parte del otro. -Punta. -dijo para ver como el gnomo movía sus manos invitándolo a seguir por ahí. -Ponta. -respondió para ver como el ser aplaudía, y mostraba dos dedos indicando dos palabras, siendo Ponta la segunda. -Ese es tu apellido. ¿Y tu nombre? -dijo para ver como el pequeño ser mostraba una pequeña chapa. -Bilnaz... Bilnaz Ponta. -volvió a decir viendo como el ser asentía con entusiasmo. -Pues gracias por acompañarme. - contestó simple para dirigir su mirada hacía la ventana del carruaje nuevamente.

El tiempo pasó más rápido de lo que uno podría pensar y cuando por fin llegaron al puente de Lukos Laertes tuvo que despedirse de su pequeño amigo, a quien en ese tiempo había conseguido comprender algo a pesar de no hablar el mismo idioma.

Tras cruzar el puente y dos días más de viaje llegó al mirador de aquella isla, bajo de su carruaje solo para observar como una superficie de más de 20.000 kilómetros se extendía por su alrededor una en la cual no había nada más que bajo sus pies un gran desierto salado provocando un efecto espejo del cielo que hacía a uno creer que se encontraba flotando.

Quiso contemplar más de cerca aquel paisaje por lo que decidió asomarse más al mirador, solo para notar como una gran corriente de aire caliente lo elevaba más allá de las nubes.

El primer pensamiento del joven fue cerrar los ojos ese era su momento, iba a morir así, jamás se cumpliría la profecía y lo siguiente que noto fue unas fuertes manos que lo tomaban de los brazos.

Era un muchacho mayor que él, con el pelo blanco grisáceo, los ojos amarillos, un pantalón que imitaba a plumas de color marrón y unas alas como las de un águila a su espalda.

Vio como lo llevaba hasta una gran isla flotante en el centro de la cual se encontraba un gran castillo, en cuanto se acercaron lo dejó a las puertas de este. Era un palacio completamente blanco con torreones terminados en punta de color azul oscuro, recordando a aquellos castillos de cuento que le encantaban a Layla.

- ¿Cómo te llamas? -quiso saber Laertes.

- Adriel, soy un guerrero de la orden Doranco y me han encomendado ser su guardaespaldas mi príncipe.

- No creo que mi vida corra peligro, pero gracias.

- No hay que darlas es mi misión tras el salto de fe. Ahora debo acompañarlo ante la soberana.

Vio como lo llevaba hasta una gran isla flotante en el centro de la cual se encontraba un gran castillo, en cuanto se acercaron lo dejó a las puertas de este. Era un palacio completamente blanco con torreones terminados

Y así lo hicieron, ambos jóvenes cruzaron el gran portón del castillo custodiado por guerreros que llevaban un brazalete en el brazo de color dorado similar al de Adriel, pero el de este era plateado.

- ¿Qué simboliza ese brazalete? -quiso saber.

- Que somos guerreros de la orden de Doranco, pero los que poseen el color dorado son lo que llevan más años en ellas y son designados para custodiar a la familia real, los del color naranja son espías encargados de hacer perímetro por nuestro reino, los de azul, de vigilar otros reinos y los plateados los novatos. Aunque siempre puede surgir otra categoría.

Continuaron su paseo por el interior del castillo hasta que al pasar por uno de los balcones que daban hacía el patio interno escucharon una risa, y por curiosidad Laertes se acercó a ver de quien se trataba.

Desde las alturas del balcón pudo observar a una joven de su edad o dos años más pequeña, cuyo pelo era rubio cenizo con mechones grisáceos, ojos de color ámbar y piel rosada.

Fue a preguntar, a su acompañante quien era aquella joven, pero aquella pregunta no pudo salir de su garganta al ver al joven guerrero ensimismado observándola, tenía la misma mirada y sonrisa que cuando él veía a Layla.

- ¿Es tu novia? -preguntó curioso.

- ¿Qué dices? -pregunto nervioso con un leve sonrojo. – Es la princesa Afra, la futura reina. Yo solo soy un guerrero.

- Pues parece que...

- Ella nunca podría estar conmigo o fijarse en mí. Pero...

- ¿Pero? -le incito.

- Así al menos la puedo ver y proteger.

- ¿Qué sientes por ella? -pregunto el príncipe apenado por el muchacho.

- Yo... yo la quiero.

- La quieres ¿pero cómo? -necesitaba más información si quería ayudar a su guardaespaldas, el cual en una hora le había conseguido agradar tanto como para jugársela en un nuevo reino que no conocía.

- Es a la que más amo. Pero nunca será posible. No sabe ni que existo. Sus padres la casaran con algún estúpido príncipe... -dijo para observar a Laertes, al darse cuenta de con quien hablaba, rectifico por completo. – No quería decir eso mi príncipe.

- Estoy de acuerdo. Hay príncipes que son estúpidos espero no estar en ese grupo. -respondió con una sonrisa tranquilizadora.

- Debo mostrarle sus aposentos y ayudarlo a prepararse para la cena. Allí conocerá a la familia real. -contestó para indicar con su mano el pasillo que debían seguir.

Matayrit I (Balada de Pardales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora