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Decidí que necesitaba una solución diferente para el puesto de asistente personal, alguien que fuera capaz de manejar la presión y las responsabilidades sin distraerse con otros intereses. Mientras revisaba opciones con Recursos Humanos, una idea me vino a la mente: María, la esposa de Joel.

María ya trabajaba en mi empresa, en el tercer piso. Había demostrado ser eficiente, profesional y, sobre todo, tenía una forma de manejar situaciones difíciles con calma y precisión. Además, conocía de cerca su situación personal y cómo las cosas habían sido complicadas para ella y Joel últimamente. Quizás, darle una oportunidad en este nuevo puesto podría ser beneficioso para ambos.

Llamé a Recursos Humanos y les pedí que revisaran su expediente. Cuando vi que cumplía con los requisitos del puesto, no lo dudé más. Decidí ofrecerle la posición. No solo confiaba en su capacidad para desempeñar el trabajo, sino que también creí que podría ser una buena manera de ayudarla a salir de una situación complicada.

La llamé a mi oficina poco después de tomar la decisión. Cuando María entró, pude notar la sorpresa en su rostro. Seguramente no esperaba una reunión conmigo tan pronto, especialmente en medio de todo lo que estaba sucediendo en su vida personal.

—María, gracias por venir tan rápido —le dije, invitándola a sentarse.

—Por supuesto, Samuel. ¿Todo está bien? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Sí, todo está bien. Solo quería hablar contigo sobre una oportunidad que ha surgido en la empresa —comencé, observando cómo sus ojos se iluminaban ligeramente—. Como sabes, Laura será trasladada al piso de abajo, y estoy buscando a alguien para ocupar su lugar como mi asistente personal. Creo que tú podrías ser la persona perfecta para el puesto.

María se quedó en silencio por un momento, claramente sorprendida por la oferta.

—Samuel, no sé qué decir... —comenzó, visiblemente emocionada—. Esto es algo que nunca hubiera esperado.

—Entiendo que es una gran responsabilidad, pero confío en tu capacidad para manejarla. Además, creo que este cambio podría ser bueno para ti, un nuevo comienzo, por así decirlo —le dije con una sonrisa, intentando hacerle sentir más cómoda con la idea.

—Gracias por confiar en mí. La verdad es que, con todo lo que ha pasado últimamente, esto realmente significa mucho —respondió María, y pude ver que sus palabras eran sinceras.

—Me alegra que lo veas así. Si aceptas, podremos empezar a organizar tu transición al nuevo puesto tan pronto como te sientas lista —le ofrecí, sabiendo que esta nueva responsabilidad podría ser justo lo que necesitaba para reenfocarse.

Después de unos momentos más de conversación, María aceptó la oferta con gratitud. Cuando se fue, supe que había tomado la decisión correcta. Era un movimiento inesperado, pero algo me decía que sería beneficioso para todos. Ahora, solo quedaba ver cómo se desarrollaban las cosas, tanto en la oficina como en la vida de Joel y María.

Después de la primera semana como jefe, empecé a darme cuenta de que el estrés del puesto no era algo que se pudiera manejar tan fácilmente. Las largas horas, las reuniones interminables, y las decisiones críticas me dejaban agotado, tanto mental como físicamente. Necesitaba una forma de desahogarme, algo que me permitiera mantener la cordura.

Fue entonces cuando comencé a pensar en las "amiguitas" de la universidad. Tenía un grupo de amigas con las que había compartido más que simples clases. Eran chicas con las que había tenido una conexión especial, y algunas de esas conexiones no eran exactamente platónicas.

Decidí que invitar a alguna de ellas a la oficina podría ser una buena manera de relajarme. La idea me parecía perfecta: cerraba la puerta con seguro, bajaba las persianas y, desde afuera, parecería que la oficina estaba vacía.

La primera en venir fue Lucía. Siempre habíamos tenido una química innegable, y cuando la llamé, no tardó en aceptar mi invitación. Llegó una tarde, justo cuando la mayoría de los empleados se estaban yendo. Laura, mi secretaria temporal, seguía en su puesto, y noté cómo me miró con curiosidad cuando le dije que no me molestara bajo ninguna circunstancia.

Una vez que Lucía estuvo en mi oficina, cerré la puerta y bajé las persianas. Nos sentamos en el diván y, en cuestión de minutos, la atmósfera se volvió más intensa. Fue un escape perfecto, una forma de liberar toda la tensión acumulada.

Este patrón continuó durante las siguientes semanas. Cada vez que sentía que el estrés me superaba, llamaba a alguna de mis antiguas amigas. Siempre me aseguraba de que nadie sospechara nada, pero noté que Laura empezaba a mirarme con una mezcla de incredulidad y desconfianza.

Laura todavía no se había mudado al piso de abajo, y aunque hacía su trabajo sin problemas, podía notar que estaba empezando a cuestionar mi comportamiento. Al principio, no me importaba lo que ella pensara; después de todo, era mi oficina, y como jefe, tenía derecho a un poco de privacidad. Sin embargo, a medida que las visitas se hicieron más frecuentes, la incomodidad en su rostro se hizo más evidente.

Empezó a comentarme que había notado cómo las persianas estaban cerradas a menudo, o que las reuniones con "amigas" eran más comunes de lo que parecía normal para un jefe. Aunque sus comentarios eran sutiles, podía sentir la presión aumentando.

Finalmente, un día, mientras estaba con otra amiga, recibí un mensaje de Laura: "Samuel, necesito hablar contigo cuando tengas un momento." Sabía que no podía seguir ignorando su actitud, pero tampoco estaba listo para cambiar mi rutina. Decidí que sería mejor abordar el tema de frente, pero en mis términos.

Después de recibir el mensaje de Laura, supe que no podía seguir aplazando esa conversación. La chica con la que estaba, Adriana, una vieja conocida de la universidad, termino de vestirse rápidamente y me lanzo una mirada antes de decir:

-seguro que tienes mucho trabajo después de haberme sacado toda la leche, ¿No? -dijo riéndo mientras se ajustaba la chaqueta.

Asentí con una sonrisa, sin darle demasiadas vueltas a su comentario. Ella se despidió con un beso en la mejilla y se marchó, dejándome solo en la oficina.

Me quedé unos momentos en silencio, saboreando la calma que había vuelto a la habitación. Sabía que tenía que hablar con Laura, pero también que tenía que manejar la situación con cuidado. No era la primera vez que notaba las miradas de Laura, los pequeños gestos que hacían evidente que me estaba tirando los cejos, como si estuviera esperando algo más que una relación profesional.

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