Seducion

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Después de haber inspeccionado el coche blanco y haber cerrado con candado la verja del cementerio, Adriana y yo regresamos rápidamente por el agujero en el muro, sin dejar rastro de nuestra presencia. Estábamos decididos a dejar atrás ese extraño descubrimiento y volver a disfrutar del fin de semana en la mansión. No queríamos que la inquietud nos arruinara lo que quedaba de esos días que habíamos planeado para desconectar del mundo.

Al llegar a la mansión, cerramos la puerta tras de nosotros, asegurándonos de que todo estuviera seguro. La tensión que habíamos acumulado durante esa mañana parecía disiparse en cuanto cruzamos el umbral. La casa, con su aire de lujo y tranquilidad, nos invitaba a relajarnos y olvidar lo que habíamos visto.

Adriana, siempre coqueta y segura de sí misma, decidió que era hora de sacudirnos la tensión de otra manera. Mientras yo me dirigía al dormitorio a cambiarme de ropa, la vi acercarse con una sonrisa traviesa. Su cabello, aún húmedo de la piscina, caía sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una chispa de picardía.

"Samuel, creo que aún no hemos aprovechado lo suficiente esta piscina", dijo, mordiéndose el labio inferior mientras se acercaba lentamente.

Antes de que pudiera responder, Adriana se acercó más y comenzó a besarme suavemente en el cuello, sus manos recorriendo mi torso. La tensión del día comenzó a desvanecerse a medida que sus besos se volvían más intensos. Sabía exactamente cómo encender la chispa entre nosotros, y en ese momento, cualquier preocupación que pudiera haber tenido se desvaneció.

"Vamos, volvamos a la piscina", susurró con una sonrisa antes de darme un suave empujón hacia la puerta del dormitorio.

Dejé que me guiara, su entusiasmo era contagioso. En cuanto llegamos a la piscina, Adriana se despojó rápidamente de su ropa, quedando en el bikini que había llevado antes. Se lanzó al agua con una risa juguetona, salpicándome mientras me observaba desde la piscina, sus ojos invitándome a unirme.

No tardé en seguirla, y en cuestión de segundos, ambos estábamos en el agua, envueltos en una mezcla de risas, besos y caricias. El sol de la tarde iluminaba la piscina, y la sensación del agua fresca contra nuestras pieles solo aumentaba la intensidad del momento.

Adriana, con su naturaleza apasionada, no perdió tiempo en llevar las cosas al siguiente nivel. Nos movimos hacia el borde de la piscina, donde ella me atrajo hacia sí, envolviendo sus piernas alrededor de mi cintura. El calor entre nosotros crecía con cada segundo, y pronto, la piscina se convirtió en nuestro pequeño paraíso privado.

El tiempo pareció detenerse mientras nos entregábamos el uno al otro, sin pensar en nada más que en ese momento. Las preocupaciones sobre el cementerio, el coche blanco, o cualquier otra cosa quedaron atrás. Durante el resto del día, y los siguientes, disfrutamos plenamente de la mansión. Hicimos todo lo que quisimos, desde largas sesiones en la piscina hasta maratones de series en la televisión, siempre buscando la compañía del otro, buscando ese calor que solo nosotros podíamos darnos.

Para el domingo por la noche, habíamos aprovechado cada rincón de la mansión. El lunes estaba cerca, pero por ahora, solo nos importaba disfrutar el uno del otro en ese lujoso refugio, alejados de cualquier preocupación del mundo exterior.

El sábado por la mañana, el sol brillaba intensamente sobre la mansión, iluminando cada rincón de nuestro refugio de fin de semana. Después de haber cerrado el cementerio y dejado atrás cualquier pensamiento sobre el coche blanco, Adriana y yo decidimos que lo mejor era sumergirnos de lleno en el placer y el lujo que nos ofrecía la mansión.

Aún temprano, nos dirigimos a la piscina para empezar el día de la mejor manera posible. Adriana, siempre coqueta y decidida a disfrutar cada segundo, se había puesto un bikini nuevo que realzaba cada una de sus curvas. Yo sin prisa, me deje caer en una tumbona, observando como ella se deslizaba en el agua con una gracia natural.

-¿Vas a quedarte ahí todo el día , o piensas unirte a mi? - me preguntó con una sonrisa juguetona mientras nadaba hacia el borde de la piscina.

-No puedo resistirme a una invitación así - le respondí, levantadome y quitándome la camiseta antes de meterme al agua.

El contacto del agua fría contra mi piel fue refrescante, pero lo que realmente me desperto todos los sentidos fue el tacto de Adriana cuando se acercó a mi. Me envolvió en un abrazo húmedo y, sin decir nada, comenzó a besarme. Sus labios eran suaves y demandantes, una mezcla perfecta de dulzura y deseo.

La intensidad del momento nos llevó rápidamente a algo más. Adriana, siempre tomando la iniciativa, deslizó sus manos hasta mi bañador, bajándolo con una habilidad que solo ella tenía. Yo la ayude a deshacerse de la parte inferior de su bikini, y pronto nos encontramos más cerca de lo que habíamos estado hasta ese momento.

-te he echado de menos, samuel- susurro mientras me miraba con esos ojos que siempre lograban hacerme perder el control.

Sin decir más, Adriana se subió sobre mi, sus manos finalmente apoyadas en mis hombros mientras se dejaba llevar por la pasión del momento. La sensación de tenerla tan cerca, su piel contra la mia, me hizo olvidar todo lo demás. No existía el mundo exterior, solo nosotros dos, allí, en esa piscina que ahora parecia ser nuestro universo privado.

Mientras se movía, comenzó a gemir suavemente, susurrando mi nombre como si fuera una oración. Su voz, baja y cargada de deseo, resonaba en mis oídos, llevándome al límite.

Pasamos gran parte de la mañana así, enredados en una mezcla de agua y pasión, sin ninguna preocupación. El mundo fuera de la mansión podría haber dejado de existir, y no nos habría importado.

Finalmente, cuando el sol comenzó a subir más alto en el cielo, decidimos salir de la piscina para tomar un respiro. Nos tumbamos en las tumbonas, el calor del sol secando nuestras pieles mojadas mientras disfrutabamos de un momento de silencio, sabiendo que el fin de semana estaba destinado a ser una serie de momentos como esos.

El sábado continuo de la misma manera. Adriana y yo aprovechamos cada rincón de la mansión para seguir disfrutando del placer de estar juntos. Desde la cocina hasta el dormitorio, cada lugar se convirtió en testigo de nuestra pasión desenfrenada. Era como si estuviéramos tratando de aprovechar cada segundo, consientes de que el lunes estaba a la vuelta de la esquina.

El domingo por la tarde, después de un fin de semana que ninguno de los dos olvidaría, decidimos que era hora de volver a la realidad. Adriana y yo nos vestimos, nos aseguramos de que la mansión estaba en orden, y nos preparamos para regresar a nuestras vidas cotidianas.

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