seducion ||

3 1 0
                                    

-Esto ha sido increíble -dijo Adriana mientras cerrábamos la puerta principal por última vez.

-Lo ha sido -le respondí, dándole un último beso antes de dirigimos hacia el coche.

Sabíamos que este fin de semana era solo un paréntesis en nuestras vidas. Adriana regresaría a su rutina, y yo volvería a ser el jefe en la oficina, con todo lo que eso implicaba. Pero al menos por esos dos días, habíamos sido simplemente dos personas disfrutando de un placer sin preocupaciónes, dejando todo lo demás de lado.

Mientras conducíamos de vuelta a la ciudad, el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo con colores cálidos. Adriana se recostó en su asiento, con una sonrisa satisfecha en el rostro, mientras yo me concentraba en la carretera. Sabía que en cuanto llegáramos, todo volvería a ser como antes, pero con la certeza de que siempre podríamos escapar a nuestro pequeño refugio de placer, aunque solo fuera por un fin de semana.

El regreso a la ciudad se sintió como una transición de un sueño a la realidad. Mientras el coche avanzaba por las carreteras cada vez más concurridas, el aire despreocupado del fin de semana en la mansión comenzó a desvanecerse, dejando lugar a la rutina y las responsabilidades que sabía que me esperaban en la oficina.

Al llegar a la ciudad, dejé a Adriana en su apartamento. Nos despedimos con un beso largo y profundo, sabiendo que nuestras vidas seguirían caminos separados durante la semana, pero con la promesa implícita de que repetiríamos la experiencia.

-Llámame cuando quieras otra escapada -dijo ella con una sonrisa pícara antes de salir del coche.

-Lo haré -respondí, dándole un último vistazo mientras entraba al edificio.

Al regresar a mi propio apartamento, todo parecía extrañamente normal. Zeus, mi fiel perro, me recibió con entusiasmo, y el sonido familiar de mis pasos en el suelo me devolvió a la rutina. Esa noche, decidí descansar temprano. Sabía que el lunes sería un día ocupado, especialmente después de haberme tomado el viernes libre.

El lunes por la mañana, me levanté antes de lo habitual. Después de pasear a Zeus por el vecindario, me dirigí a la oficina. El tráfico matutino me dio tiempo para reflexionar sobre el fin de semana. Aunque había disfrutado de cada segundo con Adriana, no podía dejar de pensar en el misterio que habíamos descubierto en el cementerio, y en el coche blanco que había aparecido una vez más. Decidí que, por el momento, lo mejor era centrarme en el trabajo y dejar esos pensamientos a un lado.

Al llegar a la oficina, todo estaba en calma. María, mi secretaria, ya estaba en su puesto, organizando la agenda del día. Me saludó con una sonrisa profesional, pero pude notar un brillo de curiosidad en sus ojos.

-Buenos días, Samuel. Espero que hayas disfrutado tu fin de semana -dijo mientras me entregaba una carpeta con los documentos que debía revisar.

-Lo he hecho, gracias. ¿Algún problema mientras estuve fuera? -pregunté, tratando de captar cualquier indicio de que algo fuera de lo normal hubiera ocurrido.

-Nada importante. La verdad.

-vale gracias María.

El lunes por la mañana, el trabajo en la oficina comenzó como cualquier otro día. Después de ese fin de semana desenfrenado en la mansión con Adriana, me sentía más que listo para enfrentar una nueva semana. En cuanto llegué a la oficina, me sumergí en los pendientes del día. Revisaba informes, respondía correos y organizaba las citas de la semana.

A media tarde, justo cuando estaba terminando de revisar un contrato importante, la puerta de mi oficina se abrió sin previo aviso. Levanté la vista para ver a Antonio, el exjefe, entrando con un aire algo apresurado.

-Samuel, perdona la interrupción, pero necesito revisar algo aquí -dijo, sin dar muchas explicaciones mientras se dirigía hacia uno de los cajones de su antiguo escritorio.

Le observé en silencio, intentando no darle demasiada importancia. No quería parecer paranoico, pero era extraño verlo allí después de tanto tiempo. Mientras él rebuscaba, mi mente intentaba recordar si había algo que debería preocuparme, pero nada específico surgía. Además, estaba tan concentrado en mi trabajo que cualquier otra cosa parecía irrelevante en ese momento.

-¿Todo bien, Antonio? -pregunté, intentando sonar casual.

-Sí, solo buscaba unas llaves que dejé aquí -respondió él, levantando una mano con un pequeño manojo de llaves. Sus ojos tenían un brillo que no pude interpretar, pero antes de que pudiera decir algo más, él ya se estaba yendo-. Gracias, Samuel. Te dejo trabajar.

Me quedé en silencio, viendo cómo cerraba la puerta tras de sí. ¿Qué llaves habría dejado olvidadas? Pero en lugar de quedarme pensando en eso, decidí centrarme en lo que importaba: los negocios y mi papel como jefe. Las preocupaciones de lo que hacía Antonio en la oficina o cualquier otro detalle extraño eran cosas que podría revisar después.

El resto del día transcurrió sin más incidentes. Cuando finalicé mi jornada, salí de la oficina y volví a casa para pasear a Zeus. El coche blanco y todo lo ocurrido durante el fin de semana quedaban como recuerdos lejanos, enterrados bajo las responsabilidades del presente. No tenía tiempo para distracciones.

Paseé a Zeus como de costumbre, siguiendo nuestra ruta habitual por las calles cercanas a mi apartamento. La tarde era tranquila, el sol ya comenzaba a bajar, y la rutina con Zeus me ayudaba a desconectar de la oficina. Mientras él husmeaba por los arbustos, mi mente vagaba lejos de cualquier preocupación laboral. Me había olvidado por completo del coche blanco, de Antonio y de cualquier otra cosa que no fuera disfrutar del momento.

Sin embargo, mientras yo caminaba por el parque, algo más estaba sucediendo a unos kilómetros de distancia, en el oscuro y ruidoso bar "Puf". Ese era el lugar donde Antonio solía encontrarse con su socio para llevar a cabo sus negocios turbios, aunque eso aún no lo sabía.

El detective, que había estado siguiendo el coche blanco durante días, no había perdido de vista a Antonio desde que salió de mi oficina esa tarde. Lo siguió con paciencia, esperando el momento adecuado para descubrir lo que realmente estaba pasando. Antonio, ajeno a que lo seguían, se dirigió al bar "Puf" sin prisas. Sabía que allí se encontraría con su socio, y que el negocio con las chicas de la oficina seguiría rodando sin problemas, o eso pensaba él.

El detective estacionó discretamente a unas calles de distancia, apagó las luces del coche y se bajó para seguir a pie. Entró en el bar justo a tiempo para ver a Antonio sentado en una mesa en el fondo, acompañado de un hombre mayor, su socio en el oscuro negocio. Las chicas, algunas de las cuales habían trabajado en mi empresa, iban y venían, sirviendo tragos y atendiendo a los clientes. Pero el detective no las perdía de vista. Sabía que todo esto era parte de una red de prostitución que involucraba a Antonio y su socio.

Mientras yo estaba distraído con mi paseo, el detective recopilaba pruebas, vigilando de cerca cada movimiento en el bar. Sabía que tenía que ser cuidadoso, que si Antonio lo descubría, todo su trabajo se echaría a perder.

Zeus tiró de la correa, llevándome de vuelta al presente. Sonreí al verlo tan contento, sin imaginar que mientras paseábamos por la tranquilidad del barrio, en el bar "Puf", se desarrollaba una trama mucho más oscura que, tarde o temprano, terminaría afectándome.

Comunidad 512Donde viven las historias. Descúbrelo ahora