Adriana

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El día continuó como de costumbre, pero mi mente no podía dejar de volver una y otra vez al coche blanco. Trabajé en mi oficina, atendí reuniones y revisé contratos, pero era como si todo lo hiciera en piloto automático. La sensación de que algo estaba fuera de lugar no me abandonaba.

Cuando llegó la hora del almuerzo, decidí tomar un respiro y salir a dar un paseo por los alrededores. Necesitaba despejar la cabeza y pensar en cómo lidiar con la situación. Bajé por el ascensor y, justo cuando se abrieron las puertas, me encontré cara a cara con María.

-¿Saldrás a almorzar? -me preguntó, con un tono que parecía más preocupado de lo habitual.

-Sí, necesito un poco de aire fresco. ¿Te gustaría acompañarme?

María dudó un momento, pero finalmente asintió. Salimos juntos del edificio y caminamos hacia una pequeña cafetería cercana, donde nos sentamos en una mesa al aire libre. Mientras esperábamos a que nos atendieran, ella rompió el silencio.

-Samuel, sé que algo te preocupa. Lo noto en cómo has estado actuando hoy -dijo, mirando directamente a mis ojos-. Si necesitas hablar de algo, estoy aquí para escuchar.

Suspiré, dándome cuenta de que no podía seguir ignorando la tensión que sentía. Tal vez compartir lo que estaba pasando podría ayudarme a ver las cosas con más claridad.

-He notado que un coche blanco me ha estado siguiendo -le dije, observando su reacción con cuidado-. No sé si es solo una coincidencia o si realmente hay algo detrás de esto, pero no puedo quitarme la sensación de que algo no está bien.

María se quedó en silencio por un momento, procesando lo que le había dicho. Luego, con un tono calmado pero serio, respondió:

-Samuel, no quiero alarmarte, pero es mejor que tomes esto en serio. Si crees que alguien te está siguiendo, deberías hablar con seguridad o incluso considerar contactar a la policía.

-Lo he pensado -admití-, pero no quiero parecer paranoico. Además, no tengo pruebas concretas, solo un presentimiento.

-A veces, los presentimientos son suficientes para actuar -replicó María-. Podrías pedirle a seguridad que revise las cámaras de los alrededores del edificio, para ver si han notado algo inusual. No perderías nada intentándolo.

Su sugerencia tenía sentido, y me sentí un poco más aliviado al tener un plan de acción. Decidí que, al regresar a la oficina, hablaría con el jefe de seguridad y le pediría que revisara las grabaciones.

Terminamos de almorzar y volvimos a la oficina. Mientras esperábamos el ascensor, María me miró y dijo:

-Samuel, sé que han pasado muchas cosas últimamente, y es normal sentirte abrumado. Pero no estás solo en esto. Si necesitas ayuda, solo tienes que pedirla.

Le sonreí, agradecido por su apoyo.

-Gracias, María. En serio, lo aprecio.

Cuando regresé a mi oficina, me dirigí directamente al jefe de seguridad. Le expliqué la situación y le pedí que revisara las grabaciones de las cámaras en los últimos días. Me prometió que lo haría y me informaría si encontraba algo.

Pasaron un par de horas más hasta que recibí una llamada en mi oficina.

-Samuel, soy Javier, de seguridad -dijo la voz al otro lado del teléfono-. Revisé las cámaras y, efectivamente, hemos visto el coche blanco del que hablas. Parece que ha estado merodeando por la zona durante los últimos días, no solo siguiéndote a ti, sino también estacionándose cerca del edificio. No hemos visto a nadie salir o entrar en él, pero es definitivamente sospechoso.

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