encuentros en el ascensor

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El sábado por la mañana, decidí salir a correr como suelo hacer cada fin de semana. Había dormido bien, con Zeus acurrucado a mis pies, y me desperté sintiéndome renovado. Me puse mis zapatillas, me ajusté los auriculares y salí del 512, listo para mi habitual trote matutino.

Al cerrar la puerta de mi apartamento, escuché un ruido detrás de mí. Al girarme, vi a la vecina del 510, Marta, salir apresuradamente de su apartamento. Llevaba una maleta en una mano y se secaba las lágrimas con la otra. Me detuve, sorprendido. Aunque había visto a Marta y a su esposo, Joel, algunas veces en el edificio, apenas los conocía. Siempre parecían una pareja tranquila, aunque reservada.

Marta me vio y, al darse cuenta de que no podía evitarme, bajó la cabeza, tratando de ocultar su rostro enrojecido y los rastros de lágrimas que aún marcaban sus mejillas. Decidí no decir nada, respetando su espacio, pero no pude evitar sentir una mezcla de preocupación y curiosidad por lo que podría estar sucediendo.

Llegamos juntos al ascensor. Mientras esperábamos, el silencio entre nosotros era palpable, solo interrumpido por el sonido ocasional de un sollozo contenido de Marta. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, entramos y nos mantuvimos en lados opuestos, cada uno en sus propios pensamientos.

El ambiente era tenso, y yo no sabía si debía decir algo o quedarme en silencio. La miré de reojo y vi que estaba mordiéndose el labio, claramente intentando no romper a llorar de nuevo. Decidí que, aunque no éramos cercanos, no podía simplemente ignorarla.

—¿Estás bien, Marta? —pregunté con cautela, sin querer invadir demasiado su espacio personal.

Ella pareció sorprendida de que la llamara por su nombre, como si no esperara que supiera quién era. Me miró con los ojos aún brillantes por las lágrimas, y por un momento pensé que no respondería.

—Lo siento —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. No quería que nadie me viera así.

—No tienes que disculparte. Si necesitas algo… —dejé la frase en el aire, sin querer presionarla.

Marta soltó un suspiro largo, como si hubiera estado conteniendo el aliento.

—Es Joel. —dijo, casi en un susurro—. Creo… creo que me está engañando.

El ascensor continuaba su lento descenso mientras procesaba lo que acababa de escuchar. No sabía qué decir; nunca había sido bueno con las palabras en situaciones emocionales, y menos con alguien a quien apenas conocía.

—Lo siento mucho, Marta —dije finalmente—. No puedo imaginar lo que estás pasando, pero si necesitas hablar o cualquier otra cosa, estoy aquí.

Ella asintió débilmente, mirando al suelo. El ascensor llegó al vestíbulo y las puertas se abrieron. Marta salió primero, con la maleta arrastrándose detrás de ella. La seguí a una distancia respetuosa, sin saber si debía intentar decir algo más.

Cuando alcanzamos la puerta principal, ella se detuvo y se volvió hacia mí.

—Gracias, Samuel. Eres amable. —dijo, su voz algo más firme que antes—. Solo… necesito un poco de tiempo para aclarar mi mente.

Asentí, entendiendo que no quería prolongar la conversación. Marta salió del edificio, y yo me quedé en la puerta, viendo cómo se alejaba hacia el taxi que la esperaba en la calle. Mientras ella se iba, no pude evitar pensar en lo complicada que puede ser la vida, incluso en un lugar que parece tan tranquilo como "Sol y Sombra".

Después de unos minutos, salí a correr, tratando de despejar mi mente. Pero durante todo el tiempo que estuve fuera, no pude dejar de pensar en Marta y en la situación que acababa de presenciar. Parecía que en este edificio, todos llevábamos nuestras propias cargas, y a veces, esas cargas nos alcanzaban en los momentos más inesperados.

Cuando regresé al 512, Zeus me recibió con entusiasmo. Después de una ducha rápida, me senté en el sofá, mirando por la ventana mientras pensaba en lo frágiles que pueden ser las relaciones humanas y en cómo todos estamos más conectados de lo que a veces creemos.

Esa conexión, sin embargo, me llevó a pensar en algo más. Clara había estado enviándome mensajes sin parar en los últimos días, pero la verdad es que ya no estaba seguro de querer seguir viéndola.

Sabía que estaba siendo cobarde al no responderle, pero no quería enfrentar la realidad: ya no sentía lo mismo por ella, y el peso de continuar algo que no tenía futuro me estaba agobiando.

Entendía que debía ser honesto con Clara, como lo había sido con todos los demás aspectos de mi vida últimamente, pero la simple idea de esa conversación me hacía sentir agotado.

Finalmente, decidí que tendría que enfrentarlo pronto. Pero no hoy. No después de la mañana que había tenido. Apagué el teléfono y me concentré en disfrutar el silencio de mi apartamento, en la compañía incondicional de Zeus, y en la sensación de calma que, por ahora, todavía podía aferrarme.

Comunidad 512Donde viven las historias. Descúbrelo ahora