Epílogo

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Un año había pasado desde que Bada, Hazel y Mackenyu decidieron mudarse juntos. Lo que comenzó como un experimento de convivencia lleno de altibajos, se había transformado en una verdadera familia, llena de amor, amistad y apoyo incondicional.

La casa que en un principio parecía enorme e intimidante, ahora era el lugar donde todos encontraban consuelo después de un día largo. La cocina, donde alguna vez discutieron sobre quién dejaría el refrigerador abierto o la ropa tirada en el suelo, se había convertido en el corazón del hogar. Cada sábado por la mañana, se reunían alrededor de la mesa, disfrutando del café y de las pancakes que Bada cocinaba con esmero. Yuyu, como siempre, con su libro en mano, hacía bromas mientras Bada y Hazel intercambiaban sonrisas llenas de complicidad.

Las diferencias que alguna vez causaron fricciones se habían transformado en fortalezas. Yuyu, con su meticulosidad, mantuvo la casa en orden, asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Bada, con su espíritu libre y creativo, llenó el hogar de vida, risas y sorpresas. Y Hazel, la mediadora, logró encontrar el equilibrio entre sus dos mundos, manteniendo la paz y la armonía.

Los desafíos no habían desaparecido por completo, pero ahora sabían cómo enfrentarlos juntos. La comunicación y la paciencia se convirtieron en sus pilares. Los problemas que antes parecían insuperables se resolvían con una simple conversación, y las pequeñas peleas se disipaban rápidamente en risas. Cada uno aprendió a valorar las diferencias del otro, encontrando en ellas una fuente de aprendizaje y crecimiento.

Bada y Hazel, por su parte, se habían fortalecido como pareja. Sus besos, risas y pequeños gestos diarios mantenían vivo su amor. Aunque hubo momentos en los que las dudas y los miedos amenazaban con separarlas, siempre encontraban la manera de reencontrarse en ese espacio seguro que habían creado juntas. Con el tiempo, su relación se había vuelto más profunda y sólida.

Mackenyu, aunque al principio dudaba sobre cómo encajar en la dinámica de la pareja, se convirtió en un apoyo fundamental. No solo era su mejor amigo, sino también un hermano para ambas. Su capacidad para escuchar y dar consejos, y su disposición para ayudar en los momentos difíciles, lo convirtieron en una pieza clave en su familia improvisada.

Una tarde de otoño, mientras las hojas caían suavemente en el jardín trasero, Bada, Hazel y Mackenyu se sentaron en la terraza, contemplando el atardecer. La luz dorada bañaba la casa, llenándola de una calidez que resonaba en sus corazones. Era un momento de calma, una pausa en el tiempo que les permitió reflexionar sobre todo lo que habían vivido juntos.

—¿Recuerdan cuando discutimos sobre cómo organizar la sala? —preguntó Yuyu, con una sonrisa nostálgica en sus labios.

—Claro que sí —respondió Hazel, riendo suavemente—. Quién hubiera pensado que algo tan simple causaría tanto revuelo.

—Pero al final, todo valió la pena —añadió Bada, mirando a Hazel con ternura—. Porque aprendimos a trabajar en equipo, a ser una familia.

—Y ahora estamos aquí —dijo Yuyu—, más unidos que nunca.

Hazel tomó la mano de Bada, entrelazando sus dedos con los de ella. Sentía una profunda gratitud por todo lo que habían construido juntos. Había días difíciles, sí, pero también hubo momentos como este, llenos de paz y satisfacción.

—No podría haber pedido un lugar mejor, ni una familia más perfecta —murmuró Hazel, inclinándose hacia Bada para darle un beso suave en los labios.

—Ni yo —respondió Bada, devolviéndole el beso.

Mackenyu los observaba, con una expresión de felicidad en su rostro. Estaba contento de ver a sus dos mejores amigas tan felices juntas, sabiendo que había sido parte de su viaje. Para él, no había mayor satisfacción que ver a las personas que amaba encontrando su propio camino hacia la felicidad.

Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, llenando el cielo de tonos cálidos, los tres se quedaron allí, en silencio, disfrutando de la compañía mutua. Era un momento de pura serenidad, un recordatorio de que, a pesar de todas las dificultades, habían logrado crear un hogar lleno de amor y armonía.

El viento soplaba suavemente entre las hojas, como si susurrara secretos de tiempos pasados. Y en ese instante, mientras el último rayo de sol desaparecía, los tres supieron que, sin importar lo que les deparara el futuro, siempre tendrían ese lugar, esa casa y esa familia para regresar.

 Y en ese instante, mientras el último rayo de sol desaparecía, los tres supieron que, sin importar lo que les deparara el futuro, siempre tendrían ese lugar, esa casa y esa familia para regresar

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