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El primer día de clases fue una experiencia surrealista. Había pasado más de una década desde la última vez que había estado en un aula, y la sensación de entrar en ese espacio académico, con sus pizarras blancas y pupitres ordenados en filas, me llenó de una mezcla de nostalgia y nerviosismo. Observé a los estudiantes a mi alrededor, la mayoría de ellos apenas en sus veinte años, hablando animadamente entre ellos sobre temas que me resultaban completamente ajenos aplicaciones móviles, memes virales, y la última serie de moda en Netflix .Me sentí un poco fuera de lugar. Parecía que el tiempo había pasado por mí más rápido de lo que había anticipado. Mis compañeros de clase estaban en una etapa de la vida completamente diferente, llena de energía y entusiasmo por lo que el futuro les deparaba. Yo, por otro lado, estaba aquí por una razón muy distinta. No se trataba solo de obtener un título ,se trataba de una misión personal, de una necesidad de usar mi experiencia y convertirla en algo tangible que pudiera ayudar a otros.La primera clase fue sobre psicología general, un repaso de las teorías básicas y los fundamentos de la disciplina. El profesor, un hombre en sus cincuenta, con gafas redondas y una voz profunda y serena, comenzó hablando sobre la historia de la psicología, desde los primeros filósofos griegos hasta las teorías modernas de Freud y Jung. Mientras tomaba notas, me sentí como si estuviera aprendiendo un nuevo idioma. Había tanto que desconocía, tanto que necesitaba absorber y comprender.Después de la clase, me quedé atrás, observando cómo los demás estudiantes recogían sus cosas y salían rápidamente del aula, probablemente con planes para encontrarse con amigos o ir a alguna cafetería cercana. Yo, en cambio, me dirigí hacia el profesor, esperando que pudiera responder algunas de las preguntas que ya se estaban acumulando en mi mente.
-Disculpe, profesor comencé, tratando de no sonar demasiado insegura.
-Me preguntaba si podría recomendarme algunos textos adicionales para entender mejor las teorías que discutimos hoy. Siento que necesito un poco más de contexto para poder seguir el ritmo.
El profesor me miró con una sonrisa que irradiaba comprensión. -Por supuesto
dijo, mientras rebuscaba en su bolso para sacar un pequeño cuaderno. -Es admirable que quieras profundizar más en estos temas. Te recomendaría empezar con los textos clásicos de Freud y Jung, pero también te sugiero leer a autores más contemporáneos como Carl Rogers y Viktor Frankl. Ambos ofrecen perspectivas que creo que encontrarías muy útiles, dado lo que me parece es tu motivación para estar aquí.
Agradecí su consejo y salí del aula con una nueva determinación. Comprendí que este no sería un camino fácil, que habría días en los que me sentiría abrumada por la cantidad de información y la complejidad de los conceptos. Pero también sabía que cada página que leía, cada teoría que entendía, me acercaba más a mi objetivo final, convertirme en una verdadera ayuda para aquellos que, como yo, habían estado en la oscuridad.Con el paso de los meses, comencé a encontrar mi ritmo. Las clases se convirtieron en algo que esperaba con ansias, y a medida que iba construyendo relaciones con mis compañeros de clase, dejé de sentirme como una extraña en un mundo ajeno. Algunos de ellos comenzaron a acercarse a mí, buscando consejo o simplemente una conversación. Mi experiencia de vida me había dado una perspectiva que ellos valoraban, y pronto descubrí que podía aprender tanto de ellos como ellos de mí.Uno de los momentos más significativos de ese primer año fue cuando conocí al doctor Santiago , uno de los profesores más respetados de la facultad. Su enfoque práctico y su empatía natural hicieron que me sintiera inmediatamente conectada con él. No solo enseñaba la teoría, la vivía. Cada lección que impartía estaba impregnada de experiencias reales, de casos clínicos que había manejado a lo largo de su carrera. Hablar con él era como recibir una visión directa del mundo real, donde las personas no eran solo diagnósticos, sino seres humanos completos con historias complejas.Después de una clase particularmente impactante sobre los trastornos de ansiedad, me acerqué a él.
-Doctor Santiago,
le dije, con una mezcla de respeto y admiración en mi voz.
-Su clase de hoy me tocó profundamente. Siento que todo lo que he aprendido hasta ahora está cobrando sentido de una manera que nunca había imaginado. Me gustaría saber más sobre cómo manejar estos casos en la práctica, cómo puedo aplicar lo que estamos aprendiendo para realmente hacer una diferencia en la vida de las personas.
Él me observó por un momento, como si estuviera evaluando algo en mi interior. Finalmente, asintió con una sonrisa.
-Astrid, veo en ti una pasión que va más allá de lo académico. Lo que has vivido, tu propia experiencia, es un recurso invaluable. No pierdas eso. La teoría es importante, pero es tu empatía y tu comprensión de la experiencia humana lo que te hará una terapeuta excepcional. Si estás interesada, podrías acompañarme en algunas de mis sesiones supervisadas para que veas cómo se aplica todo esto en la práctica. Estoy seguro de que sería una experiencia enriquecedora para ti.
No podía creer lo que estaba oyendo. La oportunidad de aprender directamente de alguien como el doctor Santiago era algo que nunca hubiera imaginado al inicio de este viaje. Acepté su oferta sin dudar

la libertad de ser yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora