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Con el tiempo, la vida fuera de las sesiones con Atenea también empezó a cambiar. Mis responsabilidades en la clínica aumentaron, y con ellas, la diversidad de casos que empecé a manejar. Cada paciente representaba un nuevo conjunto de desafíos, lo que requería que adaptara mis métodos y técnicas según las necesidades individuales de cada persona. Pero también significaba que, como terapeuta, estaba creciendo, ampliando mi comprensión de la mente humana y aprendiendo nuevas formas de ayudar a los demás.Uno de los casos más significativos que recibí fue el de un hombre llamado Manuel, un veterano de guerra que sufría de trastorno de estrés postraumático. Manuel había sido testigo de horribles eventos durante su servicio militar, y esas experiencias lo habían dejado con pesadillas recurrentes, flashbacks y una profunda sensación de desesperanza. Cuando entró en mi oficina por primera vez, su rostro mostraba un agotamiento que iba más allá de lo físico, era como si llevara consigo un peso emocional que no podía soltar.Las primeras sesiones con Manuel fueron extremadamente difíciles. Se mostraba reticente a hablar de sus experiencias, y cuando lo hacía, era evidente que revivir esos momentos era una experiencia profundamente dolorosa para él. Sin embargo, poco a poco, fui ganándome su confianza, utilizando técnicas como la terapia de exposición y la EMDR, que había visto emplear al doctor Santiago con otros pacientes. Manuel comenzó a abrirse más, y juntos empezamos a trabajar en desensibilizar algunos de los recuerdos traumáticos que lo acosaban.Lo que más me impactó de trabajar con Manuel fue la forma en que, a pesar de todo el dolor que había soportado, seguía mostrando un increíble deseo de sanar. Aunque el camino hacia la recuperación era largo y lleno de obstáculos, Manuel no se rendía. Su perseverancia me recordaba a la de Atenea, y me hizo darme cuenta de que, aunque cada caso era único, había un elemento común en todos ellos, la resiliencia humana.Durante este tiempo, también tuve la oportunidad de reflexionar sobre mi propio crecimiento. La transición de ser una estudiante observadora a una terapeuta activa no había sido fácil. Había momentos en los que dudaba de mis habilidades, me cuestionaba si realmente estaba ayudando a mis pacientes o si estaba cometiendo errores. Pero a medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que esos momentos de duda eran parte del proceso. Cada día aprendía algo nuevo, no solo sobre la terapia, sino también sobre mí misma.Una tarde, después de una sesión particularmente intensa con Manuel, me encontré reflexionando sobre cómo había cambiado desde que comencé a estudiar psicología. Recordé mis propios momentos de ansiedad y miedo, y cómo esos sentimientos habían moldeado mi decisión de seguir esta carrera. Pero ahora, esos mismos sentimientos habían sido transformados en una fuente de fortaleza y comprensión, que me permitía conectar con mis pacientes a un nivel más profundo.Decidí visitar al doctor Santiago para hablar sobre mis reflexiones. Cuando llegué a su oficina, me recibió con su habitual sonrisa cálida y una taza de té en la mano. Nos sentamos, y comencé a hablarle de mis experiencias, de cómo me sentía a veces abrumada por la responsabilidad, pero también de cómo cada día me sentía más segura en mi papel de terapeuta.El doctor Santiago me escuchó atentamente, como siempre lo hacía, y cuando terminé, me dio un consejo que nunca olvidaría.
-Astrid, la terapia es un viaje tanto para el paciente como para el terapeuta. Lo que haces aquí no es solo ayudar a otros a sanar, sino también a ti misma. Cada experiencia, cada desafío que enfrentas, es una oportunidad para crecer. No te preocupes por tener todas las respuestas. Lo más importante es estar presente, ser auténtica y mantener la empatía. Los demás sentirán eso, y esa conexión es lo que realmente hace la diferencia.
Salí de su oficina sintiéndome más tranquila y con una renovada confianza en mí misma. Sabía que todavía tenía mucho que aprender, pero también entendí que ser terapeuta no era solo una cuestión de conocimiento, sino de humanidad. Y eso era algo que no se podía aprender en los libros, sino a través de la experiencia, la compasión y la voluntad de seguir adelante, incluso cuando las cosas se ponían difíciles.

la libertad de ser yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora