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Las siguientes semanas marcaron un cambio profundo en mi vida académica y personal. Asistir a las sesiones supervisadas con el doctor Santiago fue como entrar en un mundo completamente nuevo, uno donde la teoría se encontraba cara a cara con la realidad cruda y compleja de la experiencia humana. El pequeño consultorio donde se llevaban a cabo estas sesiones estaba en un ala tranquila del hospital universitario, decorado con colores suaves y muebles acogedores que invitaban a la relajación. Sin embargo, el ambiente sereno no lograba ocultar la intensidad emocional que impregnaba cada rincón de ese espacio.El doctor Santiago era un maestro en su campo. Con la misma facilidad con la que explicaba conceptos teóricos en el aula, ahora aplicaba su conocimiento para guiar a sus pacientes a través de laberintos de dolor, confusión y miedo. Observé con asombro cómo utilizaba la empatía, la paciencia y una comprensión profunda de la psicología para ayudar a las personas a desentrañar los nudos más intrincados de sus mentes. Su enfoque no era simplemente escuchar, sino realmente conectarse con los pacientes, haciéndoles sentir que sus emociones y pensamientos eran válidos, sin importar cuán desordenados o dolorosos pudieran ser.Una de las primeras sesiones a las que asistí involucró a un hombre de mediana edad que lidiaba con un duelo prolongado por la pérdida de su esposa. La tristeza en sus ojos era palpable, una mezcla de dolor y resignación que parecía haberle robado toda la energía. Durante la sesión, el hombre habló en un tono monótono, como si cada palabra fuera un esfuerzo monumental. Sin embargo, a medida que la conversación avanzaba, noté cómo el doctor Santiago, con preguntas delicadas y una presencia tranquilizadora, lograba que el hombre comenzara a explorar sentimientos que había enterrado profundamente. No había ninguna prisa, ningún juicio. Era como si el tiempo se detuviera dentro de esas cuatro paredes, permitiendo que cada emoción encontrara su voz.Después de la sesión, mientras el hombre se despedía con un leve gesto de agradecimiento, el doctor Santiago se volvió hacia mí.
-Qué has observado, Astrid?
me preguntó en su tono característico, que era a la vez inquisitivo y alentador.Tomé un momento para ordenar mis pensamientos antes de responder.
-Vi cómo le permitiste hablar a su propio ritmo, cómo lo guiaste suavemente para que él mismo llegara a las conclusiones sin imponerle nada. Fue como... como si estuvieras despejando el camino frente a él, pero dejándolo decidir hacia dónde caminar.
El doctor asintió, complacido con mi observación. -Exactamente. La terapia no se trata de dar respuestas, sino de ayudar a la persona a encontrar sus propias respuestas. Es un proceso de descubrimiento mutuo, donde el terapeuta también aprende del paciente. Cada sesión es única, porque cada individuo es único. Nunca debemos olvidar eso.
A medida que continuaban las semanas, fui testigo de una variedad de casos, cada uno más complejo que el anterior. Pacientes con depresión profunda, ansiedad debilitante, trastornos obsesivo-compulsivos, todos ellos llegaban al consultorio del doctor Santiago buscando alivio, respuestas, o simplemente alguien que los escuchara sin prejuicios. Aprendí que la psicología no era una ciencia exacta, sino más bien un arte que requería sensibilidad, intuición y una comprensión profunda de la condición humana.Uno de los casos que más me impactó fue el de una joven llamada Miriam, que había sufrido abusos en su infancia y que, como resultado, padecía de un trastorno de estrés postraumático severo. Miriam tenía apenas veinticinco años, pero la vida ya le había dejado cicatrices profundas que se manifestaban en su mirada inquieta y sus manos temblorosas. El doctor Santiago había estado trabajando con ella durante varios meses, y ahora me permitía observar algunas de sus sesiones.Desde el momento en que Miriam entró en la sala, la atmósfera cambió. La tensión en su cuerpo era evidente,cada movimiento, cada palabra, parecía estar cargado de un peso invisible. Durante la sesión, el doctor Santiago usó técnicas de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares, un enfoque terapéutico que había demostrado ser eficaz en casos de trauma. Observé cómo Miriam, guiada por la voz suave del doctor, comenzaba a revivir algunos de los recuerdos más dolorosos, pero esta vez en un entorno seguro y controlado. La intensidad de la experiencia era abrumadora, tanto para ella como para mí, que observaba desde el otro lado de la habitación.Después de la sesión, el doctor Santiago me llevó a su oficina, donde me explicó más sobre el proceso.
-El trauma es como una herida profunda en la psique,
dijo mientras se sentaba detrás de su escritorio. -La memoria traumática puede quedar atrapada en el cerebro, causando una gran cantidad de síntomas, desde pesadillas hasta ataques de pánico. Nuestro trabajo es ayudar al paciente a procesar esos recuerdos de una manera que les permita sanar, a su propio ritmo.
Aquella noche, de vuelta en mi apartamento, reflexioné sobre lo que había presenciado. Sabía que algún día estaría en el lugar del doctor Santiago, enfrentando esos mismos desafíos con mis propios pacientes. La responsabilidad de ser terapeuta, de guiar a alguien a través de su dolor, era inmensa. Pero también sentía una creciente convicción de que este era el camino correcto para mí. Quería ser esa persona que pudiera ofrecer un espacio seguro para aquellos que luchaban, que pudiera acompañarlos en su viaje hacia la sanación.

la libertad de ser yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora