cap. LII

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Vic
-Desde las gradas del Estadio, Mundial 2030-

La emoción en el estadio era palpable. Las banderas de España ondeaban en el aire, y los cánticos de los aficionados resonaban con fuerza en las gradas. Yo me encontraba allí, como tantas otras veces, apoyando a Ferran. Estaba sentada con Francesca en mi regazo, mientras Alda dormía plácidamente  a mi lado. Los ojos de Francesca brillaban con la emoción de ver a su padre en el campo, orgullosa y con su camiseta roja de la selección española, donde "Ferran" se leía con grandes letras y el 11 a la espalda.

—¡Mira, mamá! ¡Es papá! —exclamó Francesca, señalando con su dedito hacia la figura de Ferran en el campo.

—Sí, cariño, allí está. Lo va a hacer genial , como siempre —le respondí, sonriendo mientras acariciaba su pelo liso , idéntico al de su padre.

El partido estaba intenso. España se jugaba mucho en este Mundial, y Ferran sabía la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Lo había visto entrenar hasta el agotamiento, preparándose para este momento. Cuando tuvo una ocasión clara frente al portero, todo el estadio contuvo la respiración. Parecía que iba a ser el gol que España tanto necesitaba. Pero entonces...

—¡No! —grité, casi sin darme cuenta, al ver cómo el balón se desviaba apenas unos centímetros del poste.

El estadio entero lanzó un gemido de decepción, y mi corazón se encogió. Pude ver la frustración en el rostro de Ferran desde la distancia, aunque sabía que él se repondría rápido. Lo que no esperaba era la reacción del hombre que teníamos al lado.

—¡Pero qué inútil! ¡Eres un paquete, Torres! —bramó, golpeando el asiento con el puño.

Sentí cómo mi sangre hervía de inmediato, pero antes de que pudiera decir algo, noté que Francesca se tensaba en mis brazos. Se giró hacia el hombre, con sus ojos grandes y desafiantes.

—¡No digas eso! —gritó ella, su vocecita resonando más fuerte de lo que hubiera imaginado.

El hombre, sorprendido, miró a Francesca con el ceño fruncido. No esperaba que una niña tan pequeña le respondiera. Yo tampoco.

—¿Y tú quién eres para decirme qué puedo o no puedo decir? —replicó, aunque su tono era menos agresivo ahora.

Francesca, sin amedrentarse, se levantó un poco en mis rodillas y le señaló con un dedo firme.

—¡Él es mi papá y es el mejor del mundo! —dijo con una convicción que me dejó sin palabras.

El hombre quedó desconcertado por un momento. Podía ver en su rostro la mezcla de vergüenza y culpa. Tal vez, al ver la pasión en los ojos de mi hija, se dio cuenta de que su arrebato había sido inapropiado.

—Lo siento, pequeña... —murmuró finalmente, bajando la mirada.

Francesca lo miró un segundo más antes de volver a sentarse. Me abrazó y se acurrucó en mi pecho, mientras yo la besaba en la cabeza.

—Que valiente eres cariño, papá está muy orgulloso de ti —le susurré al oído, conmovida por su coraje.

El partido continuó, y aunque Ferran no logró materializar esa ocasión, vi cómo se recuperaba y seguía luchando en el campo. Sabía que, independientemente del resultado, siempre sería un héroe para nosotras, y especialmente para su pequeña defensora, que no dejaba de mirarlo con admiración.

A medida que el partido avanzaba, me sentí más orgullosa que nunca de mi familia. No solo por Ferran, que lo daba todo en el campo, sino también por Francesca, que había demostrado que la valentía no se mide por la edad o el tamaño.

Un poco después el partido estaba al límite. Ferran seguía luchando con toda su energía, buscando redimirse por aquella ocasión fallida. Francesca, aún en mi regazo, no apartaba la vista del campo, sus ojitos fijos en su papá, llena de una determinación que me sorprendía. Alda, por su parte, seguía durmiendo tranquilamente, ajena a todo el alboroto.

De repente, Ferran recibió el balón cerca del área. Vi cómo su expresión cambiaba; estaba decidido. Con un movimiento rápido, dribló al defensa y, sin dudarlo, disparó. El balón voló con precisión, directo al ángulo superior. El grito de gol estalló en el estadio.

—¡Sí! —grité, saltando de la emoción junto a miles de aficionados que celebraban con euforia. Francesca se levantó sobre mis piernas, aplaudiendo con fuerza y con una enorme sonrisa en su rostro.

Pero, antes de que pudiera disfrutar plenamente del momento, Francesca se giró hacia el hombre de antes, que ahora estaba en silencio, claramente sorprendido por el gol de Ferran.

—¡¿Lo ves?! —le dijo Francesca con el tono más firme que había escuchado en su corta vida—. ¡Te dije que mi papá no es ningún paquete! ¡Él es el mejor!

El hombre, aún atónito por el gol, no supo qué responder. Se limitó a bajar la mirada, mientras el rubor subía a su rostro. Estaba claro que no esperaba que una niña tan pequeña lo desafiara de nuevo, y mucho menos con tanta seguridad.

—Francesca, cariño, ya, déjalo —le dije suavemente, tratando de calmar la situación. Sabía que mi hija tenía un carácter fuerte, pero no quería que se obsesionara con el incidente.

—¡Pero mamá, él dijo que papá era un paquete y no lo es! —respondió ella, cruzándose de brazos y mirándome con seriedad.

—Lo sé, mi amor, pero ya le demostraste que no tenía razón —le dije, acariciando su espalda—. Ahora vamos a disfrutar del gol, ¿de acuerdo?

Francesca me miró por un segundo, todavía enfadada, pero luego su expresión se suavizó al ver la sonrisa en mi rostro.

—Vale, mamá —murmuró, volviendo a sentarse y acurrucándose en mis brazos.

El hombre a nuestro lado no dijo nada más durante el resto del partido. Y aunque Ferran no volvió a marcar, jugó un gran partido, luchando hasta el final. Cuando sonó el pitido final, miré a Francesca, que había pasado de la indignación a la pura alegría mientras ondeaba su banderita de España en el aire.

—Estoy muy orgullosa de ti, Francesca —le susurré—. Y sé que  papá también lo estará cuando le cuente lo que hiciste hoy.

Ella sonrió con satisfacción, dándome un beso en la mejilla antes de girarse de nuevo hacia el campo, buscando a Ferran con la mirada.

El hombre a nuestro lado se levantó para irse, pero antes de marcharse, se inclinó un poco hacia Francesca y dijo en voz baja:

—Tienes razón, pequeña. Tu papá no es ningún paquete. Es un gran jugador. Lo siento.

Francesca, con toda la dignidad que una niña de tres años podía tener, asintió seriamente, como si estuviera concediéndole su perdón. Luego, sin darle más importancia, volvió su atención hacia el campo, donde Ferran nos saludaba desde la distancia.

Me eché a reír suavemente. Francesca era realmente la hija de su padre: valiente, decidida y con un corazón enorme. Cuando finalmente nos encontramos con Ferran, después del partido, le conté lo aje habia hecho y Francesca corrió hacia él y saltó a sus brazos.

—¡Papá, que golazo has metido! —exclamó, abrazándolo con fuerza.

Ferran la levantó, besándola en la frente.

—Gracias, pequeña. Pero parece que hoy tú también hiciste un gran trabajo defendiéndome —dijo, mirándome con una sonrisa cómplice.

—¡Sí! —respondió Francesca con orgullo—. No dejé que nadie dijera cosas feas de ti, papá.

Ferran me miró y ambos compartimos una sonrisa. A pesar de la tensión y los nervios, el día había terminado de la mejor manera posible: con la familia unida y llena de amor. Y mientras nos alejábamos del estadio, sabía que en los ojos de Francesca, su papá siempre sería un héroe, sin importar lo que dijera nadie más.

𝑁𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎 𝐻𝑖𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎  ~ Ferran Torres y Victoria de AngelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora