pt.2

17 3 0
                                    

Cuando sonó el pitido final, la sensación de alivio y euforia fue abrumadora. Lo habíamos conseguido: España era campeona del mundo. Mientras mis compañeros corrían hacia mí, gritando y saltando, todo lo que podía pensar era en mi familia, en Victoria, en Francesca y Alda, en mis padres y Arantxa. Habíamos trabajado tanto para llegar aquí, y este era un momento que recordaríamos por el resto de nuestras vidas.

Después de la algarabía inicial en el campo, nos dirigimos al podio para recibir nuestras medallas y, por supuesto, para levantar la copa. Todo sucedió en una especie de neblina de felicidad y ruido, pero cuando finalmente tuve la copa en mis manos, el peso de ella me recordó cuán lejos habíamos llegado.

La levanté con todas mis fuerzas, sintiendo el júbilo de mis compañeros y los gritos de los aficionados. Sin embargo, incluso en medio de toda la euforia, mi mirada buscaba a una persona en particular: Francesca.

Y ahí estaba ella, en la primera fila de la zona reservada para las familias, con los ojos brillando y una sonrisa que parecía no caberle en la cara. A su lado, Arantxa también me observaba con orgullo, y pude ver que estaba igual de emocionada que Francesca.

—¡Papá! —gritó Francesca cuando me vio, saltando con todas sus fuerzas para llamar mi atención.

Sin pensarlo dos veces, dejé la copa en manos de uno de mis compañeros y corrí hacia la barandilla. Los encargados de seguridad ya sabían lo que iba a hacer y me abrieron paso. Me agaché para recoger a Francesca, que prácticamente se lanzó a mis brazos.

—¡Lo hiciste, papá! ¡Lo hiciste! —me decía una y otra vez mientras me abrazaba con todas sus fuerzas.

El calor de su pequeño cuerpo y la emoción en su voz hicieron que se me humedecieran los ojos. Este momento no hubiera sido tan significativo sin ella, sin Victoria, sin toda mi familia apoyándome durante todo el proceso.

—Tú también lo hiciste, princesa. No hubiera sido posible sin tus ánimos —le susurré al oído, besándola en la mejilla.

En ese momento, Arantxa también se acercó y se unió al abrazo. Mi hermana estaba radiante, y aunque intentaba mantenerse serena, pude ver el orgullo y la emoción reflejados en sus ojos.

—No puedo creerlo, Ferran. ¡Eres campeón del mundo! —dijo Arantxa, riéndose mientras nos abrazaba a Francesca y a mí.

—Lo hicimos, Arantxa. Lo hicimos todos juntos —respondí, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía.

Mientras sostenía a Francesca en un brazo y abrazaba a Arantxa con el otro, eché un vistazo hacia la grada donde Victoria y Alda estaban, ambas aplaudiendo y sonriendo. En ese instante, todo el ruido y la euforia del estadio se desvanecieron, y me sentí completamente en paz.

Después de un rato, volví a subir al podio con Francesca en mis brazos, y uno de mis compañeros me pasó la copa de nuevo. Esta vez, la levanté junto con Francesca, que seguía sonriendo de oreja a oreja, y con Arantxa a nuestro lado, riéndose mientras intentaba capturar el momento con su móvil.

Era un sueño hecho realidad, y compartirlo con las personas que más amaba hacía que fuera aún más especial. Mientras el confeti caía alrededor nuestro, y el himno nacional sonaba por todo el estadio, supe que este era un momento que nunca olvidaríamos, una victoria que significaba mucho más que un trofeo. Significaba familia, amor y el resultado de años de esfuerzo y sacrificio.

Mientras abrazaba a Francesca, con Arantxa a mi lado, y miraba hacia donde estaban Victoria y Alda, me di cuenta de que no solo había ganado un Mundial, sino que había ganado la vida que siempre había soñado.

Después de levantar la copa y celebrar con mis compañeros en el campo, nos dirigimos a la zona de entrevistas. Normalmente, este es el momento en el que los periodistas te bombardean con preguntas sobre el partido, tus emociones y los próximos pasos. Pero esta vez, la atención no estaba solo en mí; Francesca, con su camiseta de la selección y su sonrisa inquebrantable, acaparaba todas las miradas.

Cuando entramos en la zona mixta, un murmullo de emoción recorrió a los periodistas al vernos llegar. Francesca estaba aún aferrada a mí, emocionada y llena de energía. No pasó mucho tiempo antes de que uno de los reporteros rompiera el hielo.

—Ferran, felicidades por este gran logro —comenzó, dirigiéndome una sonrisa—. Pero parece que hoy tenemos aquí a una pequeña estrella también. ¿Nos puedes presentar a la campeona del día?

Francesca, que nunca ha sido tímida, se enderezó en mis brazos y miró al periodista con una expresión de total seguridad.

—Ella es Francesca, mi mayor fan —dije, sonriendo mientras la bajaba al suelo para que estuviera más cómoda.

Los flashes de las cámaras empezaron a dispararse, y Francesca, lejos de sentirse intimidada, adoptó una pose decidida, imitando la forma en que yo había posado con la copa minutos antes.

—Francesca, ¿cómo te sientes viendo a tu papá ganar el Mundial? —le preguntó una reportera, agachándose para estar a su nivel.

Francesca, con la seriedad que solo un niño puede tener en estos momentos, respondió:

—Estoy muy feliz porque mi papá es el mejor del mundo. Lo sabía desde el principio —dijo con total convicción, haciendo reír a todos los presentes.

—¿Y estuviste animándolo todo el partido? —continuó la reportera.

—¡Sí! ¡Muy fuerte! —exclamó Francesca, levantando sus brazos como si estuviera animando de nuevo—. Le dije que iba a ganar y marcar un gol, ¡y lo hizo!

Los periodistas seguían fascinados con ella. Mientras tanto, yo la observaba, tratando de contener mi propia risa y el orgullo que sentía al verla tan segura y feliz.

—Ferran, parece que Francesca tiene el mismo espíritu competitivo que tú —comentó otro periodista, sonriendo—. ¿Crees que sigue tus pasos?

—Bueno, eso depende de ella, pero desde luego tiene la determinación —respondí, mirando a Francesca con cariño—. Siempre ha sido mi pequeña luchadora, y hoy ha demostrado que tiene la misma pasión por el fútbol que yo.

Francesca, aún sin perder la oportunidad, tomó el micrófono que la reportera sostenía y lo acercó a su boca.

—Cuando sea grande, voy a jugar al fútbol como mi papá y voy a ganar también —declaró, con una seguridad que dejó a todos en silencio por un momento.

No pude evitar reírme y acariciarle la cabeza.

—Eso ya lo veremos, princesa. Por ahora, tienes que disfrutar de este momento —le dije, aunque en el fondo me encantaba la idea de que compartiera mi amor por el deporte.

La atención que normalmente hubiera estado centrada en mí se desvió por completo hacia Francesca, que seguía respondiendo preguntas, posando para fotos y, en general, robándose el show. Incluso los reporteros más serios no pudieron evitar sonreír ante la espontaneidad y la confianza de mi hija.

Cuando finalmente terminamos las entrevistas, Francesca seguía emocionada, con la energía de haber estado en el centro de la atención. La tomé de la mano mientras nos dirigíamos de regreso al vestuario, donde Victoria y Alda nos esperaban.

—Papá, ¿lo hice bien? —me preguntó, mirándome con esos ojos llenos de esperanza.

—Lo hiciste increíble, Francesca. Eres toda una campeona —le respondí, agachándome para darle un abrazo—. Estoy muy orgulloso de ti.

Victoria, que había estado observando desde un poco más lejos con Alda en brazos, se acercó y nos envolvió a ambos en un abrazo.

—Tienes a una futura periodista o futbolista en tus manos, Ferran —dijo, riéndose—. Lo hizo mejor que muchos adultos.

—Definitivamente, tenemos una estrella en la familia —añadí, besando a Victoria y luego a Francesca.

Mientras nos dirigíamos a celebrar con el resto del equipo y nuestras familias, supe que este día sería inolvidable no solo por la victoria, sino también por cómo Francesca se había convertido en el centro de atención, mostrando una vez más que el verdadero espíritu del fútbol está en la pasión y el amor por el juego. Y en ese sentido, Francesca era una campeona tanto como yo.

𝑁𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎 𝐻𝑖𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎  ~ Ferran Torres y Victoria de AngelisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora