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❝𝐃𝐨𝐧𝐝𝐞, 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐚𝐜𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐫𝐞𝐛𝐞𝐥𝐝í𝐚, 𝐥𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐟𝐞𝐜𝐭𝐚 𝐡𝐢𝐣𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐢𝐜𝐞𝐧𝐭 𝐇𝐢𝐠𝐡𝐭𝐨𝐰𝐞𝐫 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞 𝐬𝐮 𝐝𝐨𝐧𝐜𝐞𝐥𝐥𝐞𝐳 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐬𝐭𝐚𝐫𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐑𝐡𝐚𝐞𝐧𝐲𝐫𝐚❞

—Esto es completamente platónico, ¿verdad? —preguntó Daelina, su voz temblorosa y entrecortada, como si tratara de convencerse a sí misma de que lo que estaba sucediendo no iba más allá de un simple juego.

Lucerys, con su rostro todavía enterrado en el cuello de la princesa, dejó escapar un suspiro contra su piel, su aliento cálido haciendo que ella se estremeciera. Con voz baja y ronca, respondió:

Absolutamente —siseó, contra el ahora húmedo cuello de la joven. Sabían que lo que estaban haciendo trascendía cualquier etiqueta que intentaran colocarle. Los latidos acelerados de sus corazones y la electricidad palpable en el aire entre ellos traicionaban cualquier pretensión de inocencia.

Desde que Rhaenyra tomó el Trono de Hierro tras la muerte de su padre, la llegada de su familia a la Fortaleza Roja fue como encender una llama en un barril de pólvora. Los ya tensos lazos entre los hijos de Viserys se tensaron aún más, especialmente entre Lucerys y su tío Aemond, quienes compartían una historia manchada de sangre y odio después de que el menor casi le saca el ojo al mayor, quien pudo evitar el ataque por poco. Viserys, en su ceguera por el amor a su primogénita, había creado un abismo insalvable entre sus hijos varones y sus hijas, un abismo que solo se hacía más profundo con cada mirada fría y cada palabra no dicha.

Daelina Targaryen, la hija menor de Alicent Hightower y el Rey Viserys Targaryen, nacida en el año 118 después de la conquista, siempre había sido una figura enigmática en la corte. A diferencia de sus hermanos, sus rasgos reflejaban una mezcla única de su linaje: la melena oscura de su madre y la mirada etérea de su padre, como dos luces en la penumbra de su propio destino. A pesar de que su huevo de dragón permaneció frío y sin vida, el destino le sonrió cuando una nidada de Syrax, la poderosa dragona de Rhaenyra, trajo al mundo a una cría excepcional. Entre las pequeñas bestias que emergieron de los huevos, una destacó por su belleza y singularidad: una dragona con escamas doradas suaves y membranas vino tinto, quien fue llamada Aurethia, convirtiéndose en su jinete a los ocho días del nombre.

La personalidad de la delicada Daelina parecía ser un enigma envuelto en un velo de silencio. Su figura etérea y su semblante reservado la convertían en una presencia casi fantasmal en la Fortaleza Roja. Siempre recatada, con movimientos gráciles y medidos, rara vez se escuchaba su voz en los salones donde los rumores y las intrigas se tejían con fervor. Mucha gente murmuraba que Daelina solo abría su boca para orar, que sus palabras eran tan escasas y preciosas como el oro.

Sumisa en apariencia, Daelina siempre parecía estar atenta a las órdenes de su madre, la reina Alicent, quien la moldeó para ser la hija perfecta: obediente, devota y silenciosa. En cada banquete, en cada reunión, Daelina era la sombra de su madre, observando con sus ojos violetas, mientras el mundo pasaba a su alrededor sin rozarla.

Sin embargo, en ese silencio y en esa sumisión, había una fuerza oculta, una profundidad que pocos llegaban a comprender. Daelina no era solo una marioneta de su madre ni un reflejo de la delicadeza que todos veían; era un enigma que nadie había resuelto, una incógnita cuya verdadera esencia se escondía tras su semblante inquebrantable y su quietud aparente.

Con la llegada de los vástagos de Rhaenyra a desembarco del Rey, las paredes de la Fortaleza Roja parecían estar talladas no solo en piedra, sino en los elementos más oscuros del corazón humano: rivalidad, poder, y por supuesto, lujuria. Cada ladrillo, cada esquina y cada pasillo eran testigos mudos de las intrigas que se entrelazaban como enredaderas venenosas, enredando a todos los que se atrevían a caminar entre ellos.

𝐑𝐎𝐘𝐀𝐋𝐓𝐘 - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora