⚜𝐗𝐈𝐈

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El ambiente en la Fortaleza Roja estaba cargado de tensión, un aire pesado que parecía impregnar cada rincón. Aemond caminaba por los pasillos, su mente aún girando en torno a las palabras que su madre le había dirigido momentos antes. La rabia ardía en su pecho, mezclada con una sensación de impotencia que lo corroía desde dentro. Sería obligado a casarse con Daelina, su propia hermana, y lo que era peor, se esperaba que criara al hijo de otro hombre como si fuera suyo. Para Aemond, esto era una humillación, un golpe directo a su orgullo.

—¿Pretendes que me haga cargo del hijo de ese bastardo? —había dicho con un tono cargado de desprecio, casi burlándose ante la petición de Alicent.

Alicent, sin embargo, se mantuvo firme. Sabía que enfrentarse a su hijo no era tarea fácil, pero también comprendía que no había otra opción. Lo que estaba en juego era el honor de su familia y la protección de su hija. 

—Es una orden, no solo de tu madre, sino también de tu reina —Aemond bufó, indignado. Sabía que, en el fondo, su madre tenía razón. Las órdenes no eran opcionales. Pero lo que realmente lo enfureció fueron las siguientes palabras que salieron de la boca de Alicent —. Vas a amar y criar a ese niño como si fuera tuyo, de todas formas, nunca podrás tener uno por tu cuenta.

Esas últimas palabras hicieron que la furia dentro de Aemond explotara. Sintió como si su madre acabara de desnudar su mayor debilidad, la herida más profunda de su alma. A pesar de eso, una sola mirada de Alicent bastó para aplacarlo, para recordarle que no tenía elección. Aemond soltó un gruñido lleno de rabia y resentimiento antes de salir de la habitación violentamente, dejando a su madre con la certeza de que, aunque aceptara su destino, lo haría con una ira que jamás desaparecería.

Mientras tanto, en los aposentos de Daelina, el ambiente era diametralmente opuesto. No había furia, solo una profunda tristeza que se reflejaba en cada detalle de la preparación para su boda. Las doncellas de Daelina cepillaban su cabello con delicadeza, pero había una especie de melancolía en sus movimientos, casi como si estuvieran preparando a una condenada en lugar de a una novia. Los ojos de la joven estaban hinchados y enrojecidos de tanto llorar. Hoy era el día de su boda, un día que en cualquier otra circunstancia debería haber sido el más feliz de su vida, pero para Daelina, era todo lo contrario. Era el día en que se sellaría su destino, un destino que no había elegido.

Su vestido, cuidadosamente confeccionado, estaba adornado con detalles en rojo, el color de su casa. Cada hilo, cada pliegue, había sido diseñado con precisión, pero en el contexto de esta boda apresurada, aquellos detalles parecían irónicos. Se suponía que una boda debía ser un momento de alegría y celebración, pero la suya sería discreta, una ceremonia rápida y sin la pompa que se esperaría para una princesa de su estatura. La realidad era que esta boda se celebraba bajo una nube de desesperación, para ocultar lo que ya no podía ser ocultado.

El vientre de Daelina comenzaba a hincharse, delatando el secreto que había guardado durante tanto tiempo. Las miradas de las doncellas, que sabían la verdad, eran de compasión y pena. Sabían que, a pesar del hermoso vestido y la ceremonia que se avecinaba, la joven princesa no era más que una prisionera de las decisiones que otros habían tomado por ella.

Daelina apenas podía soportar mirar su reflejo en el espejo. Cada vez que lo hacía, veía a una mujer atrapada en una vida que no había elegido, obligada a casarse con un hombre que no amaba, mientras su corazón y su cuerpo pertenecían a otro. Y ahora, ese otro hombre, el verdadero padre de su hijo, estaba fuera de su alcance, mientras ella caminaba hacia un futuro incierto y sombrío.


El ambiente en la sala del trono era solemne y pesado, un contraste con la grandiosidad y el poder que ese lugar solía irradiar. Rhaenyra, la Reina, se encontraba de pie, sus ojos clavados en el trono de hierro, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en una tormenta de emociones que la asolaban. A su lado estaba Jacaerys, su hijo mayor, quien había acudido al llamado de su madre, preocupado por lo que estaba sucediendo con su hermano menor.

𝐑𝐎𝐘𝐀𝐋𝐓𝐘 - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora