⚜𝐗𝐈𝐈𝐈

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Era una noche helada en la Fortaleza Roja, y las paredes gruesas apenas podían contener el viento gélido que se colaba por las rendijas. Afuera, el invierno tardío envolvía todo en un manto de frío y oscuridad, mientras que adentro, un tipo diferente de tormenta se desataba en la habitación donde la joven princesa Daelina luchaba por traer una nueva vida al mundo.

Los gritos de Daelina resonaban por los pasillos, una mezcla de dolor agudo y desesperación. Era su primer parto, y las complicaciones que habían surgido hacían que el proceso fuera mucho más arduo de lo esperado. Cada contracción se sentía como una ola incontrolable de sufrimiento que barría su cuerpo, dejándola exhausta y asustada. No había imaginado que el dolor de dar a luz pudiera ser tan devastador, ni que la vida pudiera colgar de un hilo tan frágil.

En medio de esa tormenta, las únicas personas que la acompañaban eran su madre, Alicent, y su hermana, Helaena. La relación con su madre había estado cargada de tensiones y conflictos, especialmente después de su matrimonio forzado con Aemond, pero en ese momento, toda la distancia emocional entre ellas parecía desvanecerse. Alicent estaba a su lado, sosteniéndole la mano con fuerza, su rostro marcado por la preocupación. Se había reconciliado con el hecho de que había cometido errores al intentar controlar el destino de su hija, y ahora solo deseaba que Daelina y su nieto sobrevivieran a esta dura prueba. Observando el dolor en los ojos de su hija, no podía evitar sentir una profunda culpa. Todo lo que había querido era asegurar un futuro seguro para Daelina, pero ahora veía las consecuencias de sus decisiones. Su rostro estaba marcado por la angustia, y por un momento, sintió que estaba reviviendo su propia experiencia, décadas atrás, cuando había dado a luz bajo circunstancias igualmente difíciles.

Helaena, por su parte, estaba del otro lado de la cama, con la misma expresión de inquietud. Aunque sus manos temblaban y disgustaba de las situaciones emocionalmente abrumantes, intentaba mantener la calma, murmurando palabras de aliento a su hermana en un intento de tranquilizarla. Helaena también había pasado por los dolores del parto, y entendía el sufrimiento por el que Daelina estaba pasando. El vínculo entre ellas se fortalecía en esos momentos de vulnerabilidad, y Helaena se comprometía silenciosamente a hacer todo lo posible por proteger a su hermana y al bebé que estaba por nacer.

Después de horas de angustia y dolor, el sonido que todos habían estado esperando finalmente llenó la habitación: el llanto claro y fuerte de un bebé recién nacido. Fue como si ese pequeño llanto rompiera la opresiva tensión que había envuelto la sala durante el parto. Daelina, agotada por el esfuerzo, se permitió finalmente respirar con alivio, su cuerpo relajándose mientras las lágrimas rodaban por su rostro. Había pasado por un tormento indescriptible, pero ahora, el sonido de su hijo era la prueba de que todo había valido la pena.

El maestre, con una sonrisa de satisfacción por el éxito de un parto tan complicado, se acercó a la cama con el recién nacido en brazos. Con cuidado y reverencia, se lo presentó a las presentes.

—Es un varón, sus altezas —Su voz resonó con orgullo mientras anunciaba. Alicent, la reina viuda, estaba parada cerca, su rostro lleno de una mezcla de preocupación y alivio.

Cuando el maestre le entregó al niño, Alicent lo tomó con una suavidad que no se veía desde hacía mucho tiempo. Sus ojos se llenaron de una ternura inusual al contemplar al pequeño en sus brazos. El bebé tenía el cabello castaño y los ojos verdes, una combinación que, bajo otras circunstancias, podría haber generado murmullos y sospechas en la corte, dado el complicado contexto de su nacimiento. Pero en ese momento, ninguna de las tres mujeres en la habitación estaba pensando en la política o en las implicaciones de la genética. Ese bebé era una nueva vida, una nueva esperanza, y para Alicent, era su nieto, una extensión de su propia sangre.

Daelina, a pesar de su agotamiento, extendió los brazos hacia su hijo, y Alicent, con una mirada llena de compasión, se lo entregó cuidadosamente. Al tener al bebé en sus brazos, Daelina sintió un torrente de emociones abrumadoras: amor, alivio, miedo. Su pequeño, tan inocente y frágil, era ahora el centro de su mundo.

𝐑𝐎𝐘𝐀𝐋𝐓𝐘 - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora