Prólogo

1K 80 0
                                    

Todo era blanco, como si estuviera atrapado en una nube inmensa y espesa. Un zumbido sordo resonaba en mis oídos, y cuando finalmente fui capaz de distinguir un sonido claro, oí pasos en el pasillo, un ruido lejano que se acercaba lentamente. Mi cuerpo se sentía pesado, cada músculo como si estuviera envuelto en plomo. Intenté moverme, pero fue inútil; mis extremidades parecían ajenas a mi voluntad. Era como si estuviera encerrado en una prisión de mi propio cuerpo.

Poco a poco, abrí los ojos, la luz blanca lastimaba mi vista al principio, y tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a ella. Una habitación estéril me rodeaba, con paredes blancas y una atmósfera fría. Apenas podía recordar cómo había llegado aquí o por qué me encontraba en ese lugar. La confusión se arremolinaba en mi mente, como un manto de niebla que no lograba disiparse.

El sonido de una puerta abriéndose interrumpió mis pensamientos. Dos figuras entraron en la habitación, sus siluetas borrosas al principio, pero luego tomaron forma cuando mis ojos se acostumbraron a la luz. Uno de ellos, un hombre alto con una bata blanca, se acercó a mí con una expresión profesional pero distante.

─Señor Pérez─dijo, su voz firme pero con un matiz de preocupación. Noté que otro hombre lo acompañaba, alguien más joven, que me miraba con una mezcla de esperanza y temor.

─¿Estará bien?─preguntó el hombre a su lado, su voz quebrándose ligeramente al final de la frase. Había algo en su tono que me hizo sentir un nudo en el estómago, como si él estuviera al borde de un abismo emocional.

─Hasta el momento no ha reconocido a ningún otro familiar─respondió el doctor, casi como si yo no estuviera allí, como si fuera incapaz de escuchar lo que decían. Sus palabras me golpearon como una ola de incertidumbre, amplificando la sensación de desconcierto que ya me invadía.

El otro hombre, que parecía no desear más que una respuesta favorable, me miró fijamente, y por un instante, su rostro se iluminó con una sonrisa tenue, aunque forzada.

─Es mi esposo. Tiene que reconocerme─dijo con un fervor desesperado, sus ojos implorando alguna señal de que lo recordaba. Sentí su mirada clavarse en mí, penetrando más allá de mi carne, buscando en mi alma alguna chispa de reconocimiento.

El doctor asintió, pero su expresión no cambió, manteniéndose tan impasible como antes.

─Eso esperamos, señor Verstappen─contestó, antes de darse la vuelta y salir de la habitación, dejándome a solas con aquel hombre que aseguraba ser mi esposo.

Mi mente seguía enredada en una maraña de confusión. Las palabras del doctor resonaban en mi cabeza, repitiéndose en un eco constante. "No ha reconocido a ningún otro familiar." Intenté buscar en los rincones de mi memoria, escudriñando en mi interior en busca de algún vestigio de recuerdo que explicara quién era él, qué relación tenía conmigo. Pero todo estaba en blanco, como una página vacía que se negaba a llenarse.

Él se acercó a mí, su rostro mostrando una mezcla de nerviosismo y esperanza. Sus ojos me examinaban con una intensidad dolorosa, como si intentara traspasar la barrera invisible que se había erigido entre nosotros.

─Sergio, soy yo, Max─dijo, su voz temblando ligeramente al pronunciar mi nombre. Alzó una mano, dudando antes de colocarla sobre la mía, que yacía inerte sobre la cama─. ¿Me recuerdas?

Lo miré a los ojos, intentando forzar mi mente a responder, a desenredar el caos en el que estaba sumida. Pero no había nada. Ni una chispa de reconocimiento, ni una memoria fugaz, solo un vacío inquietante que me llenaba de miedo y desconcierto. Negué con la cabeza, incapaz de ofrecerle lo que tanto deseaba.

Su expresión se desplomó, su semblante pasando del nerviosismo a una profunda tristeza. Vi cómo el brillo en sus ojos se apagaba, reemplazado por una sombra de desesperanza. Él retiró su mano con cuidado, como si de alguna manera mi falta de respuesta lo hubiera herido.

Sentí una punzada en el pecho al verlo así, pero no tenía respuestas para ofrecerle, nada que pudiera aliviar el dolor evidente en su rostro. Era como si estuviera frente a un extraño que me conocía mejor de lo que yo me conocía a mí mismo, y esa idea me aterrorizaba tanto como lo desconcertaba a él.

─No te preocupes─murmuró Max, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos─. Estaré aquí, contigo. No importa cuánto tarde, te ayudaré a recordar.

Pero aunque sus palabras eran reconfortantes, no podían disipar el temor que crecía en mi interior. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué no podía recordar a este hombre, a mi propio esposo? La sensación de estar atrapado en una pesadilla de la cual no podía despertar me invadió por completo, y solo podía esperar, junto a él, que en algún momento las piezas del rompecabezas comenzaran a encajar nuevamente.

Shock || chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora