XVI. El perro

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El sol entraba por la ventana, iluminando el salón con una luz cálida y suave. Me sentía en paz por primera vez en mucho tiempo, después de las confirmaciones y las revelaciones que había tenido en el hospital. Mientras regresaba a casa, una sensación de alivio me envolvía, y al entrar en la cocina, vi a Max esperándome con una sonrisa que parecía más brillante que nunca.

Él estaba en la cocina, preparando algo ligero para el almuerzo. Me acerqué a él con una sonrisa amplia y un brillo renovado en los ojos. Tenía el pequeño sobre de ecografía en mi mano, que había estado esperando para mostrarle.

—Max—, llamé suavemente, la emoción en mi voz era palpable.

Al escuchar mi voz, Max se giró hacia mí. Su rostro se iluminó aún más al ver mi expresión. Se acercó, y antes de que pudiera decir más, él ya me estaba abrazando con calidez. Sus labios encontraron mi vientre, donde había colocado la ecografía. Sentí una oleada de ternura y felicidad mientras sus besos ligeros y suaves me hacían reír.

—Estoy tan feliz—, dijo Max con una risa contagiosa, su voz temblando de emoción mientras sus labios seguían explorando mi abdomen.

Sacó la imagen de la ecografía y la observó con admiración. La imagen en blanco y negro mostraba nuestro pequeño milagro, su forma aún difusa pero inconfundible. Max la sostuvo con delicadeza, como si fuera el objeto más preciado del mundo.

—¡Mira eso!—, exclamó con alegría—. ¡Es increíble!

Pude ver en sus ojos un brillo de emoción y amor que solo podía describirse como pura felicidad. Su entusiasmo era tan genuino que mi corazón se llenó aún más de amor por él.

—Estoy tan contento de que todo esté bien—, continuó Max, mientras me abrazaba y colocaba un suave beso en mi frente—. No puedo esperar para conocer a nuestro pequeño.

Nos sentamos en la mesa de la cocina, y Max comenzó a preparar algo para comer mientras hablábamos sobre los próximos pasos y nuestras esperanzas para el futuro. La atmósfera estaba cargada de una felicidad tranquila, y el estrés y la incertidumbre de las semanas anteriores parecían desvanecerse.

Mientras comíamos, Max no podía dejar de sonreír, sus ojos siempre regresaban a la ecografía, que estaba cuidadosamente colocada sobre la mesa. La paz que sentía era inigualable, y el amor y el apoyo de Max se sentían más sólidos que nunca. No solo había recuperado la certeza sobre nuestra relación, sino que también sentía que, a pesar de las dificultades, estábamos construyendo algo hermoso juntos.

La risa de Max y sus palabras llenaban el aire, y por un momento, el mundo parecía perfecto. Había encontrado el equilibrio que tanto había buscado, y en su compañía, todo parecía posible. Cada beso, cada caricia, y cada palabra de amor me recordaba que, a pesar de las pruebas y los desafíos, tenía a alguien a mi lado que me amaba incondicionalmente.

La tarde había pasado con una alegría tranquila, pero un cambio inesperado se produjo cuando la electricidad se fue. En la oscuridad, Max me pidió que me quedara en la sala mientras él iba al sótano a investigar. Acepté su solicitud con una sonrisa, pensando que todo sería resuelto rápidamente. Sin embargo, a medida que la oscuridad se hacía más profunda y el tiempo pasaba, empecé a sentirme inquieto. Decidí bajar al sótano para ver qué estaba sucediendo, encendiendo la linterna de mi teléfono para iluminar el camino.

Cuando llegué al sótano, la primera impresión que tuve fue la de una penumbra que parecía engullir el espacio. La luz de mi teléfono apenas lograba penetrar la densa oscuridad. Al principio, no vi a Max por ningún lado. En cambio, lo que captó mi atención fueron las cadenas en el suelo, desparramadas en un desorden que no tenía sentido. Los platos de perro estaban esparcidos por el suelo, con restos de comida en descomposición y agua estancada. Mi corazón empezó a latir con más fuerza, una sensación de incomodidad creciendo en mi pecho.

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