XXXI. Loco

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Vi a mis padres ahí, tirados en el suelo del sótano, retorciéndose de dolor. Sus cuerpos se estremecían con espasmos involuntarios, la piel perlada de sudor mientras los gemidos de sufrimiento resonaban en la habitación oscura. No podían moverse, ni hablar más allá de balbuceos sin sentido. Los había obligado a tragar sin parar, forzándolos a comer hasta que sus estómagos ya no pudieran más. Cada bocado había sido una pequeña venganza, una réplica exacta de lo que ellos me habían hecho pasar cuando era niño. Me habían obligado a comer hasta que sentía que me ahogaba, humillándome una y otra vez. Ahora, era su turno.

Suspiré, sintiendo una satisfacción fría, distante. No había sido tan cruel, al menos no como ellos lo fueron conmigo. Pero esa pequeña victoria, aunque ligera, me proporcionaba una paz extraña. Era una justicia que había esperado por años. Subí las escaleras y vi a Max sentado en el sofá, con una expresión que no podía descifrar del todo.

—¿Cuándo planeabas decírmelo?—, me interrogó, con un tono molesto.

—Estaba esperando el momento adecuado—, respondí con una sonrisa ladeada. —¿No te gusta?—, pregunté, señalando la mesa donde, con sangre, había escrito la frase "estoy embarazado".

Max se frotó los ojos, claramente cansado, pero no podía negar la sorpresa en su rostro. —Por supuesto que sí...— murmuró, aunque su expresión se mantenía tensa. —Pero, Checo, esto... esto no es romántico, incluso para nosotros.

Mi sonrisa se desvaneció instantáneamente. ¿No lo entendía? ¿No veía el gesto detrás de todo esto?

—Es la sangre de mis padres—, susurré, con una indignación creciente en mi tono.

Max frunció el ceño, mirándome con incredulidad. —¿Tus padres?—, preguntó, claramente confundido.

—Sí, los tengo en el sótano—, revelé, sintiendo una nueva oleada de satisfacción al decirlo. —Van a pagar por todo lo que me hicieron. Esto es solo el principio.

Pero su respuesta fue rápida, fría, como si todo lo que acababa de decir no tuviera sentido alguno. —Eso es imposible.

Lo miré con una mezcla de enojo y desconcierto. —¿Por qué estás tan seguro?—, lo interrogué, molesto por su seguridad.

—Porque tus padres están muertos, Checo—, me respondió, acercándose lentamente a mí, con una mirada de preocupación en sus ojos. —Fueron nuestras primeras presas, ¿recuerdas?

El mundo alrededor de mí comenzó a tambalearse. No, eso no podía ser cierto. No podían estar muertos. Retrocedí, negando con la cabeza, mi mente en completo caos. La confusión era aplastante. ¿Qué estaba diciendo Max? ¿Cómo podían estar muertos si yo los tenía encerrados en el sótano?

Corrí, sin pensarlo dos veces, bajando las escaleras hasta el sótano, mis pies apenas tocando los peldaños mientras mi corazón latía con fuerza. Abrí la puerta con violencia, esperando verlos ahí, en el mismo lugar donde los había dejado, pero... no había nadie. El sótano estaba vacío. Mis padres no estaban ahí, solo la comida que había arrojado.

Mi mente dio vueltas. Esto no puede ser real. Corrí de nuevo hasta la cocina, buscando alguna señal, alguna prueba de que lo que había vivido era cierto. Allí, junto a los calmantes, estaba la comida que había preparado. Los platos seguían servidos, pero la comida estaba esparcida por el suelo, como si nunca hubiera sido tocada.

Sentí un frío profundo recorrerme la columna vertebral. ¿Qué me está pasando? Tomé mi cabeza con ambas manos golpeándome, intentando darle sentido a lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía estar tan seguro de algo que ahora parecía ser una completa ilusión?

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