Capitulo 3

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POV Faye
Bien hecho, Malisorn. Balanceando la cabeza, Faye se sentó frente al ordenador. Primero, su perro derrumba a la vecina en su jardín. Después, nuestra torpe heroína irrumpe en su casa, sin ser invitada, y comienza a acariciarle las piernas. Para terminar con llave de oro, Faye insulta la integridad de Yoko e insinúa que está usando a su hijo para intentar conquistarla.
Todo eso en una única y divertida tarde, pensó a disgusto. Era de admirar que Yoko no le hubiese dado una patada y la echara de su casa, en lugar de eso, sencillamente le dio con la puerta en las narices.
¿Por qué había actuado de manera tan estúpida? Experiencias anteriores, era vedad, sin embargo, ese no era el quid de la cuestión, y Faye lo sabía.
Hormonas, concluyó con una media sonrisa. El tipo de hormonas alteradas que pegaba más con una adolescente que con una mujer adulta.
Había mirado hacia el rostro de ella en aquella cocina, sintiendo su piel bajo su mano, aspirando el perfume serenamente seductor que Yoko exhalaba, y la había deseado. Con desespero. Por un atormentado momento, había imaginado nítidamente cómo sería levantarla de aquella silla decorada, sentir aquel rápido estremecimiento mientras le devoraba los labios.
Aquel instante de deseo había sido tan intenso que tenía que creer que había alguna fuerza externa, algún plano o enredo capaz de confundirla de manera tan avasalladora.
El camino más seguro, concluyó en un suspiró, culpar a Yoko de todo.
Por supuesto que podría haber sido capaz de descartar todo si no fuera por el hecho de que, en el exacto instante en que la miró a los ojos, pudo ver la misma ansia soñadora que ella estaba sintiendo. Y también había sentido el poder, el misterio y la sensualidad contenida en una mujer, lista para entregarse.
Su imaginación solía alcanzar altos vuelos, lo sabía. Sin embargo, lo que vio, lo que sintió, fue todo muy real.
Por un segundo, solo un segundo, la tensión y el deseo hicieron que todo el aire vibrase como las cuerdas de un arpa. Entonces ella se había apartado. No tenía por qué estar seduciendo a la vecina en su cocina.
Ahora, era bien probable que hubiera destruido cualquier posibilidad de conocerla mejor, justamente cuando había percibido cuánto quería conocer a la señorita Apasra.
Faye cogió un cigarro, lo mantuvo entre los dedos mientras pensaba en diferentes maneras de redimirse. Cuando se hizo la luz, fue tan sencillo que se echó a reír. Si estuviera buscando el camino al corazón de una linda mujer, que no era exactamente su caso, no podría ser más perfecto.
Contenta consigo misma, se hundió en el trabajo hasta la hora de ir a buscar a Sam a la escuela.

POV Yoko
-Idiota, enterada.
Yoko desahogó su rabia amasando en un mortero. Era muy satisfactorio estar triturando algo, aunque fueran inocentes hierbas, y transformarlas en polvo. ¿Se pueden creer? ¿Cómo se atrevía Malisorn a pensar que ella era...una oportunista?, dijo con desprecio. Como si la considerase irresistible. Como si estuviera colgada de una ventana, esperando a su príncipe encantado, en este caso princesa, y poder seducirla orquestando una trampa.
Era mucha osadía.
Al menos había tenido la satisfacción de ponerla de patitas en la calle. Y si cerrarle la puerta a alguien en las narices iba en contra de su personalidad, bueno, en ese momento fue maravilloso.
Tan maravilloso, en realidad, que ni le importaría repetirlo.
Era una pena que Faye tuviera tanto talento. Y no podía negar que era una excelente madre. Esas eran virtudes que Yoko no podía dejar de admirar. Tampoco podía negar que era atractiva, que poseía un magnetismo sensual y una punzada de timidez mezclada con dulzura, junto con aquel toque misterioso de una mujer indomable.
Y los ojos...aquellos ojos increíbles que eran capaces de arrancarle el aliento cuando se centraban en ella.
Yoko maldijo por lo bajo y golpeó con más fuerza las hierbas en el mortero. No estaba interesada en nada de eso.
Quizás hubiese habido un instante, en la cocina, cuando le tocó la piel con tanta delicadeza y su voz bloqueó todos los otros sonidos en que se descubrió atraída.
Está bien, excitada, admitió. Pero eso no era un crimen.
Sin embargo, conseguiría desterrar esa sensación deprisa y para ella, todo estaba bien como estaba.
A partir de aquel momento, pensaría en ella solo como madre de Sam. Se mostraría distante y superior, aunque eso la matase, y amigable solo hasta el punto de no entorpecer su relación con el pequeño.
A Yoko le gustaba tener a Sam en su vida y no estaba dispuesta a sacrificar ese placer por causa de una antipatía muy bien justificada hacia la madre.
-¡Hola!
Había un pequeño rostro espiando a través de la puerta. Toda la rabia que Yoko estaba sintiendo desapareció en un instante, solo al ver aquellos ojitos sonrientes.
Yoko dejó el mortero a un lado y sonrió al pequeño. Se sintió agradecida por el hecho de que Faye no había dejado que el desentendimiento entre ambas impidiera la visita de Sam.
-Bien, parece que has sobrevivido al primer día de escuela. ¿La escuela sobrevivió a ti?
-Hu-hum. El nombre de mi profesora es sra. Farrell. Tiene cabellos grises y pies grandes, pero es muy buena. Y conocí a Marcie, Tod, Lydia, Frankie y un montón más de niños. Por la mañana...
-¡Wow!- Yoko comenzó a reír, levantando las dos manos –Creo que es mejor que entres y te sientes antes de hacer el informe del día.
-No puedo abrir la puerta porque tengo las manos llenas
-Ah-Yoko fue hasta la puerta y la abrió -¿Qué tienes ahí?
-Regalos- con un suspiro cansado, Sam dejó un paquete en la mesa. Después, le enseñó un enorme dibujo hecho a cera –Hoy tuvimos que dibujar. Yo hice dos, uno para mamá y otro para ti
-¿Para mí?- emocionada, Yoko aceptó el colorido dibujo en un grueso papel pardo, que le evocó sus propios recuerdos de la escuela –Es hermoso, mi rayo de sol
-Mira, esta de aquí eres tú- Sam señaló una figura de cabellos negros –Y Quigley- allí estaban los trazos infantiles, pero muy bien hechos, retratando al gato –Y todas las flores. Las rosas, las margaritas y los cri...no sé qué
-Los crisantemos- murmuró Yoko, con los ojos humedecidos
-Eso-Sam continuó –No conseguía recordar todos los nombres. Pero dijiste que me ibas a enseñar
-Sí, voy a enseñarte. Es muy bonito, Sam
-Dibujé a mamá en la casa nueva, con ella de pie en el porche porque es el sitio que más le gusta. Colgó el dibujo en la nevera.
-Es una gran idea- Yoko fue a colgar el dibujo en la puerta de la nevera, prendiéndolo con los imanes.
-Me gusta dibujar. Mi madre dibuja muy bien, y dice que mamá Lux dibujaba aún mejor. Así que, creo que es de familia- Sam cogió la mano de Yoko -¿Estás enfadada conmigo?
-No, querido. ¿Por qué lo estaría?
-Mamá me contó que Sunny te tiró y se rompieron tus macetas. Y que te hiciste daño- él miró el arañazo en el brazo de Yoko, después lo besó solemnemente –Perdóname
-Está todo bien. Sunny no lo hizo adrede
-Tampoco se comió adrede los zapatos de mamá, ni la hace soltar palabrotas.
Yoko se mordió el labio aguantando la risa.
-Estoy segura de que no
-Mamá le gritó y Sunny se asustó tanto que se hizo pipí allí mismo en la alfombra. Entonces, ella comenzó a correr tras él por toda la casa, y fue tan divertido que yo no podía parar de reír. Ella dice que va a comprar una caseta, ponerla fuera y que Sunny y yo vamos a vivir en ella.
Yoko perdió toda esperanza de llevar una conversación seria, y se echó a reír mientras abrazaba al pequeño, cogiéndolo en brazos.
-Creo que tú y Sunny se divertirían mucho en la caseta. Pero, si quieres salvar los zapatos de tu madre, quizás pueda ayudarte a entrenarlo.
-¿Sabes hacer eso? ¿Le puedes enseñar a Sunny a hacer trucos?
-Creo que sí. Mira- Yoko cambió de posición a Sam en sus brazos y llamó a Quigley, que dormía bajo la mesa de la cocina. El gato se despertó, no muy de buena gana, estiró sus patas delanteras, después las traseras, y echó a andar –Muy bien, sienta- exhalando un suspiró felino, obedeció –Levanta- resignado, Quigley se irguió sobre las cuatro patas y golpeó el aire, como un tigre en el circo –Ahora, si das un salto, quizás te ganes un lata de atún para cenar.
El gato parecía reflexionar consigo mismo sobre la idea. Quizás, porque como el truco no era nada comparado con una lata de atún, dio un salto hacia lo alto, dio una voltereta mortal y aterrizó sobre las cuatro patas. Mientras Sam reía y aplaudía, Quigley se lamía la pata con modestia.
-No sabía que los gatos podían aprender trucos
-Quigley es un gato muy especial- Yoko lo dejó en el suelo y fue a hacerle un cariño al gato. El ronroneó alegremente, restregando la nariz en su pierna –Su familia está en Irlanda, como parte de la mía.
-¿No se siente solito?
Sonriendo, Yoko acarició la cabeza del animal.
-Nos tenemos el uno al otro. Ahora, ¿qué tal una merienda mientras me cuentas el resto de tu día?
Sam vaciló, tentando.
-No sé si puedo, porque está muy cerca la hora de cenar y mamá...Ah, ¡ya me olvidaba!- corrió hacia la mesa para coger el paquete envuelto en un vistoso papel de rayas –Esto es para ti, mamá lo manda.
-Fue tu...- en un gesto inconsciente, Yoko cruzó la manos detrás de la espalda -¿Qué es?
-Yo lo sé- Sam sonrió, los ojitos brillando de animación –Pero no puedo decirlo, si no estropeo la sorpresa. Tienes que abrirlo- cogió el paquete y lo empujo hacia ella -¿No te gustan los regalos?- preguntó al ver que Yoko mantenía las manos firmemente enganchadas detrás de la espalda –A mí me encanta que me regalen y mamá siempre me da buenos regalos.
-Estoy segura de eso, pero...
-¿No te gusta mi madre?- el labio inferior del pequeño tembló un poco -¿Estás enfadada con ella porque Sunny rompió tus macetas?
-No, no estoy enfadada con ella- no por las macetas rotas, al menos –No fue culpa de ella. Y claro que me gusta...Es decir, aún no la conozco muy bien y...- sin salida, Yoko pensó, y esbozó una sonrisa –Solo me ha sorprendido tener un regalo sin ser mi cumpleaños –para agradar el pequeño, cogió el paquete y lo zarandeó –No hace ruido- dijo, y Sam batió palmas y saltó
-¡Adivina! ¡Adivina lo que es?
-Ahn...Un trombón
-No, un trombón es muy grande- la excitación hacía al pequeño agitarse –¡Abre! ¡Abre para que veas lo que es!
Era la reacción de Sam lo que hacía que su corazón latiera más rápido, pensó Yoko. Y para calmarlo, abrió el paquete.
-¡Ah!
Era un libro, un libro infantil de tamaño grande, con una portada blanca. En la parte delantera había una ilustración de una mujer de cabellos negros llevando una reluciente corona y un vaporoso manto azul.
-"La reina de las hadas"- leyó Yoko el título –Por Faye Malisorn
-¡Es muy nuevo!- Sam exclamó –Aún no está para vender, pero mamá recibe copias antes- pasó su manita delicada por la portada –Le dije a ella que se parecía a ti.
-Es un hermoso regalo- dijo Yoko, suspirando. Y muy astuta. ¿Cómo podría Faye continuar irritada con la rubia después de eso?
-Ella escribió una cosa para ti, por dentro- demasiado impaciente para esperar, Sam abrió la primera página –Mira, está aquí
Para Yoko, esperando que un cuento mágico tenga el mismo efecto que una bandera blanca, Faye
Ella sonrió. Fue imposible evitarlo. ¿Cómo alguien podría rechazar un pedido de tregua tan encantador?

BELIEVE (FAYEYOKO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora