POV Faye
-¿Por qué Yoko no ha llegado? ¿A qué hora viene?
-Dentro de poco- respondió Faye por décima vez.
Sin embargo, esperaba que Yoko se atrasase un poco, pues ella llevaba demasiado atraso. La cocina estaba hecha un desastre. Había ensuciado todos los cacharros. Pero eso no era una novedad, porque casi siempre manchaba todo. Nunca había conseguido entender cómo alguien podía cocinar sin ensuciar todos los cachorros, sartenes y hondillas disponibles.
El pollo a la cazadora exhalaba un buen aroma, pero Faye estaba insegura sobre los resultados. Había sido una estupidez, pensó, una tremenda estupidez experimentar una receta nueva en una ocasión como esa. Pero, al mismo tiempo, creía que la visita de Yoko merecía más que el pastel de carne que siempre comían los viernes.
Sam estaba a punto de enloquecerla, cosa que no era rara. Estaba muy agitado ante la idea de la visita de Yoko, y la atormentaba sin descanso desde que lo había traído de la escuela.
Sunny había elegido esa tarde para masticar una de sus almohadas, así que Faye se había pasado buena parte de su valioso tiempo corriendo detrás de las plumas y del cachorro. La lavadora se había roto e inundado la zona de lavado. Y como siempre le había gustado arreglarlo todo, aunque no tuviera la mínima noción, había desmontado la lavadora y la había vuelto a montar.
Estaba casi segura de que la había arreglado.
Su agente la había llamado para decirle que el libro El tercer deseo de Miranda había sido escogido por un famoso estudio de cine para adaptarlo a unos dibujos animados. Hubiera sido una gran noticia en cualquier otro momento, pero ahora Faye pensaba en cómo encajar un viaje a Los Ángeles en su agenda.
Sam había decidió que quería ser un scout y, voluntariamente había dado el nombre de su madre para ser líder de los scouts.
La idea de tener a un grupo de niños entre seis y siete años esperando que ella los enseñase lo básico para sobrevivir en un bosque le helaba la sangre.
Sin embargo, con mucha imaginación y una buena dosis de cobardía, pensó que quizás podría escapar de esa.
-¿Estás segura de que va a venir, mamá? ¿Estás segura?
-Sam- el tono de aviso en su voz fue suficiente para que él hiciera pucheros -¿Sabes que les pasa a los niños que preguntan lo mismo sin parar?
-No
-Pues sigue haciéndolo y lo descubrirás. Ahora, vigila a Sunny y asegúrate de que no está comiéndose todos los muebles de la casa
-¿Estás muy enfadada con Sunny?
-Sí, lo estoy. Ahora, ve, si no, tú serás el próximo- Faye suavizó la orden dando una leve palmada en el trasero al pequeño.
Dos minutos después escuchó el ruido que significaba que Sam había encontrado a Sunny, y que ahora estaban rodando juntos por la alfombra de la sala. Los grititos agudos y alegres ladridos le provocaron pinchazos de dolor que hacían palpitar su cabeza.
Solo necesito una aspirina, pensó, una o dos horas de silencio y unas vacaciones en Hawai.
Estaba a punto de dar un grito que probablemente arrancaría su cabeza de los hombros cuando Yoko llamó a la puerta.
-¡Hola! ¡Qué bien huele!
Faye esperaba que sí. Y Yoko estaba guapa. Nunca la había visto llevando un vestido palabra de honor, negro, ciñéndose a sus curvas, Yoko también llevaba un amuleto, colgando de una cadena de oro, que quedaba justo en mitad de sus pechos. Un cristal brillaba, captando la mirada, y la misma piedra se repetía en los zarcillos en forma de lágrima en sus orejas.
Yoko sonrió
-Dijiste viernes, ¿no?
-Sí, viernes
-Entonces, ¿no me vas a invitar a entrar?
-Perdóname- Dios, parecía una adolescente idiota. No, pensó mientras abría la puerta a Yoko, ninguna adolescente habría sido nunca tan idiota –Estoy algo apurada
Yoko frunció el ceño al encontrarse con el caos de cacharros y fuentes.
-Lo veo. ¿Necesitas ayuda?
-Creo que lo tengo bajo control- Faye cogió la botella que ella le entregaba, reparando que había símbolos dibujados en el vidrio de color verde, pero ninguna etiqueta -¿Hecho en casa?
-Sí, por mi padre. Él tiene...- los ojos de la morena se iluminaron con secretos y humor –un toque mágico
-Envejecido en las mazmorras del Castillo Apasra - Faye usó un tono solemne
-Pues para ser sincera, así mismo es- sin dar mayores explicaciones, Yoko se acercó a los fogones, mientras Faye cogía las copas -¿Ningún Bugs Bunny hoy?
-Infelizmente, Bugs Bunny sufrió un accidente fatal en el lavavajillas-Faye sirvió el vino dorado en copas de cristal –No fue una escena agradable
Yoko rió y alzó la copa para un brindis.
-Por la vecindad.
-Por la vecindad- Faye repitió chocando los cristales –Si todas fueran como tú, estaría perdida- bebió, y arqueó la ceja –La próxima vez haremos un brindis por tu padre. Este vino es increíble.
-Se puede decir que es uno de sus muchos hobbies
-¿De qué está hecho?
-Manzanas, algunas flores, hierbas. Puedes felicitarlo personalmente, si quieres. Él y el resto de la familia deben venir la víspera del día de Todos los Santos...Halloween.
-Sé lo que es. Sam está indeciso en si disfrazarse de Dark Vader o de pirata. ¿Tus padres viajarán de Irlanda a Estados Unidos solo por Halloween?
-Es lo que hacen casi todos los años. Es un tipo de tradición familiar- incapaz de resistirse, Yoko levantó la tapa del caldero y aspiró el aroma –Vaya, vaya, estoy impresionada.
-La idea era esa- igualmente incapaz de resistirse, Faye le acarició los cabellos -¿Sabes aquella historia que te conté el día que Sunny tropezó contigo? Por algún motivo, me sentí empujada a escribirla. Tanto que dejé de lado el otro libro en que estaba trabajando.
-Fue una bella historia.
-En circunstancias normales, la habría guardado para después. Pero necesitaba saber por qué la mujer estaba encerrada en el castillo durante todos esos años. ¿Acaso era un hechizo que ella misma había hecho? ¿Sería el hechizo lo que hizo que la mujer escalara la muralla para encontrarla?
-Eso lo tienes que decidir tú
-No. Eso tendré que descubrirlo.
-Faye...- Yoko alzó la mano para coger la de la rubia y bajó los ojos rápidamente cuando sintió las heridas -¿Qué ha pasado?
-Me arañé los dedos –la rubia dobló los dedos, haciendo una mueca –Arreglando la lavadora
-Deberías haberme avisado, hubiera hecho algo para curarte- Yoko pasó los dedos por encima de la piel arañada, deseando estar en condiciones de curarla –Es doloroso
Faye comenzó a negar, pero enseguida se dio cuenta de su error.
-Yo siempre doy un beso en las heridas de Sam, para que se sienta mejor.
-Un beso produce maravillas- Yoko concordó, y se contentó con rozar ligeramente los arañazos con sus labios.
De manera muy breve y delicada, Yoko se arriesgó a una conexión, para asegurarse de que realmente no había dolor ni posibilidades de una infección. Descubrió que, aunque los dedos apenas estaban doloridos, Faye sí tenía un dolor de cabeza que le provocaba tensión, justo detrás de los ojos. Al menos con eso Yoko sí podía ayudarla.
Con una sonrisa, colocó un mechón de sus cabellos rubios detrás de su oreja.
-Has trabajado demasiado, ordenando la casa, escribiendo tu historia, preocupándote sobre si has tomado la decisión correcta al traer acá a Sam.
-No sabía que era tan transparente
-No es tan difícil de ver- Yoko presionó los dedos en las sienes de Faye, masajeando en pequeños círculos –Y encima todo este trabajo de preparar la cena para mí
-Yo quería...
-Lo sé- Yoko se quedó inmóvil al sentir el dolor pincharle tras sus propios ojos. Para distraer a Faye, le tocó los labios con los suyos mientras absorbía el dolor y lo hacía desaparecer gradualmente –Gracias
-Siempre a tus órdenes- murmuró Faye, profundizando el beso
Las manos de Yoko deslizaron de sus sienes, apoyándose ligeramente en sus hombros. Era mucho más difícil absorber aquel dolor, el dolor que se esparcía insidiosamente por su cuerpo. Palpitando, latiendo. Provocándola.
Provocándola demasiado.
-Malii -insegura se apartó-Estamos yendo demasiado deprisa
-Te dije que no lo haría. Pero tampoco voy a impedirme besarte siempre que tenga la oportunidad- Faye cogió las copas de vino, le dio la de ella –No iremos más allá, hasta que tú lo quieras.
-No sé si debo darte las gracias por eso o no. Pero creo que sí
-No. No necesitas agradecerme por eso, ni por el hecho de desearte tanto. Solo ha sucedido así. A veces pienso en Sam creciendo y paso por malos momentos- Faye bebió vino y sonrió –Claro está, si a él se le ocurre que estará listo para cualquier cosa de este tipo antes de cumplir, digamos, cuarenta años, creo que soy capaz de encerrarlo en el cuarto hasta que se le pasen las ganas.
Yoko rió y lo percibió, mientras Faye estaba de pie ahí, de espaldas a los fuegos manchados de salsa, con un paño de cocina amarrado a la cintura, percibió que estaba muy, muy cerca de comenzar a amarla.
Una vez que eso sucediera, Yoko estaría lista. Y nada en el mundo haría que ese sentimiento se desvaneciera.
-Has hablado como una verdadera madre paranoica
-Paranoia y maternidad son sinónimos. Puedes creerlo. Espera ver a Marissa con aquellos gemelos. Va a empezar a preocuparse con la salud y la higiene bucal. Un estornudo en mitad de la noche será capaz de provocarle crisis de pánico.
-Ize la mantendrá en la línea. Una madre paranoica necesita solo de otra madre equilibrada para...- su voz desapareció, mientras se reprendía mentalmente –Perdóname
-No pasa nada. Es más fácil cuando las personas no sienten que están pisando huevos. Lux se fue hace cuatro años. Las heridas cicatrizan, especialmente cuando se tienen buenos recuerdos – se escuchó un ruido en la sala de al lado, seguido de sonidos de piececitos corriendo –Y un hijo de seis años que te poned de los nervios.
En aquel instante, Sam entró corriendo en la cocina y se tiró a los brazos de Yoko.
-¡Yooooo! ¡Has venido! ¡Pensé que no ibas a llegar nunca!
-Claro que he venido. Jamás recusaría una invitación de mis vecinos preferidos
Mientras los observaba, Faye se dio cuenta de que el dolor de cabeza había desaparecido.
Extraño, pensó mientras apagaba el fuego y se preparaba para servir la cena. Ni había necesitado tomar la aspirina.
No fue lo que se podría considerar una cena tranquila y romántica. Faye había encendido velas y puesto flores, recogidas del jardín que había heredado al comprar la casa. Y había servido la cena en el comedor, con la amplia ventana en arco, con la música del mar y el canto de los pájaros. Un escenario perfecto para el romance.
Sin embargo, no hubo secretos murmurados ni promesas susurradas. En vez de eso, hubo risas y la voz burbujeante de un niño. La conversación no fue sobre la forma en que la luz de las velas iluminaba la piel de Yoko, ni cómo oscurecía el color de sus ojos, sino que giró sobre las clases de primaria, sobre lo que Sunny había hecho aquel día y sobre los cuentos de hadas que Faye tenía en mente.
Cuando la cena terminó y Yoko terminó de escuchar las aventuras de Sam con Sunny, su nuevo amigo de la escuela, anunció que ella y el pequeño se encargarían de limpiar la cocina.
-No, deja, más tarde lo limpio- Faye se sentía muy cómoda en el comedor, pero recordaba el desorden que había dejado en la cocina –Los platos sucios no se irán a ningún lado.
-Tú has hecho la comida- Yoko ya se levantaba para juntar los platos –Cuando mi padre cocina, mi madre lava la loza. Y viceversa. Son las reglas de los Apasra.
Sam enseguida se pronunció
-Yo puedo ayudar. Casi nunca rompo platos
-Creo que tú y Sunny deberían dar un paseo por la playa, Malisorn
-Yo no...- un paseo por la playa, pensó. Sola. Sin tener que recoger conchas -¿De verdad puedo?
-Pues claro. Siéntete a gusto. Sam, cuando estuve en la ciudad, el otro día, vi...- Yoko dejó de hablar, con la pila de platos en la mano, y miró a Faye -¿Aún estás aquí?
-Ya me voy
Mientras se apartaba, bajo la débil luz del anochecer, escuchaba la música alegre de las risas de los dos, saliendo por las ventanas.
-Mamá dice que naciste en un castillo- Sam dijo, ayudando a Yoko a poner la loza en el lavavajillas.
-Es verdad. En Irlanda.
-¿Un castillo de verdad?
-De verdad, cerca del mar. Tiene tres torres, torreones, pasadizos secretos y hasta un puente levadizo
-Como en los libros que mamá escribe.
-Sí, muy parecido. Es un lugar mágico- Yoko escuchó el ruido del agua mientras enjuagaba los platos, y recordó las risas y voces en la inmensa cocina del castillo, con el fuego ardiendo en la chimenea y el aroma delicioso del pan siendo cocido, perfumando todo el hogar –Mi padre y sus hermanos nacieron en el castillo, y el padre de ellos, y el padre del padre de ellos, y así hacia atrás, tanto como podamos imaginar.
Sam estaba muy cerca de Yoko mientras hablaban, adorando, sin saber por qué, el perfume y el timbre suave de su voz.
-¿Por qué te fuiste de allí?
-Ah, aquel sigue siendo mi hogar, pero a veces uno necesita mudarse para formar tu propio hogar. Tu propia magia.
-Como hemos hecho mamá y yo
-Eso mismo- Yoko cerró el lavavajillas y comenzó a llenar el fregadero con agua caliente para lavar las sartenes -¿Te gusta vivir aquí?
-Me gusta mucho. Nanny dice que voy a echar de menos la otra casa, cuando la novedad pase. ¿Qué es novedad?
-Es cuando suceden cosas nuevas- Yoko creyó que no era algo muy sensato para decirle a un niño impresionable. Sin embargo, llegó a la conclusión de que Nanny no debía estar muy contenta con aquella situación –Si sientes nostalgia, debes intentar recordar que el mejor lugar generalmente es aquel donde te encuentres en ese momento.
-Me gusta estar donde está mamá, aunque sea en Tumbuktu
-¿Qué?
-La abuela Mary dijo que ella bien puede querer mudarse a Tumbuktu- Sam cogió la sartén limpia que Yoko le pasaba y empezó a secarla, con expresión concentrada -¿Ese lugar existe?
-Hu-hum. Pero también es una expresión que significa muy lejos. Tus abuelos te echan de menos, querido. Solo es eso.
-Yo también los echo de menos, pero hablo con ellos por teléfono todos los días y el otro día mamá y yo hablamos con ellos por el ordenador. ¿Crees que podrías casarte con mamá para que la abuela Mary deje de darle la lata?
La sartén que Yoko estaba lavando cayó al agua, formando una onda que se esparció por todo el fregadero.
-Cre...creo que no
-La escuché decirle a la abuela que "ella le estaba dando la lata" todo el tiempo para que se casara, para que no se quedara sola. La voz de mamá estaba irritada, como cuando yo hago algo malo o cuando Sunny rompe las almohadas. Y ella también dijo que preferiría ir al infierno que casarse solo para tener un poco de paz.
-Entiendo- Yoko presionó los labios para evitar reír –Creo que a tu madre no le gustaría que repitieses lo que ella ha dicho, Sam, sobre todo esas cosas.
-¿Crees que mamá está sola?
-No, no lo creo. Creo que está muy feliz contigo, y con Sunny. Si ella decide casarse algún día, será porque haya encontrado a alguien que los dos amen mucho.
-Yo te quiero a ti
-Ah, mi rayo de sol- con las manos llenas de jabón, Yoko se agachó para darle un torpe abrazo y un beso –Yo también te quiero.
-¿Quieres a mamá?
Eso me gustaría saber a mí
-Es diferente- dijo ella. Sabía que estaba pisando terreno resbaladizo –Cuando la gente crece, el amor tiene significados diferentes. Pero estoy muy feliz de que se hayan mudado para acá y por poder ser amigos.
-Mamá nunca había invitado antes a una chica a cenar
-Bueno, estáis aquí hace poco tiempo
-No, he querido decir nunca, nunca. Ni en Boston. Por eso pensé que quizás tú te ibas a casar con ella y vivir aquí con nosotros para que la abuela deje de darle la lata.
-No- Yoko hizo lo posible para no reír –Eso significa que nos gustamos y hemos querido cenar juntas- Yoko miró por la ventana para cerciorarse de que Faye no estaba regresando -¿Ella siempre cocina así?
-Siempre monta un tremendo caos, y a veces dice palabras feas, ¿ya sabes, no?
-Sí
-Bueno, solo dice palabras feas cuando tiene que estar limpiando todo. Y hoy mamá estaba de mal humor porque Sunny se comió su almohada y tiró las plumas por todo los lados. Después, la lavadora se rompió, y quizás tenga que viajar por negocios.
-Muchas cosas para un solo día- Yoko se mordió el labio. No quería sacarle información al pequeño, pero sentía curiosidad -¿Va a viajar?
-Creo que tiene que ir a ese sitio donde hacen las películas, porque quieren hacer una peli de un libro de ella
-Eso es maravilloso
-Tiene que pensarlo. Es lo que ella siempre dice, cuando no quiere decir sí, pero probablemente va a decir sí
Esta vez, Yoko no se preocupó en esconder la risa.
-La conoces muy bien
Cuando terminaron la limpieza, Sam estaba bostezando.
-¿Quieres subir para ver mi cuarto? Lo recogí todo como mamá me mandó porque tendríamos visitas.
-Adoraría ver tu cuarto.
Las cajas de mudanza habían desaparecido, Yoko reparó en ello cuando salieron de la cocina y pasaron por la sala de estar, con las amplias ventanas y la escalera en curva. Los muebles parecían cómodos y los sillones estaban forrados con tejido neutro y resistente, de ese tipo que aguanta las manos y los pies de un niño activo.
Faye podría hacer buen uso de algunas flores en las ventanas, pensó Yoko. Algunas velas perfumadas en el aparador de la chimenea. Quizás algunos cojines de colores, esparcidos aquí y allí. Aun así, había detalles que indicaban una preocupación en formar un ambiente acogedor, como fotos de familia en sus portarretratos, un reloj antiguo. Y otro detalles interesantes, y hasta exóticos, como los soportes para leña de bronce, con forma de cabezas de dragón, montando guardia en la chimenea de piedra. Y un unicornio de madera en una esquina de la sala.
Y también había una fina capa de polvo en el aparador, que acrecentaba el encanto.
-Tengo que hacer mi cama todos los días- Sam empezó a decir –Y cuando todo esté acabado, mamá dice que puedo escoger el papel de la pared para mi cuarto. Este es el cuarto de mamá
El niño señaló a la derecha y Yoko vio de refilón una cama enorme cubierta por una colcha rosa bebé, sin almohadas, una cómoda antigua, a la que le faltaba un tirador, y un camino de plumas en la alfombra.
-Su baño está ahí dentro, también, con una gran bañera que tiene chorros de agua para masaje y una ducha. Mi baño está al otro lado, y tiene dos lavabos, ducha y una taza. Este es mi cuarto.
El cuarto era la fantasía de cualquier niño, realizada por una mujer que obviamente entendía que la infancia es breve y demasiado preciosa. Todo en azul y blanco, con una cama de alto cabecero en el centro rodeada de estantes con muñecos y coches en miniatura, libros y juguetes de colores vivos, una cómoda blanca con un espejo, y una escritorio pequeño repleto de papeles, lápices de colores y de ceras.
En las paredes, cuadros con graciosas ilustraciones de cuentos. Estaban los clásicos Hansel y Gretel,tirando migas mientras se adentraban en el bosque. Peter Pan en un duelo de espadas con el Capitán Garfio. Un elfo juguetón de uno de los libros de Faye y, para sorpresa de Yoko, una de las ilustraciones premiadas de su tía Amelia.
-Esta de aquí es del libro La bola de oro
-La señora que escribió ese libro mandó el dibujo por correo, para mamá y para mí, cuando yo era muy pequeño. Después de las historias de mamá, las de ella son las que más me gustan.
-No tenía idea- murmuró Yoko. Por lo que sabía, su tía Amy jamás se había deshecho de ninguno de sus grabados, excepto para darlas como regalo a los miembros de la familia.
-Mamá Faye dibujó el elfo- Sam explicó –Todos los otros dibujos fueron hechos por mamá Lux
-Son hermosos- no estaban solo bien hechos, pensó Yoko. Quizás no tuvieran los mismos trazos firmes del elfo dibujado por Faye, o el refinamiento del dibujo de su tía, pero eran graciosos y tan fieles al espíritu de los cuentos de hadas como la propia magia.
-Mamá Lux hizo estos dibujos para mí cuando yo era un bebé. Nanny dice que mamá Faye debería guardarlos para que yo no esté triste. Pero no me dejan triste. Me gusta mirarlos.
-Tienes suerte de tener recuerdos tan bonitos de tu otra madre
Sam se restregó los ojos somnolientos y luchó para contener un bostezo.
-También tengo muñecos de los vengadores en miniatura, pero no juego mucho con ellos. A mi abuelo le gusta regalarme muñecos de Marvel, pero yo prefiero a los héroes de la DC, entonces mamá me dio los muñequitos de la Liga de la Justicia en las navidades pasadas. ¿Te gusta mi cuarto?
-Es hermoso, Sam
-Puedo ver el mar y tu jardín también desde la ventana- abrió la cortina transparente para enseñarle la vista –Y esta es la cama de Sunny, pero le gusta dormir conmigo –señaló una cesta de mimbre con un forro violeta cerca de la cama
-Quizás quieras acostarte mientras esperas a Sunny
-Tal vez- Sam la miró con duda –Pero aún no tengo sueño. ¿Sabes algún cuento?
-Bien, creo que puedo pensar en alguno –Yoko cogió a Sam en brazos y se sentó en la cama -¿Qué tipo de cuento te gusta escuchar?
-De magia
-Son los mejores- Yoko pensó un momento y sonrió –Irlanda es un país muy antiguo- comenzó –Y está lleno de lugares secretos, montañas oscuras, campos muy verdes, y el mar es tan azul que los ojos arden cuando se queda mucho tiempo mirando hacia él. La magia existe allí desde hace muchos siglos, y aún es un lugar seguro para las hadas, duendes y hechiceras.
-¿Hechiceras buenas o malas?
-Las dos, sin embargo siempre existe más bien que mal. No solo en las hechiceras, sino en todo.
-Las hechiceras buenas son bonitas- Sam dijo, pasando la mano por el brazo de Yoko –Es así como sabemos la diferencia. ¿Este cuento es sobre una hechicera buena?
-De hecho sí. Una hechicera linda y buena. Y también de un hechicero muy bueno y atractivo
-Los hombres no son hechiceros- Sam informó con una risita –Ellos son magos
-¿Quién está contando la historia?- Yoko le dio un beso en la cabeza –Entonces, cierto día, no mucho tiempo atrás, una linda hechicera viajó con sus dos hermanas a visitar al abuelo, que estaba muy viejito. Había sido un poderoso hechicero, un mago, pero se había vuelto cascarrabias y aburrido después de viejo. No muy lejos de la mansión donde él vivía, había un castillo. Y allí moraban tres hermanos. Eran trillizos, y también eran magos muy poderosos. Más allá de lo que nadie podía recordar, la familia del viejo mago y la familia de los tres hermanos eran enemigas. Nadie recordaba ya por qué, o desde cuándo, pero la enemistad persistía. Así, las familias no se intercambiaban una palabra durante generaciones.
Yoko colocó mejor a Sam en su regazo, acariciándole los cabellos. Sonreía consigo misma.
-Pero la joven hechicera era voluntariosa, además de muy bonita. Y sentía mucha curiosidad. En un hermoso día de verano, escapó de la vieja mansión y caminó por el campo hacia el castillo del enemigo de su abuelo. En el camino, encontró un lago y se paró para meter sus pies en el agua fresca mientras observaba el castillo a lo lejos. Y cuando estaba ahí, con los pies mojados y los cabellos esparcidos por sus hombros, un sapo saltó a la orilla del lago, para conversar con ella. "Linda dama", dijo él "¿Por qué estás vagando por mis tierras?". Bueno, la joven hechicera no se sorprendió mucho al ver a un sapo hablar. A fin de cuentas, ella sabía muchas cosas sobre la magia y presintió que ahí había un truco "¿Tus tierras?", preguntó ella "Los sapos solo poseen el agua y el lodo. Yo puedo andar por donde quiera" "Pero tus pies están en mi agua", dijo el sapo "Tendrás que pagar una multa" Entonces ella rió y dijo que no iba a pagarle nada a un sapo cualquiera.
Yoko hizo una pausa de suspense, y prosiguió
-Bien, no es preciso decir que el sapo quedó intrigado con la actitud de ella. No todos los días saltaba fuera del agua para hablar con una linda joven, y había esperado al menos que ella diera un gritito o mostrara algo de temor respetuoso. Le gustaba jugarle malas pasadas a la gente y quedó decepcionado al ver que eso no había funcionado como esperaba. Así que, dijo que no era un sapo cualquiera, y si no estaba de acuerdo en pagar la multa, tendría que castigarla. "¿Qué multa sería esa?", preguntó ella. La respuesta fue: un beso, que fue lo que ella imaginaba, pues, como he dicho, era joven, pero no era tonta.
Yoko sonrió, continuando
-La joven dijo que dudaba mucho que el sapo se transformase en un bello príncipe si ella lo besaba, y que prefería ahorrar sus besos. Ahora el sapo estaba realmente frustrado, y comenzó a hacer otras magias, soplando para que el viento aumentara, sacudiendo las hojas de los árboles, pero la joven hechicera solo bostezó mientras todo eso pasaba. Con su paciencia agotada, el sapo saltó directamente al regazo de la muchacha y comenzó a reprenderla. Queriendo darle una buena lección por ese atrevimiento, la joven lo cogió por un anca y lo lanzó al lago. Cuando volvió a la superficie, ya no era un sapo, sino un muchacho muy mojado y furioso al ver que su broma se había vuelto contra él. Tras nadar hasta la orilla del lago, los dos comenzaron a gritarse, amenazando con lanzar hechizos y maldiciones, enviando relámpagos al cielo y llenando el aire con el ruido de los truenos. Aunque ella lo amenazara con el fuego del infierno, y cosas peores, él decía que de una forma u otra se cobraría el pago de la multa, pues aquellas eran sus tierras, su lago, y su derecho. Así que, él la besó. Y solo eso bastó para ablandar el corazón de ella, para que la furia en su pecho se transformase en amor. Pues hasta incluso las hechiceras pueden ser alcanzadas por el más poderoso de todos los encantamientos. Allí mismo, un tiempo después, confesaron su amor y, un año después de conocerse, se casaron a la orilla de aquel lago. Y fueron felices, de ahí en adelante, con sus vidas repletas de amor. Y todos los años, un día de verano, aunque ya no es tan joven, ella se acerca al lago, hunde los pies en el agua fresca y espera a que el sapo indignado aparezca para conversar.
Yoko levantó al pequeño dormido. Había contado el final de la historia solo para ella misma...o era lo que pensaba. Pero cuando se agachó para subir la colcha de la cama, la mano de Faye se cerró sobre la suya.
-Fue una linda historia para una aficionada. Debe ser herencia de familia.
-Es una vieja historia de familia- dijo ella, pensando en cuántas veces habría escuchado el primer encuentro entre su padre y su madre.
Faye le quitó los zapatos a su hijo con experimentado gesto.
-Ten cuidado. Puedo robártelo- dijo. Mientras Faye cubría a Sam, Sunny dio un salto certero hacia los pies de la cama
-¿Aprovechaste bien el paseo?- preguntó Yoko
-Después de dejar de sentirme culpable por dejarte sola con toda aquella loza sucia...lo que tardó unos noventa segundos- Faye apartó los cabellos de Sam de la cabeza y se agachó para darle un beso –Una de las cosas más envidiables de la infancia es esta capacidad de hundirse en el sueño inmediatamente.
-¿Aún tienes dificultades para dormir?
-Tengo mucho en qué pensar- cogió la mano de Yoko, la sacó del cuarto y dejó la puerta entreabierta, como siempre hacía –La mayor parte es sobre ti, pero también hay otras cosas
-Honesta, sin ser zalamera- Yoko paró en lo alto de las escaleras –Hablando en serio, Mali, podría darte algo que...- reviró los ojos, riendo bajito al ver el brillo que surgió en los ojos verdes- Me refiero a un calmante de hierbas, bastante suave.
-Prefiero el sexo
Balanceando la cabeza, la morena bajó lo escalones.
-No me tomas en serio
-Al contrario
-Como herbolaria, quiero decir
-No sé nada sobre ese tipo de cosas, pero no lo descarto- pero tampoco iba a permitir que Yoko la medicase, pensó -¿Cómo empezaste con eso?
-Siempre tuve mucho interés. En mi familia, generación tras generación, ha habido muchas personas que han curado
-¿Médicos?
-No exactamente...
Faye cogió la botella de vino y las copas y salieron de la cocina al porche.
-No quisiste ser doctora
-No me sentía cualificada para seguir la cerrera de medicina
-Vaya, eso es algo muy extraño, viniendo de una mujer moderna e independiente
-Una cosa no tiene nada que ver con la otra- Yoko cogió la copa que Faye le estaba ofreciendo –No es posible curar a todo el mundo. Y yo...tengo dificultad estando rodeada de sufrimiento. Lo que hago es mi manera de satisfacer mis necesidades de ayudar a las personas y protegerme al mismo tiempo- aquello era lo máximo que Yoko podía decirle –Además, me gusta trabajar sola.
-Sé bien lo que es eso. Mis padres pensaban que yo estaba loca. El hecho de gustarme escribir, bien, pero esperaban que escribiera la "gran novela americana" como mínimo. Al comienzo les costó mucho tragarse mis cuentos de hadas.
-Deben estar muy orgullosos de ti
-A su manera. Son buenas personas- Faye dijo despacio, percibiendo que jamás había conversado sobre sus padres con nadie, excepto con Lux –Siempre me han querido. Y Dios lo sabe, están locos por Sam. Pero les es difícil aceptar que lo que yo quiero quizás no es lo que ellos quieren. Una casa en la periferia, un buen club de campo y una esposa.
-Nada de eso es malo
-No, y ya tuve eso antes...excepto por lo del club. Pero preferiría no tener que pasar el resto de mi vida convenciéndolos de que estoy satisfecha con lo que tengo ahora- Faye enredó un mechón de cabello de Yoko entre sus dedos -¿No escuchas las mismas quejas de tus padres? "Yoko, ¿cuándo vas a sentar cabeza y formar una familia?"
-No- la morena rió y bebió un sorbo de vino –En absoluto- la idea de ver a su madre diciéndole algo así, o incluso pensándolo, la hizo reír de nuevo –Creo que se puede decir que mis padres son...excéntricos- sintiéndose bien, alzó la cabeza y miró a las estrellas –en realidad, creo que los dos se sentirían desconcertados si yo sentara cabeza. No me dijiste que tienes una ilustración de tía Amy.
-Cuando te enteraste de mi conexión con ella, estabas a punto de echarme de tu casa. Creí que no era el momento adecuado, y después me olvidé.
-Está claro que te tiene en alta estima. Tía Amy solo dio uno de sus grabados a Marissa después de la boda, y era algo que ella deseaba desde hacía años.
-¿De verdad? Pues recordaré restregárselo en la nariz la próxima vez que nos encontremos- cogiendo el mentón de Yoko entre sus dedos, Faye giró el rostro hacia ella –Hace mucho tiempo desde la última vez que estuve en un porche enamorando. Me pregunto si he perdido práctica.
Faye rozó los labios con los de ella, una, dos, tres veces, hasta que Yoko los entreabrió en una invitación. Le quitó la copa de las manos y la dejó junto a la suya, mientras la boca se movía para aceptar lo que la otra ofrecía.
El sabor de Yoko era tan dulce, tan cálido, acogedor y excitante. La piel era suave, lisa, tentadora, la seducía y la hechizaba. Y el suspiro que ella exhaló, tan leve y rápido, provocó un estremecimiento instantáneo por todo el cuerpo de Faye.
Pero Faye no era ninguna adolescente ansiosa agarrando a su novia en la oscuridad. El volcán de deseos que burbujeaba dentro de ella podría ser controlado. Si no podía darle a Yoko la totalidad de su pasión, entonces le daría el beneficio de su experiencia.
Mientras se llenaba con ella, lentamente, dando un doloroso paso cada vez, retribuía con un cariño y una ternura que la hizo estremecerse desamparadamente en aquel último umbral antes del amor.
Ser abrazada de aquella manera, pensó Yoko, con tal compasión mezclada con avidez, era maravilloso. Ni en todas sus fantasías había alcanzado nunca un placer tan intenso. La lengua de Faye jugueteaba con la suya, haciéndola sentir sabores cítricos, dulces y Yoko podía jurar que tenía un ligero gusto a canela. Las manos la acariciaban seductoramente, mientras los músculos de los brazos de Faye se tensaban, ¡Cielos! ¿Qué brazos eran esos? Cuando Faye comenzó a besarla en la cara y en el cuello, Yoko arqueó el cuerpo hacia atrás, deseando, deseando desesperadamente que le diera más y más.
Era la rendición que Faye sentía por su parte, tan nítidamente como sentía la brisa de la noche en su piel. Sabiendo que eso la llevaría más cerca del límite, se entregó a la necesidad febril de tocarla.
Yoko era un poco más baja que Faye, gloriosamente suave. Con curvas que llevaban a la rubia a la locura, muslos prietos bien delineados y el trasero era un verdadero monumento. Faye casi podría sentir el gusto, sentir la piel caliente de la morena en sus labios, su lengua en el fondo de suboca. Era una tortura no probar ahora su sabor, no arrancarle el vestido y darse un banquete.
La sensación de los pezones de Yoko endureciéndose, presionando contra el vestido, le provocó un gemido cuando volvió a besarla.
La boca de Yoko la recibió con avidez y desespero. Sus manos se movieron sobre Faye con la misma urgencia que las de la rubia. Yoko sabía, mientras se entregaba entera al momento, que ya no habría vuelta. Ellas no se amarían ahora. No podía ser en ese momento, en el porche iluminado por la estrellas, bajo la ventana de un cuarto en donde un niño podía despertar y buscar a la madre durante la noche.
Pero Yoko sabía que no había vuelta atrás para el amor que sentía.
No para ella. Yoko no podía cambiar el curso de sus sentimientos, del mismo modo que no cambiaría el curso de la sangre que corría por sus venas.
Y a causa de eso llegaría el momento, muy en breve, en que se entregaría a Faye.
Casi sofocándose por lo que acababa de percibir, Yoko giró la cabeza y hundió el rostro en el hueco entre el hombro y el cuello de Faye.
-No imaginas lo que haces conmigo, Malí
-Entonces dímelo- Faye le mordisqueó la oreja, provocándole un estremecimiento –Quiero escuchar cómo me lo dices todo
-Haces que me duela, que ansíe- y tener esperanzas, pensó Yoko, cerrando los ojos con fuerza –Nadie nunca ha hecho esto- con un largo y temblorosos suspiro, se apartó –Es de esto de lo que las dos tenemos miedo
-No puedo negarlo- los ojos de Faye estaban oscuros de deseo –Y no puedo negar que llevarte a mi cuarto, a mi cama es algo que deseo tanto como deseo respirar
Tal imagen hizo que el corazón de Yoko disparase.
-¿Crees en lo inevitable?
-Tengo que creer
Yoko asintió
-Yo también. Creo en el destino, en los caprichos de la suerte, en las artimañas de aquellos a los que los hombres suelen llamar dioses. Cuando te miro, Malí , veo lo inevitable- se apartó, presionando la mano en el hombro de Faye–¿Eres capaz de aceptar que tengo algunos secretos que no puedo contarte, partes de mí que no podré compartir?- vio una mezcla de curiosidad y negación en los ojos de la rubia, y balanceó la cabeza antes de que ella respondiera –No necesitas responder ahora...Tienes que pensarlo bien antes de estar segura. Y yo también.
Se agachó para besarla y entabló una conexión rápida y firme. Sintió el golpe de sorpresa antes de retroceder.
-Duerme bien esta noche- dijo, sabiendo que Faye dormiría. Y que ella no.
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BELIEVE (FAYEYOKO)
FanfictionAU. FAYEYOKO ADAPTACIÓN DE UNO DE MIS LIBROS FAVORITOS. Escritora Nora Roberts El primer contacto que Yoko tiene con Faye es a través del hijo de esta. Un pequeño encantador que pronto se hace amigo de Yoko. Por causa de un romance que no salió...