Capitulo 7

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Ese día era diferente para Yoko, uno en que se permitía hacer lo que quisiera. Cuando era una niña, alrededor de los nueve años, estaba de viaje, habían ido a visitar a unos familiares en Puerto Rico, ella jugaba en un bosque con sus primos, caminaba por el follaje observando la vegetación, desde siempre había estado fascinada por las flores y plantas, distraída como estaba no vio que se apartaba de los primos, fue en ese momento que, al escuchar un ruido, miró hacia un lado y vio a una pantera negra de espaldas a ella, el animal estaba alejado de ella y bebía agua en un pequeño riachuelo.
Se quedó paralizada de miedo, no lograba gritar ni mover un músculo para apartarse, solo mantenía su mirada en el animal, el contacto fue roto cuando escuchó a su prima Ize gritar su nombre. Yoko, asustándose, se movió rápidamente dando pasos hacia atrás, sin embargo no se había dado cuenta de un barranco tras ella, se desequilibró y cayó, no sabía decir cuántas veces rodó hasta que su cuerpo se golpeó contra una piedra, aún podía escuchar a sus primos llamándola cuando todo se le volvió negro.
Al despertar, estaba en el cuarto que compartía con su prima, su madre estaba a su lado acariciándole la mejilla y le explicó lo que había sucedido, al parecer la pantera había huido de un circo que estaba en la ciudad, pero consiguieron capturarla. Le llamaron la atención por la imprudencia de haberse apartado de los primos, pero enseguida la madre la llenó de mimos y cariños, pues el susto había sido grande. Desde esa pequeña aventura, Yoko tenía la cicatriz en el labio superior, probablemente causada por la caída por el barranco.
Desde entonces, ese día quedó marcado como un recomienzo, ella y los primos habían decidido dejarlo como un día señalado, en ese día podían estar sin hacer nada, si querían. Podían levantarse y comer un tarro de helado para desayunar, o quedarse en la cama hasta mediodía, viendo películas todo el día.
El único plan para aquel día era no tener plan alguno.
Pero hoy ella se había despertado y se entregó al lujo de un baño lento, perfumado con sus aceites preferidos y con un saquito de hierbas escogidas por sus propiedades relajantes. En el rostro, se pasó un tónico preparado con flores, yogurt y polvo de caolín y se metió en la bañera, relajándose al sonido de una leve música y bebiendo un jugo de frutas, mientras esperaba los efectos de la magia.
Con el rostro reluciente y los cabellos brillando gracias al champú de camomila, se pasó el aceite corporal personalizado y se deslizó dentro de una bata de seda negra.
Al salir del baño, consideró seriamente la idea de volver a la cama y dormir un poco más, para completar esa autoindulgencia matinal. Pero en mitad del cuarto, donde solo había una pequeña alfombra antigua en el momento en que ella había entrado en el baño, ahora se encontraba un gran baúl de madera.
Con un gritito de alegría, Yoko se agachó y pasó las manos sobre la madera antigua y tallada, que había sido pulida hasta que brillara como un espejo. La madera exhalaba aroma a cera de abejas y romero, y era suave como seda bajo sus dedos.
El baúl tenía siglos de edad y era un objeto que Yoko admiraba desde pequeña, cuando vivía en el Castillo Apasra. Se decía que, en cierta época, el baúl había estado en Camelot, que había sido un regalo del joven Arturo a Merlín.
Con un suspiro sonriente, Yoko se sentó apoyada en los talones. Ellos siempre conseguían sorprenderla a ella y a sus primos mandándoles regalos en esta fecha. Sus padres, sus tíos y tías entraron en esa broma con ellos...estaban tan alejados, pero nunca lejos de su corazón.
Los poderes combinados de seis hechiceros habían enviado el baúl desde Irlanda en un parpadeo, a través del tiempo y del espacio, por medios que eran muy poco convencionales.
Lentamente, Yoko abrió la tapa y el perfume de antiguas visiones, de encantamientos inmemoriales, de hechizos eternos llegaron a ella. Era una fragancia seca, tan aromática como pétalos amasados hasta convertirse en polvo, punzante como el humo del fuego frío que las hechiceras evocaban por las noches.
Allí estaba el poder para ser respetado y aceptado. Las palabras que pronunció fueron en un idioma antiguo, la lengua de los Sabios. El viento que evocó sacudió las cortinas, hizo que el aire golpease en su rostro. El aire cantaba, millares de cuerdas de arpas entonando una brisa, después silencio.
Bajando los brazos, Yoko comenzó a sacar el contenido del baúl. Al sacar un amuleto de hematites, con el centro de la piedra rojo que parecía sangrar por los bordes de un verde profundo, Yoko supo que pertenecía a la familia de su madre desde hacía generaciones, una piedra de sanación de valor incalculable y con un poder inigualable. Sintió lágrimas en sus ojos al darse cuenta de que se la estaba traspasando a ella, como sucedía cada medio siglo en la tradición familiar, designándola como la curandera más elevada de la orden.
Su regalo, pensó mientras deslizaba los dedos sobre la piedra pulida por otros dedos, en otro tiempo.
Su legado.
Guardó el amuleto delicadamente en el baúl y cogió el objeto siguiente. Alzó en las manos una esfera de calcedonia, la superficie casi transparente ofreciéndole un atisbo del universo, en caso de que se decidiera a mirar. Era de los padres de Becky, lo sabía, pues pudo sentirlos cuando puso sus manos abiertas sobre la esfera. Después, había un pergamino grabado con los símbolos de una lengua antigua. Un cuento de hadas, dedujo mientras leía y sonreía. Tan viejo como el tiempo, y tan dulce como la mañana. Tía Amy y tío Matthew, pensó mientras lo guardaba de nuevo en el baúl.
Aunque el amuleto hubiera sido un regalo de su madre, Yoko sabía que siempre habría algo especial mandado por su padre. Lo encontró y rió cuando lo cogió. Un sapo, tan pequeño como un uña, intrincadamente esculpido en jade.
-Igualito a ti, papá- dijo ella, riendo otra vez.
Volvió a guardarlo, cerró el baúl y se levantó. En Irlanda, seis personas debían estar esperando su llamada para saber si le había gustado.
Cuando echó a andar hacia el teléfono, escuchó golpes en la puerta de atrás. Su corazón dio un salto rápido e incierto, después se calmó.
Irlanda tendría que esperar.
Faye escondía un paquete tras la espalda. Había otro regalo en casa, que ella y Sam habían escogido juntos. Pero aquel, ella misma quería dárselo a Yoko. Sola.
Faye escuchó que se aproximaba a la puerta y sonrió con el saludo ya en la punta de la lengua. Pero tuvo suerte de no tragársela, así como las palabras en el instante en que la vio.
Yoko parecía iluminada, con los cabellos derramándose sobre los hombros, llevando puesta una bata negra. Los ojos parecían más oscuros, más profundos. ¿Cómo podrían dar siempre la sensación de estar guardando millares de secretos? El perfume a manzana que la rodeaba hizo que Faye casi cayera de rodillas.
Cuando Quigley se enroscó en sus piernas para un saludo, Faye saltó como si hubiera sido alcanzada por un disparo.
-Malí - con una risa mal contenida en la garganta, Yoko se apoyó en el marco de la puerta -¿Estás bien?
-Sí, sí.Yo...¿Estabas durmiendo?
-No- tan calmada como Faye agitada, Yoko le abrió la puerta –Desperté hace tiempo. Solo estaba de perezosa- al ver que la otra mujer seguía parada en la puerta, inclinó la cabeza hacia un lado -¿No quieres entrar?
-Sí, claro- Faye dio un paso hacia dentro, pero mantuvo una cautelosa distancia.
Faye se había comportado de la manera más contenida que había podido, en aquellas dos semanas, resistiendo la tentación de quedarse a solas con ella y, cuando lo estaban, manteniéndose calma y controlada. Ahora, percibía que todo ese control había sido tanto para su bien como para el de la morena.
Era doloroso resistirse, incluso cuando estaban al aire libre, al sol, conversando sobre Sam o trabajando en el jardín, hablando del trabajo de la morena o del suyo.
Pero ahora, parada delante de Yoko, la casa vacía y silenciosa rodeándolas, el perfume atormentando sus sentidos, era más de lo que Faye podía soportar.
-¿Sucede algo?- preguntó Yoko, pero sonreía, como si lo supiera
-No, nada...Ahn, ¿cómo estás?
-Genial- la sonrisa se hizo más ancha y se suavizó -¿Y tú?
-Muy bien- Faye pensó que, si estuviera algo más tensa, se transformaría en una estatua –Muy bien
-Me iba a preparar un té. Perdona que no tenga café en casa, pero quizás quieras acompañarme
-Té- Faye suspiró bajito –Excelente
Observó a Yoko caminar hasta la cocinilla, con el gato deslizándose entre sus piernas como si fuera un cordón grisáceo. Yoko dejó la tetera al fuego, después echó la comida de Quigley en un cuenco. Se agachó, acaricio al animal mientras comía. La bata se abrió, desparramándose en el suelo como agua, y dejó al aire su pierna, Faye contuvo un gemido ante la visión.
-¿Cómo van las aspérulas? ¿Y los hisopos?
-¿Eh?
Yoko se echó los cabellos hacia atrás, miró a Faye y sonrió
-Las hierbas que te di para que plantaras en tu jardín
-Ah, sí, parecen estar bien
-Tengo algunas macetas con semillas de albahaca y tomillo en el invernadero. Quizás quieras llevártelas, dejarlas en la ventana de la cocina por algún tiempo. Para usar como condimento- Yoko se levantó cuando la tetera comenzó a pitar –Los encontrarás mucho mejor que esos que compras en el supermercado.
-¡Qué bien! Gracias- estaba casi sintiéndose de nuevo a gusto, pensó. O, al menos, esperaba que sí.
Era tranquilizador observarla colar el té, calentar la teterita de porcelana, sacando las hojas aromáticas de un tarro azul claro. No sabía que una mujer podría ser tranquilizadora y seductora al mismo tiempo.
-Sam se pasa el día vigilando aquella semillas de margarita que le diste para plantar
-No dejes que las moje demasiado- dejando el té reposar, la morena se giró -¿Entonces?
Faye parpadeó
-¿Entonces qué?
-Malisorn, ¿me vas o no me vas a enseñar lo que estás escondiendo tras la espalda?
-Es imposible engañarte, ¿no?- extendió la caja empaquetada en un vivo papel azul
-¿Por qué me estás dando esto?
-Marissa me contó sobre el día de hoy. ¿No vas a abrirlo?
-Claro que sí- Yoko rasgó el papel dejando ver una caja con el logotipo de la tienda de Ize –Excelente elección. No puedes equivocarte comprándome algo de Wicca- levantó la tapa de la caja y, con un ligero suspiro, retiró la delicada figura de una hechicera, esculpida en ámbar.
La cabeza estaba inclinada hacia atrás y magnificos mechones de cabello negro caían en cascada por el manto. Los brazos finos estaban alzados, levemente curvados por los codos, las manos abiertas hacia arriba, en una posición idéntica a la que Yoko había puesto junto al baúl, esa misma mañana. En una de las manos sostenía una pequeña marmita reluciente, y en la otra un fino bastón de plata.
-Es hermosa- murmuró Yoko –Absolutamente hermosa
-Pasé por la tienda la semana pasada y Ize acababa de recibirla. Me recordó a ti
-Gracias- aún agarrando la estatua, levantó la mano libre hacia el rostro de la rubia –No podías haber encontrado un regalo más perfecto.
Ella se alzó para tocarle los labios. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y bien que lo sabía, cuando Faye correspondió al beso. Faye estaba sofocándose en una prisión de autocontrol. El poder, como una lluvia limpia y refrescante, bañó a Yoko por entero.
Era eso lo que estaba esperando, fue por eso por lo que se había pasado la mañana dedicándose al antiguo rito femenino de los aceites, cremas y perfumes.
Para Faye. Para sí misma. Para su primera vez juntas.
Faye se sentía como si tuviera nudos puntiagudos retorciéndose en su estómago. Un palpitar constante en su cabeza. Aunque sus labios apenas se tocaban, su sabor parecía atraerla como un imán, transformando ideas como contención y control en conceptos vagos y sin importancia. Intentó retroceder, pero Yoko la rodeó con sus sedosos brazos.
-Yoko ...
-Shh- Yoko la calmaba y la excitaba al mismo tiempo, mientras los labios danzaban sobre los suyos –Solo bésame Faye
¿Cómo podía Faye negarse, cuando los labios de ella se entreabrieron suavemente bajo los suyos? Faye le tocó el rostro, agarrándolo entre sus tensas manos mientras luchaba una violenta batalla interna para impedir que el abrazo fuera demasiado lejos.
Cuando el teléfono sonó, dejó escapar un gemido que era una mezcla de frustración y alivio.
-Es mejor que me marche
-No- Yoko quería reír, pero se limitó a sonreír cuando se soltó de los brazos de la rubia. Jamás había experimentado un poder tan delicioso como aquel –Quédate, por favor. ¿Por qué no vas sirviendo el té mientras atiendo?
Servir el té, pensó Malisorn. Tendría suerte si conseguía levantar la tetera. Su cuerpo entero se agitaba y se giró ciegamente hacia la cocina, mientras Yoko atendía el teléfono.
-¡Mamá!- ahora rió de verdad, y Faye escuchó la pura alegría en la risa –Gracias. Gracias a todos. Sí, lo recibí esta mañana. ¡Fue una sorpresa maravillosa!- rió otra vez, escuchando –Claro que sí. Sí, estoy bien, estoy genial. Yo...¿papá?- rió, cuando el padre interrumpió la conversación –Sí, sé lo que significa el sapito. Lo adoré. También te quiero. No, no preferiría uno de verdad, muchas gracias- sonrió a Faye mientras esta le entregaba la taza de té -¿Tía Amy? Sí, me encantó la historia, es muy bella. Sí, lo estoy. Ella debe haber salido con Marissa, está muy bien, y los gemelos también. No tardará mucho. Sí, llegarán a tiempo.
Inquieta, Faye caminó hacia la cocina, bebiendo su té, sorprendiéndose al ver lo bueno que estaba. Se preguntaba qué diablos habría metido Yoko en él. Y solo escuchar su voz ya la hacía arder en deseo.
Podía lidiar con eso, recordó. Tomarían té como dos mujeres civilizadas, mientras ella mantuviera las manos apartadas de la morena. Después, huiría de allí y se hundiría en el trabajo por el resto del día, para mantener la mente bien alejada de ella, también.
Ya había concluido casi la trama del cuento, y estaba casi lista para comenzar con las ilustraciones. Y ya sabía a quién quería usar como modelo.
Yoko
Moviendo bruscamente la cabeza, bebió otro sorbo de té. Parecía que iba a conversar con todos los parientes. Pero para Faye estaba bien. Eso le daría más tiempo para calmarse.
-Sí, también os echo mucho de menos. A todos. Nos vemos dentro de algunas semanas.
Estaba con los ojos húmedos cuando colgó, pero sonrió a Faye.
-Era mi familia
-Me di cuenta
-Me enviaron un baúl con regalos hoy temprano, y no tuve la oportunidad para llamarlos y darles las gracias
-¡Qué bien! Escucha Yoko, de verdad, necesito...¿Hoy temprano?- dijo, frunciendo el ceño –Pero no escuché ningún camión de entregas
-Llegó muy temprano- Yoko desvió la mirada, dejando la taza en la mesa –Fue una entrega especial, por así decir. Están nerviosos con el viaje.
-Te sentirás feliz al volver a verlos
-Siempre. Estuvieron en verano, por pocos días. Pero con todo el jaleo del compromiso y boda de Becky y Freen no tuvimos mucho tiempo para estar juntos- fue a abrir la puerta para dejar salir a Quigley -¿Quieres un poco más de té?
-No, gracias. Tengo que marcharme. Debo trabajar- Faye también se acercó a la puerta
-Faye- pasó la mano por el brazo de la rubia, la sintió estremecerse –Todo los años, yo me doy un regalo. Sencillo, en realidad. Sencillamente hago cualquier cosa que me apetezca. Cualquier cosa que sea de mi agrado- apenas sin moverse, cerró la puerta y se colocó entre esta y Faye –Este año te he escogido a ti. Si tú aún me quieres.
Tales palabras parecían resonar en los oídos de la rubia cuando Faye bajó la mirada para observarla. Yoko estaba tan calmada, tan serena que parecía solo estar charlando del tiempo.
-Sabes que quiero
-Sí, lo sé- Yoko sonrió. En aquel momento estaba calmada, como el ojo de un huracán –Lo sé- cuando dio un paso hacia delante, Faye retrocedió –Lo veo cuando te miro, lo siento siempre que me tocas. Has sido muy paciente. Has mantenido tu palabra de que nada sucedería entre nosotras hasta que yo me decidiera.
-Lo intento- insegura, Faye dio otro paso hacia atrás –No ha sido fácil
-Ni para mí- Yoko se paró donde estaba, la bata negra reluciendo alrededor de ella bajo la claridad del sol –Solo tienes que aceptarme, aceptar que estoy dispuesta a entregarte todo lo que pueda. Acepta, y deja que sea suficiente.
-¿Qué me estás pidiendo?
-Que me muestres cómo puede ser el amor
Faye se atrevió a extender la mano y tocarle los cabellos.
-¿Estás segura?
-Certeza absoluta
No existían palabras en el mundo para describir lo que Faye sentía en aquel momento. Así que no desperdició palabras, solo la cogió en brazos.
Faye la cogió como si fuera tan delicada como la hechicera de ámbar que le había regalado. En realidad, pensó, así lo creía, y sintió un instante de pánico al pensar que podría no ser lo suficientemente delicada, contenida. Sería tan fácil destruir la delicadeza.
Cuando llegó a los pies de las escaleras y comenzó a subir, su corazón se aceleraba de anticipación.
Deseó que fuera de noche, una noche iluminada por velas, con la luz de la luna y música suave en el ambiente. Sin embargo, de alguna forma le pareció correcto que se amasen aquella primera vez cuando el sol brillaba en el cielo y cuando la música venía de los pájaros que volaban por el jardín y de las campanillas batidas por el viento, que Yoko tenía en el porche
-¿Dónde? – preguntó Faye, y Yoko con la mano señaló la puerta del cuarto
Aquel dormitorio poseía el mismo perfume que ella, una mezcla de fragancias y algo más, algo que Faye no consiguió identificar. Como humo y flores. El sol penetraba alegremente a través de las cortinas y se derramaba sobre la enorme cama.
Faye se desvió del baúl, encantada al ver el arcoíris de colores que se formaba por los cristales suspendidos en finas cuerdas, en frente de la ventana. Arcoíris en lugar de rayos de luna, pensó mientras recostaba a Yoko en la cama.
Era una tontería ponerse nerviosa ahora, se dijo Yoko a sí misma, pero sus manos temblaban levemente cuando las extendió para abrazar a Faye. Ella quería. Quería que eso sucediera. Aun así, la calma certidumbre que había sentido apenas momentos atrás desaparecía bajo una onda de nerviosismo y deseo.
Y Faye podía ver el deseo y el nerviosismo en sus ojos. ¿Sería posible que ella comprendiera que eran un reflejo de sus propios sentimientos? Era tan hermosa. Y estaba ahí para ella. Faye sabía que era vital para ambas que la tomara con toda ternura.
-Yoko- abrazando su propios temores, Faye le tomó la mano y la besó –No voy a hacerte daño. Lo juro
-Lo sé- Yoko entrelazó sus dedos con los de ella, deseando saber si el miedo que sentía era debido al momento, o por la inmensidad del amor que ya sentía por la rubia, que la dejaba tan frágil e insegura.
Faye se agachó para besarla. Un beso profundo, explorador, que era tan excitante como tranquilizador. El tiempo dejó de existir. Se detuvo. Solo existía aquel momento en que sus bocas se encontraron.
Faye le acarició los cabellos, los dedos hundiéndose en la sedosa suavidad. Entonces, los derramó por encima de la almohada.
Cuando separó los labios de los de ella, comenzó un lento viaje a través de su rostro, hasta sentir el temblor nervioso ser sustituido por una leve súplica. Aunque sus temores habían sido vencidos por las suaves y deliciosas sensaciones que Faye le estaba provocando, la rubia mantuvo un ritmo lento, tan lento que solo un beso parecía durar una eternidad.
Yoko la escuchó murmurar dulce promesas, delicadas palabras de cariño. El murmullo bajo de su voz hizo que la mente de Yoko y sus labios se curvasen en una sonrisa mientras iba al encuentro de los de ella de nuevo.
Debería haber sabido que sería así con Faye. Hermoso, dolorosamente hermoso. La rubia la hacía sentirse amada, protegida, segura. Cuando Faye deslizó la bata por sus hombros, ya no tuvo miedo, sino que recibió con placer la sensación de los labios en su piel. Ansiosa, ahora, tiró de la camisa de la rubia, Faye dudó apenas un instante antes de ayudarla a sacarla.
Faye dejó escapar un gemido mientras su cuerpo se estremecía. Dios, la sensación de las manos de Yoko en su cuerpo...
Luchó contra una ola de deseo y mantuvo las manos calmas mientras le bajaba la bata.
La piel de la morena estaba insoportablemente suave y perfumada por los aceites. Tan tentadora como el néctar, invitaba a probarla. Cuando Faye cerró los labios alrededor de uno de los pechos mientras masajeaba el otro, el sonido ahogado que Yoko emitió resonó en su cerebro como un trueno.
Delicadamente, Faye usaba la lengua, los labios y manos para llevarla al estadio siguiente del placer, mientras sus propias pasiones la atormentaban, exigiendo que fuera más rápido, más rápido.
Yoko sentía los ojos pesados, no conseguía abrirlos. ¿Cómo sabía Faye exactamente dónde tocar, dónde besar para hacer que su corazón saltara del pecho? Pero ella lo sabía, y Yoko suspiró mientras Faye le daba más y más.
Susurros y caricias delicadas. El perfume a canela y manzana volvía el aire más denso. Las sábanas se calentaban, los cuerpos se humedecían de pasión. Un arcoíris de colores jugueteando sobre los ojos semi cerrados de Yoko.
Ella fluctuaba, cargada por la magia que ambas producían, su respiración se hacía más rápida y jadeante a medida que Faye la llevaba más alto, y más alto.
Entonces una onda de calor la invadió. Estalló dentro de ella tan rápidamente, con tanta violencia que gritó, agarrándose a Faye.
-Faye...- entonces un relámpago, un destello de placer que la dejó inmóvil, aturdida y temblorosa
-Yoko...- Faye tuvo que enterrar sus manos en el colchón para impedir tomarla en aquel instante, para llevarlas a dónde sabía que las recompensas serían desesperadamente intensas –Morena- la besó saboreando su respiración jadeante –Mi ángel.
Excitada hasta la médula, abrazó a la rubia con fuerza. Su corazón disparaba, el cuerpo de Faye estaba tenso pegado al de ella.
-Enséñame, enséñame más.
Entonces, Faye le abrió la bata por completo, sintiéndose enloquecer ante la visón de la desnudez de la morena. Yoko abrió los ojos, fijándolos en los de Faye con firmeza mientras la rubia se levantaba solo para terminar de quitarle la ropa, descendió la mirada por el cuerpo de la rubia, Faye vio el deseo apoderarse de los ojos de la morena.
Entonces, le mostró más, fue distribuyendo besos por todo su abdomen hasta llegar a la pelvis de la morena, dejó besos por sus muslos antes de tomar su mojada intimidad entre sus labios.
Yoko sentía todo su cuerpo vibrar, invadido por sensaciones mucho más vívidas provocadas por la lengua y los labios de la rubia. Cuando Faye la llevó de nuevo al clímax, ella se dejó arrastrar por la tempestad, entregándose totalmente al fogonazo de calor, desesperada por el siguiente.
Faye se contenía, obteniendo placer en el placer que le proporcionaba, sorprendida por la manera en cómo respondía a cada toque, a cada beso. Con la respiración jadeante, la sangre latiendo en su cerebro, ahora encima de Yoko, mirando sus ojos ennegrecidos, Faye volvió a besarle los labios dejando que las manos explorasen el cuerpo de la morena, descendió una de sus manos y comenzó a acariciarle su intimidad.
Yoko, movida por el deseo, acariciaba y apretaba los pechos de la rubia mientras correspondía al beso, gimió contra la boca de ella al sentir la mano de Faye en su vagina, que ya latía de nuevo pidiendo más y más.
Faye mordisqueó el labio de Yoko y la penetró con un dedo, la morena sollozó el nombre de la rubia mientras sus brazos la enlazaban. El placer que Yoko sentía era mucho mayor y más completo del que había sentido nunca. Se movió yendo al encuentro de la mano de Faye, buscando los labios de la rubia, besándola con voluptuosidad, mientras descendía una de sus manos por el cuerpo de la rubia, buscando su centro de placer. Faye gimió al sentir el toque un poco más íntimo, más firme de Yoko, que al escuchar el gemido de la rubia, comenzó a acariciarla.
Más y más profundamente Faye la penetraba, llenándola, arrastrándola hacia la dirección de placer final y máximo. Cuando ella gritó, con el cuerpo estremeciéndose de placer, Faye hundió el rostro en su cuello y se permitió seguirla.
Faye se quedó mirando el baile de las luces en la pared, escuchando el corazón de Yoko calmándose. Yoko estaba acostada bajo ella, inmóvil, con los brazos aún rodeando a la rubia, las manos acariciando su espalda.
Faye nunca había pensado que podría sentirse así. Era una tontería, pensó. Ya había estado con muchas mujeres antes. Más que eso, había amado antes, más profundamente de lo que cualquier persona conseguiría. Aun así, lo que había sucedido entre Yoko y ella había sido más que cualquier cosa que ya hubiera experimentado o esperado.
No sabía cómo explicarle a la morena cuando ella misma estaba lejos de entenderlo.
Después de presionar un beso en su hombro, levantó su rostro y la miró. Los ojos de ella estaba cerrados, el rosto enrojecido y completamente relajado. Faye se preguntó si Yoko se hacía una idea de que todo había cambiado para las dos esa mañana.
-¿Estás bien?
Yoko balanceó la cabeza negativamente, alarmándola. Preocupada, Faye se apoyó en los brazos para quitar el peso de su cuerpo de encima de ella. Yoko entreabrió los ojos, lo suficiente para que Faye viera el tono avellana entre las espesas pestañas.
-No estoy bien- dijo, en tono bajo y enronquecido –Estoy genial. Eres maravillosa- Yoko sonrió lindamente –Ha sido maravilloso
-Me dejaste preocupada- Faye le apartó los cabellos del rostro. Los labios de Yoko ya aguardaban cuando ella se inclinó para besarla -¿No estás arrepentida?
Yoko arqueó una ceja
-¿Parezco arrepentida Malisorn?
-No- sin prisa la rubia observó el rostro de ella, delineándolo con la punta del dedo –Pareces bastante segura de ti- y eso provocó en Faye una rápida onda de satisfacción
-Me siento así. Y perezosa, también- se estiró un poco y Faye  se colocó a su lado, para dejar que recostara su cabeza en su hombro.
Yoko rió bajito
-Este ha sido el regalo más...exclusivo que alguien me ha dado
-La ventaja es que podrás usarlo muchas, muchas y muchas veces
-Aún mejor- Yoko alzó la cabeza para mirar a Faye con sus brillantes ojos
-Quise hacer esto desde la primera vez que te vi
-Lo sé. Eso me asustaba y...me excitaba también- Yoko acarició el rostro y deseó, por un instante, poder quedarse así para siempre, abrazadas y acurrucadas bajo la luz del sol.
-Esto va a cambiar todo
Las manos de la morena pararon, tensas.
-Solo si tú quieres Malisorn
-Entonces quiero- Faye se sentó, arrastrándola con ella para quedar frente a frente –Quiero que formes parte de mi vida. Quiero estar contigo, tanto como sea posible...y no solo así.
Yoko sintió el antiguo e incómodo miedo intentar subir a la superficie.
Rechazo.
El rechazo podía ser devastador.
-Ya formo parte de tu vida. Y lo haré por siempre, de ahora en adelante
Faye vio algo en sus ojos, presintió la tensión que invadió la atmósfera entre las dos de repente.
-Pero...
-Sin "peros"- Yoko se apresuró a decir, y la abrazó –Nada, ahora solo esto, solo nosotras dos- la besó, transmitiéndole todo lo que podía en aquel beso, sabiendo que estaba tendiendo una trampa a ambas al ocultar su secreto –Estaré aquí cuando me quieras, por el tiempo que quieras.
La estoy apurando de nuevo, Faye se censuró mientras la abrazaba. ¿Cómo podía esperar que Yoko la amara tan solo porque hubieran acabado de hacer el amor? Ni ella misma estaba segura de sus sentimientos. Todo había sucedido demasiado rápido y se estaba dejando llevar por la emoción del momento. Se recordó a sí misma, mientras la mantenía en sus brazos, que tenía otras necesidades que considerar en su vida.
Tenía a Sam.
Lo que sucediera entre Yoko y ella afectaría a su hijo. Por tanto, no podía haber errores, ni actos impulsivos, ni tampoco un compromiso verdadero antes de estar absolutamente segura.
-Iremos despacio- dijo, pero sintió una punzada de resentimiento cuando Yoko relajó el abrazo en ese mismo instante –Pero si alguien aparece por tu puerta pidiendo una taza de azúcar o dándote regalos...
-¡Lo echo fuera al momento!- Yoko la apretó con fuerza –No hay nadie más, aparte de ti- besó su cuello –Me haces feliz
-Puedo hacerte aún más feliz
Yoko rió, inclinando la cabeza.
-¿De verdad?
-No es lo que estás pensando- divertida, y también lisonjeada, Faye le mordisqueó el labio –Aún no, al menos. Estaba pensando en algo como prepararte un rico almuerzo, mientras te quedas aquí descansando y esperándome. Y, después, haremos el amor otra vez. Y otra vez y otra vez...
-Bien...- era tentador, pero Yoko recordó muy bien el desastre que Faye hacía cuando cocinaba. Y su cocina contenía muchas sartenes y cacharros que no podían usarse incorrectamente -¿Por qué no hacemos lo contrario? ¿Tú te quedas esperándome y yo hago el almuerzo?
-Yoko...
-Faye...- besó a la rubia, antes de bajar de la cama –Hoy quiero hacerlo todo a mi manera. No tardaré
Faye tendría que ser muy estúpida para no aceptar un ofrecimiento como ese, la rubia pensó mientras se recostaba en la cama, apoyándose en el cabecero con los brazos cruzados. Escuchó el ruido del agua en el baño y se acomodó, imaginando cómo sería pasar la tarde entera en la cama.
Yoko se amarraba la bata mientras bajaba las escaleras. El amor, pensó, hacía cosas maravillosas en el espíritu. Y era mucho, mucho mejor que cualquier poción que ella pudiera hacer o conjurar. Quizás con el tiempo, quizás con mucho más de ese amor, pudiera darle a Faye lo que aún le faltaba.
Faye no era Folk, pensó, sintiéndose avergonzada por haberlos comparado, aunque fuera por un instante.
Pero el riesgo era tan grande, y el día estaba tan maravilloso...
Canturreando bajito, se ocupó en la cocina. Sándwiches, decidió. No era un menú muy refinado, pero perfecto para comer en la cama. Sándwiches y el vino especial de su padre. Comenzó a prepararlos, moviéndose como si fluctuara por la cocina, yendo hacia la nevera repleta con los dibujos de Sam.
-No estás ni vestida aún- dijo Ize, entreabriendo la puerta de la cocina –Como yo pensaba
Llevándose una mano al pecho, Yoko se giró. No era solo Ize quien estaba allí, sino también Marissa, Becky y Freen.
-Ah...- se sintió ruborizar al instante, y dejó el pavo en la encimera –No os escuché llegar
-Obviamente porque estabas ocupada contigo misma y todo lo demás-comentó Becky
Entraron todos a la vez, la abrazaron y besaron. Marissa ya estaba abriendo una botella de champán.
-Coge las copas, Freen . Vamos a empezare la fiesta- guiñó a la esposa que ya se dejaba caer en una silla –Para ti, jugo, amor.
-Estoy demasiado gorda para discutir- Ize colocó mejor su cuerpo en la silla, o por lo menos lo intentó –Entonces, ¿qué recibiste de Irlanda?
-Un baúl, esta mañana temprano. Es hermoso. Las copas están en el otro armario- le dijo a Freen –Y lleno de regalos. Hablé con ellos por teléfono...- un poco antes de subir y hacer el amor con Faye. Otra onda de rubor calentó su rostro –Yo, ah...necesito...- Freen le dio una copa llena de champán hasta el borde.
-Beber- Becky completó la frase por ella. Inclinó la cabeza hacia un lado –Yoko, querida, sencillamente estás radiante ¿Qué ocurre, eh?
-Mantente lejos de mi mente- rezongó ella, y bebió un sorbo para ganar tiempo y pensar en cómo iba a explicarlo –Si me dan un minuto...
-No tienes que ir a vestirte por nosotros- Marissa llenó el resto de copas –Becky tiene razón. Estás fantástica
-Sí, pero realmente necesito...
-Yoko, he tenido una idea mejor- el sonido de la voz de Faye, proveniente de las escaleras, hizo que todos se quedaran en silencio -¿Por qué no...- de albornoz, descalza y con los cabellos despeinados, la rubia entró en la cocina y se paró abruptamente
-¡Ops!- dijo Ize sonriendo
-Sucintamente al dedillo- Becky observó a Faye con los ojos apretados -¿Haciendo una visita a tu vecina, eh?
-Cállate, Rebeca- dijo Freen mientras sonreía –Parece que hemos interrumpido.
-Yo creo que habríamos interrumpido si hubiéramos llegado antes- dijo Marissa al oído de Becky, sin embargo todos escucharon y rieron.
Yoko les envió una mirada fulminante, haciendo que todos dejaran de reír al momento, antes de girarse hacia Faye.
-Mis parientes han venido a celebrar una pequeña fiesta, y parece que les hace gracia la idea de que yo pueda tener una vida privada que...- los miró por encima del hombro, significativamente- no les interesa a ninguno
-Siempre está de mal humor cuando la obligan a salir de la cama- dijo Becky, resignándose a la presencia de Faye –Freen, creo que vamos a necesitar otra copa
-Ya la cogí- sonriendo, se adelantó y le pasó una copa de champán a Freen –Tenemos que ser más rápidos que ellas-añadió susurrando, y ella asintió
-Bueno- Faye bebió un sorbo y suspiró. Era evidente que los planes para el resto del día tendrían que ser cambiados -¿Alguien trajo comida?

BELIEVE (FAYEYOKO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora